martes, 18 de abril de 2017

Marilú

Existía en ese momento como un mero concepto de mi propia realidad, ubicada en un vacío de perpetua incertidumbre. Era una niña de ocho años en una estación de autobús; con mi cabello rojo como las manzanas y mis ojos verdes azulados. Rojo porque era el color del vestido que madre usaba cuando conoció a mi padre, y verdes azulados igual al lago de aguas cristalinas, donde padre hizo sus votos de matrimonio en un romántico paseo a bote. Fijando mi vista hacia el frente, parecía imitar a la perfección el estado de un cuerpo sin alma. Esa no era mi intención, desde luego. En aquel instante suponía que mi espíritu se había escabullido de su prisión, dejando atrás un cascaron vacío. De un momento a otro mi mente viajó a un bello prado, oculto en algún rincón de mi imaginación, de un hermoso color verde que me hacía perder entre ensueños. Ese tipo de lugares sólo podían existir dentro de una cabeza soñadora, pero me conformaría con tener un lindo recuerdo de este viaje. Era yo sentada en una fila de asientos, tratando de fundir mis pensamientos con el mundo real, y transformarlo en un lugar más amigable para gente como yo; un sitio donde por fin brillaría.

Fue cuando lo vi, era un sombrero, el cual me pareció realmente encantador, completamente salido de los locos años veinte; con el estilo de las mujeres de esa época. Lo había abandonado una señora de la tercera edad, quien se alejó de la escena a toda prisa. El sombrero se encontraba en medio de una hilera de asientos frente a mí, me levante, y rápida como el viento fui a recogerlo, tenía la intención de devolverlo por supuesto, pero la desconocida desapareció igual que una brisa fresca en el verano. En ese momento quise ponérmelo, sólo por mera curiosidad. Al acomodarlo en mi cabeza sentí la necesidad de buscar un espejo, tenía que ver cómo lucía. Sin embargo en ese tiempo yo era una niña obediente, o al menos trataba de serlo, y si padre decía “quédate sentada”, sentada permanecía, como una muñeca esperando a que la mangoneen.

Cuando padre me vio, dejó en evidencia lo anticuado que era el sombrero: como si sus gustos no lo fueran también. Se llevó una pequeña sorpresa al no saber de dónde saqué dicho sombrero, yo intente explicárselo pero a padre no le interesaba, ya era hora de irnos y se nos hacía tarde para tomar el siguiente bus; regresaríamos a casa esa misma tarde. Al concluir todo ese ajetreo descubrí que el sombrero se me veía muy bien; padre me lo hizo notar. Desde luego eso significo mucho viniendo de él, ya que madre también habría estado de acuerdo. Si la muerte no me la hubiera arrebatado, así sería, estaba segura.

Al final me quede con el sombrero, de cierto modo me hacía sentir bien conmigo misma. Desde ese momento desarrolle un gusto increíble por todo tipo de sombreros, pero sin duda los cloché eran de mis favoritos. De hecho sentía la necesidad de ponerme todo tipo de sombreros hechos al estilo de los años veinte; adquiriendo también un gusto por coleccionarlos. A decir verdad desarrolle una fascinación por esa época, no solo por la ropa, también la música, el arte y las fantásticas historias que se contaban con el paso del tiempo; una de mis favoritas sin duda era la desventurada vida de Bonnie y Clyde, los trágicos amantes.

Yo admiraba a Bonnie. De cierta manera era un modelo a seguir para mí; tan valiente como a veces me gustaría ser, tan decidida como intento ser, no le importaba lo que los demás pensaran de ella: bueno, si pasas el resto de tu vida como una criminal siguiendo tus propios instintos, poco te importa la opinión de las demás personas. Con el tiempo aprendí a seguir mi propio camino, y jamás negar quien soy en realidad; eso era parte de mi estilo de vida. Bonnie por supuesto tenía a Clyde, ambos eran un complemento del otro, como un equilibrio, el cual jamás se rompió, incluso después de su muerte. Yo me preguntaba si algún día tendría un equilibrio igual.

El resto de personas dirían que Bonnie y Clyde vivieron una mentira hasta el último de sus días, pero realmente ellos vivieron una verdad en un mundo de mentiras hasta el último de sus días, es como lo pienso. Muchos no estarían de acuerdo conmigo. Para ser honesta jamás nadie está de acuerdo conmigo, pero igual que una Bonnie incomprendida y atrapada en otra época, nunca deje de ser yo, nunca me doblegue, seguía mi instinto sin importar nada y aprendí a sobrevivir.

El tiempo siguió su curso cual corriente en un rio eterno. Yo crecí junto con mis amigos, quienes me hacían sentir normal, pero después de un tiempo comenzaron a buscar otros intereses; yo no estaba incluida en sus planes. Poco a poco me di cuenta de lo atrasada que me quedé en el camino, era incapaz de poder embonar en ningún sitio. Sin saberlo me convertí en una extraña rodeada de personas sin identidad, habitantes de su propio mundo construido a base del pensamiento común y totalmente ajeno a mi comprensión. El pasar del tiempo también me enseñó una valiosa lección; un modo de pensar diferente tiene sus consecuencias, pues atrae a los abusivos como abejas a las flores.

En ese tiempo Alejandra era una chica realmente aterradora, se metía tanto con hombres como con mujeres, no le importaba quien se cruzara en su camino, con tal de tener algo que golpear, y yo estaba en su lista de personas a quien odiar; me dio el privilegiado primer lugar. Todo comenzó el día que tuve la brillante pero necesaria idea de convertirme en la defensora de Tomás; un chico tímido y de aspecto flacucho. Los tímidos eran las víctimas favoritas de Alejandra, pero Tomás era su víctima predilecta, lo hostigaba sin motivo aparente, haciéndolo pasar malos ratos. Recuerdo que al pobre casi lo hace llorar una vez, fue cuando Alejandra rompió su reloj nuevo; de esos con una calculadora integrada. Alejandra casi nunca sufría las consecuencias de sus actos, pues Tomás además de ser tímido no le gustaba meterse en más problemas, así que jamás le conto a nadie sobre su situación. Un día me cansé y decidí hacer algo al respecto.

Era justo a la hora del descanso cuando me decidí. Como de costumbre me encontré a Tomás siendo molestado por Alejandra, ella estaba comportándose de manera odiosa con el pobre, en ese momento me armé de valor y casi instintivamente me interpuse entre ambos. Para mi sorpresa, Alejandra dejó en paz a Tomás, pero eso tuvo como consecuencia haberme convertido en una especie de chivo expiatorio; mi vida había sido marcada sin darme cuenta. Alejandra comenzó a ensañarse conmigo, buscando excusas nuevas para fastidiarme. Yo ni siquiera podía contar con la ayuda de ningún profesor, pues para sus ojos yo también era una chica problemática. Siendo honesta Alejandra jamás necesitó una razón para odiarme, simplemente lo hacía. Su mirada me lo decía todo, ella encontraba en mi algo que no podía perdonarme. Incluso en las horas libres yo comía sola, pues Alejandra no debía encontrarme bajo ningún motivo, y jamás lo hacía, yo era muy buena ocultándome.

Al crecer todo empeoró, el abuso físico pasó a convertirse en verbal, ese era el peor. Subir de grado académico significo sufrir peores maltratos por parte de mis nuevos compañeros. Recuerdo que en aquella ocasión el maestro, como primera actividad de la clase, nos encargó una dinámica especial. Todos tendríamos la oportunidad de pasar frente al pizarrón para presentarnos ante nuestros nuevos compañeros; decir nuestros nombres, gustos y ese tipo de cosas. En ese momento me pareció una buena idea presentarme como soy realmente, no me escondería ni negaría quien soy, esta vez lo haría bien y tendrían que aceptarme, para bien o para mal. En un principio me costó algo de trabajo hablar frente a todos mis nuevos compañeros, pero me sentí más cómoda al compartir mis intereses y contarles un poco sobre mis talentos; incluso compartí algunos de mis dibujos. Al terminar mi presentación pensé haber causado una buena impresión y tal vez haberme ganado unos cuantos amigos, pero por supuesto estaba totalmente equivocada. El único impresionado parecía ser el maestro, supongo que es su trabajo motivar a sus nuevos alumnos. Pero justo antes de sentarme la mirada de una de mis nuevas compañeras tenía una malicia que jamás había visto en alguien más. La expresión en su rostro con esa sonrisa odiosa y esa forma de mirarme me lo dejaron muy en claro, traducido a mi idioma fue un “te ganaste mi desprecio solo por ser tú.”

En el pasado Alejandra sólo logro hacerme llorar una vez, recuerdo que en esa ocasión casi consiguió meter mi cabeza dentro del inodoro del baño de las chicas. Esa idea la obtuvo al copiarlo de aquel programa de televisión para adolescentes, todos lo veían y ese episodio fue el más gracioso según la opinión popular; yo no lo encontré tan divertido. Pero incluso eso no se comparó a las veces que lograron hacerme llorar ese grupo de chicas petulantes; mis nuevas compañeras. Ellas me pusieron el degradante apodo de “el niño”, posiblemente inspirado en mí forma de vestir y mi cabello cortó al estilo de las chicas de los años veinte. Bueno yo estaba consiente que no era la viva imagen de la feminidad, no me importaba, pero no era razón para haberme ganado todo tipo de comentarios hirientes. Cada día de clases era un tormento, soportando toda clase de abuso verbal, haciéndome ver en ocasiones como una chica con alguna clase de problema mental.

Aún recuerdo el proyecto escolar en tercer grado, era acerca de la elaboración de un mural, cada alumno de mi salón tenía un tema libre a escoger para su propio mural y los mejores serian exhibidos. A pesar de tener libertad creativa nuestro mural debía reflejar algún tipo de  valor o ayudar a la automotivación; realmente no me sentía muy motivada en ese momento pero aun así lo intentaría. Para luchar contra la tristeza que me acogía en esa etapa de mi vida, elegí como tema la depresión y cómo ayudar a combatirla, después de todo yo no podría ser la única acongojada por esa situación. Tardé una semana esforzándome en mi trabajo, utilizando mis dotes artísticos que tanto fascinaban a los maestros. Pero todo eso término en total desgracia; fue por la culpa de ese grupo de chicas desagradables. No solo hicieron a un lado mi trabajo como si no fuera nada, mi mural también fue blanco de vandalismo, invadido por mensajes de mal gusto. Gracias a eso se inició un cruel rumor acerca de mí, pronto todo el mundo comenzó a creer que yo usaba antidepresivos porque mi familia no me permitía tener relaciones amorosas con otras mujeres; nadie sabía que en realidad tenía un padre, y a pesar de todo era el mejor padre del mundo.

Cuando por fin pude alejarme de esa nube oscura, me arrepentí de nunca haberme vengado de aquellas chicas, debí ser más valiente, no dejarme doblegar de esa manera, pero supongo que estaba muy ocupada compadeciéndome mientras me hundía en llanto. Sentía tanta vergüenza de haber defraudado a Bonnie de esa manera, ella jamás habría permitido que la trataran así, su espíritu era libre. Yo en cambio me dedique a llorar desconsoladamente mientras me repetía a mí misma, “se cómo Bonnie, se cómo Bonnie, se cómo Bonnie."

El tiempo continúo con su marcha como una corriente imparable. Eso sólo podía significar más cambios por venir y yo aprendí a odiar esos cambios, más si provenían de personas cercanas a mí. A pesar de todo, en esos pocos años casi todo seguía igual, aún era la más odiada por voto popular, con la única diferencia que ahora nadie me mostraba su desprecio abiertamente, les bastaba con fingir ser buenos conmigo. Los chicos empeoraron al crecer, ellos sólo se dedicaban a molestar a otros chicos y a las chicas que les gustaban; a mí me miraban raro. Algunas chicas en cambio fingían ser mis amigas, a pesar de no conocerme en absoluto. Un día de forma inesperada un chico se me declaró, pero realmente la vida no me había enseñado a lidiar con ese tipo de asuntos, así que simplemente me aleje de él y de todos; de verdad necesitaba estar sola.

Fue la época cuando todo comenzó a mejorar en mi vida, una esperanza llego inesperadamente a iluminar mi amarga visión del mundo. Durante mucho tiempo lo creía imposible, pero después de una vida solitaria al fin pude tener una amiga verdadera. Se trataba de una chica tres años mayor que yo y verdaderamente simpática. La primera vez que la conocí me encontraba sentada en los pasillos, igual que un alma en pena.

   ─Hola, ¿cómo te va? ─me saludo con una dulce sonrisa. Estaba tan absorta en mis pensamientos que logró sorprenderme.

En ese momento me encontraba recargada en mi pared favorita. Aquella chica tenía el cabello largo y castaño, usaba unos pantalones rotos en conjunto con una camiseta de tirantes; eso le daba un aspecto algo rebelde.

   ─Hola ─respondí tímidamente, no era normal que las personas mostraran ese tipo de amabilidad conmigo, y no bajaría mi guardia.

   ─Me llamo Jonela ─tomo una pequeña pausa ─, pero puedes decirme Joni, es mejor y más corto; como detesto mi nombre. Pero en serio dime Joni, ¿cuál es el tuyo? ─me pregunto mientras se dibujaba una sonrisa contagiosa en su rostro mientras tomaba asiento justo a mí.

   ─Marilú.

   ─ ¡Presumida! Tú sí que tienes un nombre bonito, a mí me habría encantado llamarme Susan.
Respondí a su comentario con una sonrisa apenas visible, dibujada con mis labios serrados. Pero sin previo aviso Joni tomó mi gorro para el frío dejando mi cabeza al descubierto. Yo sólo pude expresarme con un grito ahogado impotente a la situación.

   ─Este es un lindo gorro ─dijo mientras lo sostenía─, pero tu cabello es mucho más bonito, deberías ocultarlo menos ─en ese momento Joni acomodó mi desordenado fleco con un movimiento delicado de su mano.

   ─Gracias ─le respondí con un tono tímido, en ese momento yo estaba completamente pasmada de su descaro y poco respeto hacia el espacio personal; Joni era una chica sin un atisbo de vergüenza. Sin embargo debía de asumir que era una persona honesta.

   ─ Y ¿cómo me veo? ─me pregunto mientras se probaba mi gorro, yo me sonrojé un poco, no por creer que Joni se veía linda, fue porque por un momento pude sentir lo que es tener una amiga.

   ─Bueno, no eres Louise Brooks, pero estás bastante cerca ─respondí con una sonrisa amistosa, esta vez mostrando mis dientes.

   ─ ¿Louise Brooks? ─a Joni realmente le confundió mi comentario.

   ─ ¿No sabes quién es Louise Brooks? ─le pregunte con un tono exaltado, para mí el hecho de no saber quién es Lousie Brooks era casi insultante, pero por supuesto no debía de sorprenderme.

   ─Oye… Bueno, está bien no sé quién es, pero tú tampoco sabes quién es Amelia Earhart ¿verdad? Sí me lo dices te enseñaré un truco increíble.

En ese momento mis ojos se agrandaron del asombro, como un par de melones, no sabía cómo responderle; ella tenía razón, no conocía nada acerca de Amelia Earhart. Sí que me atrapo con la guardia baja. Pero en cambio Louise Brooks era para mí un modelo a seguir, ya que la mayor parte de mi conocimiento provenía de los libros; padre me inculcó mucho el valor de la lectura desde pequeña. Eso es algo que teníamos en común Louise y yo; desde luego no se podía esperar menos al ser criada por un padre que además de ser editor literario también era crítico; en ocasiones.

Pero el trabajo de padre no era su única afición, las películas eran parte importante de sus pasiones, especialmente las producidas en los años ochenta. Recuerdo que solíamos pasar tardes enteras viendo su colección de VHS; padre sí que era anticuado. Pero ya saben lo que dicen, de tal palo tal astilla. En ocasiones pasábamos tiempo de calidad jugando a los videojuegos, a madre nunca le terminaron de gustar ese tipo de novedosos aparatos, pero sin duda a padre le encantaban, era un gran fanático, y yo tenía que acompañarlo en todas sus aventuras, juntos viajábamos dentro de mundos construidos con pixeles y mucha imaginación. Siempre he sospechado que la mejor parte de tener un hijo para padre es poder usarlo de segundo jugador. Pasaba tardes divertidas con el jugando a Dragon's Lair y Final Fight, recordaba con alegría esos momentos juntos. Yo solía distraer mucho a padre mientras jugaba, provocando su enfado al hacerlo tomar una mala decisión dentro del juego, lo ponía muy nervioso con mis gritos; pero claro yo era muy tozuda a la hora de tomar decisiones.

Para padre no era fácil ser el único a mi cuidado, y yo no se lo ponía muy sencillo, pues hasta la fecha sigo siendo una chica complicada, de las que todos los padres temen tener. Padre tuvo que adaptarse a mi forma de ser, a él le salía bien eso de convertirse en un padre grandioso; además como punto a mi favor siempre mostré gran interés en sus gustos y aficiones. Supongo que para padre fue más cómodo criar a una niña sin ningún interés en común con una chica de mi edad, o mejor dicho chicas en general. Desde luego en mis cumpleaños era usual recibir regalos como muñecas; jugué con ellas por muy poco tiempo. Nunca lograron captar mi atención; tal vez sea porque ninguna tenía el estilo de una mujer de los años veinte.

   ─ ¿Quién es Amelia Earhart? ─el bicho de la curiosidad me picó en ese momento, tenía que saber quién era esa mujer.

   ─Fue de las más grandes aviadoras en el mundo ─Joni alzó los brazos intentando imitar las alas de un avión, lo que llamo la atención de algunos incautos─ murió intentando realizar su sueño, el primer viaje aéreo por el mundo, además motivaba a las demás mujeres a ser pilotos.

Esa realmente me parecía una historia fabulosa, tenía que preguntarle a Joni más sobre Amelia Earhart, y también si había nacido en los años veinte, me encantaba la idea de una mujer con el valor de ser una piloto; esa era una idea en verdad romántica. Pero en el momento me di cuenta de algo importante, sin previo aviso mi rostro comenzó a ponerse rígido al tiempo que mis ojos habían alcanzado un estado de profundidad insoldable. Me quedaba claro que estaba omitiendo un detalle importante. Mi cerebro comenzó a mandarme mensajes de alerta, no podía negarlo, mi error en ese momento había sido bajar la guardia con Joni, debía hacer caso a ese instinto de supervivencia el cual desarrollé al paso de los años a causa de amargas experiencias; no olvidaría tan fácil todos esos tragos amargos a los que fui sometida.

   ─No entiendo, jamás te había visto ¿Por qué decidiste hablarme tan de repente? ─la cuestioné.

   ─Bueno yo… no te lo tomes a mal pero siempre te veo sola, eres muy misteriosa así que decidí hablarte para conócete mejor, ¿tú ganaste el concurso escolar de poesía cierto?

   ─Si ─respondí tratando de evitar que nuestras miradas se cruzaran.

   ─Oye, casi siempre bienes a clases con un sombrero nuevo, ¿dónde los consigues? Son muy bonitos.

   ─Gracias ─respondí evitando en todo momento su mirada, pero aun así sentía como me clavaba sus ojos.

   ─Además las chicas con el cabello azul siempre se ven más interesantes ─no pude evitar mirar a Joni por un leve instante, y cuando lo hice noté como me guiñaba─, yo también me lo he querido teñir de ese color.

Desde luego no confiaría en ella hasta saber realmente su propósito, sin embargo cada vez que la veía sonreír me parecía más simpática, decidí darle una oportunidad a Joni; a pesar de ir en contra de mi instinto. Sin duda Joni me había dado una buena primera impresión. Sin embargo algo en esas últimas palabras no terminaba de cuadrar, no parecía estar bromeando o realmente no lograba entender porque dijo que mi cabello estaba teñido de azul. ¿Debería de interpretarlo como un “te verías muy linda con el cabello teñido de azul?” O tal vez sólo era una manera de preguntarme si mi color de cabello era natural; cual sea el caso lo tendría que descubrir.

   ─ ¿Azul? ─le pregunte al tiempo que fruncí el ceño─. No, el mío es rojo, como las manzanas ─le aclaré.

Sí, mi cabello era rojo, no por parte de mi madre que tenía un tono ligeramente rojo; tal y como me lo mostro mi abuela en uno de sus cientos de álbumes familiares. Mi abuela es quien me heredó su hermoso cabello rojo; incluso mis ojos eran más parecidos a los de mi abuelo. Siempre estuve agradecida con mi abuela por sus increíbles consejos, me ayudaba mucho en asuntos en los que padre no podía entrometerse, con ella la ausencia de madre no era tan grave. Desde luego no era porque padre hiciera un mal trabajo criándome, pero existían cosas las cuales sólo podían quedar entre mujeres, o al menos eso decía mi abuela. Aún tenía en mis recuerdos ese momento en que decidió revelarme uno de sus secretos, era su champú especial. Siempre me decía que le daría un color más vivo a mi roja cabellera, pero siendo honesta jamás noté un gran cambio al usar el dichoso champú.

   ─ ¿Rojo? Pero si es azul… ─Joni no se atrevió a terminar esa última oración. De un momento a otro su alegre sonrisa comenzó a perder ese característico brillo, note como sus cejas se arqueaban al transformar esos inocentes ojos en dos grandes charcas desoladas, las cuales trataban de ocultar un temor vergonzoso─. Perdón, tienes razón, no te fijes; a veces me pongo medio tontita. Significa que eres pelirroja ¿cierto? Ya lo sabía.

Ese encuentro sólo fue el inicio de una ferviente amistad, Joni y yo éramos como un dúo digno de una película ochentera, siempre juntas sin importar las circunstancias. Pero siendo honesta Joni y yo éramos muy diferentes en espíritu, podría decirse que ambas nos complementábamos como un ying y yang, sintonizadas en perfecta armonía. Mientras los días pasaban igual que una brisa robando las hojas de otoño de árboles descuidados, Joni y yo nos ocupábamos hablando de tantos temas que no podría recordarlos todos, junto a ella el tiempo se marchaba en un parpadeo, deseando quedarme congelada en algún espacio-temporal junto a Joni. Incluso a padre le agradaba mi nueva mejor amiga, se alegró bastante al saber que ya no estaría sola; y era cierto. Cuando estaba con Joni todo tenía mucho más sentido, no me sentía extraña y podía hablar de lo que fuera con ella. Joni era como una chica más en la familia, prácticamente mi hermana mayor, y podía contar con ella para cualquier cosa. Sin embargo existe algo muy importante a tener en cuenta con Joni, era un hecho que siempre intentaba negar, hasta donde le fuera posible, pero no podía ignorarlo. Yo no acostumbraba a hablar sobre ello, además a Joni jamás le agradó que tocaran el tema, siempre respeté eso, no me importaba; pero tenía que decirlo. Mi amiga era daltónica.

Fue en esa época cuando mi interés por los chicos despertó, yo seguía siendo una chica bastante reservada, eso es algo que en definitiva no era atractivo para ningún chico, realmente no me importaba, además el único chico quien de cierta manera logró robar mi corazón fue también mi primer amor. Una mejor forma de dilucidar mi único romance es compararlo con un amor de primavera; no dura mucho. Decir que yo no poseía ni una pizca de ingenuidad en este punto de mi vida no sólo era incorrecto, sino algo muy alejado a la realidad, quizá esa allá sido la razón por la cual creía haber encontrado a mi Clyde. Su nombre era Marco, un chico sencillo de caminar elegante y pesadez en su mirada, cuando Marco regresaba a su salón de clases yo lo observaba con detenimiento, hasta el punto de aprenderme su horario de clases y sus rutas en los pasillos, por supuesto Joni no tardo en enterarse sobre mi atracción hacia Marco; yo no podría explicar con exactitud lo que me atraía de él. Pero gracias a Joni tuve la oportunidad de averiguarlo. Un día mi amiga sin previo aviso le reveló a Marco lo que yo sentía por él. Recuerdo paralizarme del miedo con tal sólo ver a Joni el confesarle a Marco sobre mis sentimientos, no estaba preparada para manejar ese tipo de emociones tan intensas, vivía muy aferrada a mi estilo de vida tranquilo, y por si fuera poco Marco, quien era dueño de mi atención, caminaba directamente hacia mí. En ese momento mi corazón se convirtió en una máquina de vapor que no dejaba de bombear sangre caliente, mi rostro estaba tan ruborizado que parecía un melocotón maduro, tenía la cara tensa y mi cuerpo tan rígido como el acero. Cuando Marco me dijo de frente la primera palabra sentía el mundo venirse en mi contra. Bueno al final del día Marco terminó siendo mi novio, y yo por supuesto no podía estar enojada con Joni.

Mi primer amor resulto bueno al principio, era emocionante experimentar ese sentimiento que había estado tan alejado de mí, pero el tiempo me demostró que la magia se perdía en un breve recuerdo. Ninguno de los dos alimentamos nuestra pequeña llama como era debido, jamás compartimos momentos juntos y nunca profundizamos en lo que sentíamos el uno por el otro; éramos novios porque aceptamos serlo en su momento, pero muy inexpertos para manejar algo tan complejo. Después de un tiempo Marco y yo dejamos de hablarnos, no a causa de una pelea, simplemente no estábamos listos; fue un simple romance tan inocente como las hojas en otoño. Pero al menos pude tener la experiencia de mi primer amor, todo gracias a Joni. En ocasiones me preguntaba qué pensaría madre de mi mejor amiga, me habría encantado verlas juntas.

Yo seguía siendo la misma chica retraída y extraña de siempre. Con quince años cumplidos aún me sentía dentro de aquel mundo lleno de incongruencias. Fuera de mi cabeza todo había cambiado, alterando la percepción que tenía sobre la vida, no podía soportarlo. Además, las personas solían comportarse de una manera indeseable, cuales animales hambrientos a la espera de su presa natural, me sentía como una liebre acorralada en territorio de zorros. ¿Es porque soy un caso perdido? La culpable podría ser mi incapacidad para poder embonar, origen del pesar que me acongojaba, el cual no me dejaba tranquila, pero en ese caso, ¿qué sería de mí? Sin dudas mi futuro era desolador. ¡Tonterías! Estaba exagerando, esta vez tenía una amiga que nunca me dejaría sola, junto con Joni cruzaría por esta salvaje travesía llamada madurez. Ella me ayudaría a escapar de ese oscuro rincón repleto de incertidumbres.

Para mí los sueños siempre serían un problema, pues eran hermosos sin duda, pero también auguraban un futuro incierto, demasiadas mentiras y avaricias podían corromperlos con facilidad, manchando la belleza de sí mismos. Algunas personas procuraban alimentar bien sus sueños hasta lograr alcanzarlos, otros simplemente dejaban que se marchitaran, pensando que son sólo fantasías nacidas de una mente infantil. Sin embargo gracias a los sueños las personas no se rinden tan fácilmente, nuestros anhelos eran alimentados por esa cálida llama que completa nuestro ser. Yo me sentía orgullosa de tenerlos, no podía privarme de algo tan maravilloso. Todos nacimos con un sueño que cumplir, estaba segura de ello, pero por desgracia nada impedía arrebatarle a alguien más los sueños. Ese alguien se trataba de Joni, quien por primera vez se encontraba en su peor momento.

Esa mañana desperté con cierta extrañeza, estaba olvidando algo importante, posiblemente un sueño extraño o una pesadilla pasajera. Lo que si recordaba era la conversación de la noche anterior con Joni, nos comunicábamos con mensajes de texto en esa ocasión, fue cuando me di cuenta que mi amiga de verdad había sufrido un duro golpe, estaba preocupada de no poder cumplir sus metas a causa de su daltonismo; incapaz de poder ayudarla me dormí no sólo pensando en el bienestar de Joni, pues deseaba vivir en un mundo donde los sueños se cumplieran. Después desperté sintiéndome diferente, era una sensación de alerta en todo mi cuerpo, no podía explicarlo, igual a cargar un peso extra en mi interior, pero no se trataba de algo físico, me sentía incapaz de encontrar las palabras adecuadas que pudieran describir esa nueva sensación.

En el camino hacia el instituto comencé a sentirme un poco deprimida, no sólo me acogía una vieja sensación de pesadez, también podía sentir que algo estaba mal. No me sentía capaz de mirar a Joni ese día, sentía que la había decepcionado, en cuanto pude me aparte de todos rápidamente; necesitaba con urgencia un lugar donde solo yo y mis pensamientos nos encontráramos a solas. La azotea era perfecta, tan tranquila y libre de estudiantes la mayor parte del tiempo, nadie me molestaría.

Al llegar como había intuido el sitio estaba desolado, a nadie se le ocurriría pasearse por un lugar que no tuviera techo, especialmente con aquellas nubes negras de apariencia amenazante. Cerré   la puerta al sentir el viento acariciar mis mejillas, el cual me despeinaba mientras las nubes planeaban con un rugido silencioso la futura lluvia que ya estaba próxima, sintiéndome más tranquila al oler la humedad en el aire. Me encantaba la lluvia, era de las pocas cosas en este mundo que lograban calmarme, el sólo olfatear el agua en esos algodones de cielo podía convertirme en un gatito que ronronea sin remedio. Me senté para descansar un poco, recargué mi espalda en la pared y abrace mis rodillas como la niña insegura que en realidad era, en ese momento me preguntaba si realmente los sueños existen, claro puedes tenerlos y cumplirlos si te lo propones; incluso en el peor de los casos podrías pasar el resto de tu vida entregando tus anhelos al tratar de cumplir los sueños de alguien más. Despreciable realidad tan melancólica como el sentir de los arboles al llegar el otoño.

Justo en ese momento como si el destino intentara jugarme una broma de lo más conveniente, alguien abrió la puerta, quien entro en escena era Joni. Ella nunca se esperó encontrase conmigo en ese lugar, seguramente quería estar sola igual que yo, me di cuenta por la expresión en su rostro, los ojos de Joni reflejaban ese deseo de poder alejarse lo más pronto posible. Pero no fue capaz. Resignada intentó saludarme como siempre, me sonrió sin poder ocultar el vacío en sus pupilas, no era la Joni que conocía. Se recostó junto a mí, sus ánimos estaban destruidos, no podía creerlo ¿de verdad esa es Joni? En mi mente ella era como la chica más ruda que conocía, de ánimo inmutable y firme ante cualquier obstáculo. Yo permanecí quieta, Joni debía ser quien hablara primero.

   ─No es un día muy alentador, ¿verdad? ─Dijo después de un momentáneo silencio.

   ─A mí me gusta.

   ─Marilú, siempre la chica misteriosa  ─Respondió con su característica sonrisa, y por un momento pude ver reflejado en sus ojos a la Joni de siempre.

   ─Pero no se compara a la chica más ruda de nuestra generación ─Le respondí con una débil sonrisa.

   ─Es muy duro defraudarte a ti misma ─su expresión sumado al tono de voz en que lo dijo indicaban lo grave de la situación─, yo lo seguí negando, lo negué durante un largo tiempo, pero no puedo más, yo sólo… Solamente he querido una cosa durante toda mi vida, y me lo arrebatan simplemente por algo tan pequeño ─Joni no podía continuar, las lágrimas escapaban de sus ojos mientras apretaba sus puños con fuerza para evitar el llanto.

   ─No es tu culpa, no vale la pena trabajar para quienes no te aprecian, puedes hacer cualquier trabajo, mucho mejor que cualquiera, te he visto hacerlo, no importa que seas daltónica puedes hacer prácticamente todo lo que… ─sabía que para Joni no era fácil admitir su problema, ella vivió toda su vida como una chica normal.

Joni se levantó tan rápido como pudo, no me sentí capaz de pronunciar otra palabra. Se colocó frente a mí mientras intentaba ocultar sus emociones lo mejor que podía.

   ─ ¡Si pudiera librarme de un sólo recuerdo, si tan sólo pudiera quitarlo de mi cabeza para ya no sentirlo más! ─Joni frunció el ceño para intentar contener su llanto, escondió por completo sus labios tomando una pequeña pausa para hablar─. Fue mi abuelo, ¿cómo se le ocurre subir a una niña a un aeroplano para pasear? Siempre ha tenido esas ideas tontas, fue en ese y otros momentos que compartí con el cuándo decidí… me encantaba volar, siempre lo sentí natural en mí, recuerdo esperar con ansias a mi abuelo para que me llevara a su próximo vuelo ─en ese momento Joni se acercó a mí, lo suficiente para notar lo irritado que estaban sus ojos.

   ─ ¿Por qué dices eso? Suena maravilloso poder volar, deberíamos hacerlo, enserio… ─no pude decir otra palabra, lo había comprendido, la miré a los ojos y ella entendió también, no tenía fuerzas para contener su llanto, se acercó a mi sólo para derrumbarse.

Lo único que pude hacer en ese momento fue abrazarla con todas mis fuerzas, no dejaría a Joni  vivir sola aquellos momentos, nunca la abandonaría. Escuché alguna vez decir acerca de las personas en depresión, muchos aconsejan que por ningún motivo intentes sacarlas de eso pozo donde están, pues corres el peligro de caer en él; no me importaba. Jamás abandonaría a Joni, digan lo que quieran, condénenme, envíenme al rincón más desolado del planeta, pero jamás dejaría a mi mejor amiga, por ella me tiraría a este y todos los pozos que hiciesen falta.

   ─ ¿Lo sabias? Mi sueño de toda la vida, cuando mi abuelo me llevaba de paseo en su aeroplano lo supe, fue maravilloso vivir esos momentos con él, eran una aventura para mí. Extraño estar arriba, y yo le prometí llevarlo de paseo algún día, cuando me convierta en piloto, ese siempre ha sido mi sueño ─dijo Joni después de haberse calmado un poco.  Se había puesto de pie, su expresión ahora era de aceptación. Por último, me miró como si fuera la primera vez.

Justo en ese momento lo sentí, no podía explicarlo, era una sensación tan extraña, pero a la vez natural, un nuevo sentido crecía dentro de mi mente, fue la primera vez que experimenté una sensación como esa; sucedió justo cuando Joni me confeso su más ferviente sueño. Casi por instinto comencé a captar sensaciones muy alejadas del entorno físico, era como entrar en una especie de trance que me permitía alcanzar lugares imposibles de tocar con mis manos. Entonces una cerradura se abrió, dejando expuesta una puerta mental la cual protegía una parte muy importante dentro del plano mental de Joni, un lugar donde los anhelos, placeres, vanidades, envidias y deseos se ocultaban detrás de aquella habitación espiritual. Sentí como la puerta se habría para dejarme pasar, y sucedió, tan rápido que ni siquiera pude reaccionar al estar en  trance. Mi cuerpo seguía intacto pero mi mente trabajaba como una máquina, eran dos partes de mi moviéndose de diferente forma, una era mí cuerpo físico, la otra formaba parte de una identidad mental, de la cual comenzaron a brotar extremidades invisibles, tratando de penetrar en la mente de Joni. Podía sentirlas, eran puntiagudas y largas como patas de araña, buscaban algo con desesperación, un pensamiento especial, un sueño; el deseo más anhelado de mi mejor amiga. Al encontrarlo me di cuenta que yo era quien movía esas extremidades, las cuales me permitieron ver ese sueño tan hermoso de una forma muy diferente, como observar el fruto de la parte más íntima del alma, esperanza y anhelo combinados en una red espiritual.

Por instinto las extremidades encajaron sus puntas en todo lo que representaba el sueño de mi amiga, el cual ya estaba bastante dañado, de alguna forma podía sentir como las grietas comenzaba a destruirlo, su belleza estaba por extinguirse. Joni siempre quiso ser una piloto, significaba mucho para ella, además era parte de su recuerdo más feliz, especialmente aquellos momentos inolvidables con su abuelo; la primera vez en volar para ella fue tan natural que era casi una necesidad, cada sensación en ello formaba parte de un todo en su mundo. Pero claro, ese sueño se había frustrado al igual que una fantasía construida por la ingenuidad. Para Joni es imposible convertirse en una piloto. Por supuesto pocas mujeres en el mundo habían logrado ser pilotos, nunca fue fácil, pero Joni, ella era daltónica, sin importar cuanto lo intentara no podría cambiarlo. Yo era testigo de cómo se destruía ese preciado sentimiento, esa hermosa quimera caería inevitablemente.

No; pensé con fuerza. No podía permitir que Joni olvidara así sus sueños, renunciar a esa parte de ella era demasiado horrible. Con todas mis fuerzan pensé en cómo evitarlo, y en ese momento de manera instantánea se presentó ante mí, en aquel lugar especial dentro del sueño de Joni una frase, “quiero ser una piloto para poder volar” no era un texto literal, más bien un sentimiento transformado en anhelo, el cual podía modificar. Mis extremidades clavadas en el sueño de Joni me respondieron, de verdad quería devolverle el sueño a mi mejor amiga, así que pensé en una nueva frase para remplazar la antigua. El texto representado como el anhelo fue cambiado por esta oración “tu sueño es volar”. Sin previo aviso las extremidades que sujetaban los sueños de Joni regresaron a ocultarse dentro de mi mente, rompiendo así mi trance. Todo había pasado en un parpadeo, y Joni seguía en el mismo sitio como si nada.

   ─ ¿Qué pasó? ─pregunte con desesperación mientras el terror se reflejaba en mis ojos.

   ─Tienes razón, debo seguir mi sueño, volaré, como lo hacen las aves ─las lágrimas habían desaparecido en el rostro de Joni, remplazadas con una enorme sonrisa inocente, tan infantil que no la podía tomar enserio.

Entonces Joni se alejó de mí con un paso alegre, su andar era el de una niña ingenua, bailando cual bella ninfa en primavera. Yo seguía inmóvil, sumida en un estado de petrificación, no podía comprender nada de lo que sucedido. Sin mover un sólo musculo observé a Joni subir por la orilla de la terraza, su comportamiento era el de una niña inocente, me miro por última vez con una amplia sonrisa, se dio la vuelta y extendió sus brazos imitando la figura de un ángel, en ese momento el viento movía su cabello de forma salvaje. Sin previo aviso Joni voló por los aires como una hermosa ave alcanzando su libertad, cumpliendo su sueño por un instante.

Yo no podía moverme, eran tantas cosas en tan sólo unos momentos, no entendía nada ¿Qué le ocurrió a Joni? ¿Qué era exactamente lo que se escondía dentro de mis pensamientos? y ¿Por qué salían lágrimas de mi rostro? Joni debía saberlo, tenía que explicármelo, pero tal vez ni siquiera lo advirtió, en ese caso tendría que llevarla con padre, él lo arreglaría, después de todo era un hombre inteligente. Me mentía a mí misma, estaba claro que había sucedido con Joni, ya no podía ocultarlo más, porque probablemente la sonrisa de Joni se dibujó por última vez en su rostro, mi mejor amiga me mostró su sonrisa por última vez. El golpe de realidad fue lo bastante duro para lograr zafarme del trance en el que estaba sumergida, mi mente daba tantas vueltas haciendo imposible distinguir cualquier pensamiento coherente. Escuche un desgarrador grito, probablemente emitido por mi boca.

Salí disparada de la azotea, corrió por los pasillos, baje las escaleras lo más rápido que pude, evadí obstáculo, empuje a todos en mi camino sin importar de quién se tratara. Mi cuerpo se sentía pesado, pero lograba moverlo con la voluntad que aun poseía. Si Joni se encontraba herida aun podía salvarla, ella no moriría tan fácil, no era una altura de muerte así que sólo estaría muy grave. Mientras bajaba escaleras me repetía a mí misma “Joni está bien, Joni está bien” una y otra vez. Probablemente alguien ya había llamado a una ambulancia o quizás sólo se trate de un engaño de Joni; no era la primera vez en jugarme una de sus bromas. Tal vez Joni me esperaba en la entrada donde me recibiría con humillantes burlas, si eso pasaba no sabía que haría primero, si abrazarla con todas mis fuerzas o propinarle un buen golpe a la cara. Al acercarme un gran número de personas se reunía en la entrada, era un festín de gritos y palabras obscenas. Los curiosos se reunían mientras hablaban de cosas que no comprendía, me abrí paso para saber si Joni se encontraba bien; necesitaba mirarla a los ojos y decirle lo tonta que fue. Algunos alumnos se reunían alrededor de la entrada mientras otros intentaban apartar a la multitud, todos observaban una extraña figura en el suelo. Tendida como una marioneta Joni permanecía inmóvil, sus ojos abiertos y vacíos confirmaron mi pero temor. Un punzante dolor emergió desde mi pecho mientras sentía toda esperanza desaparecer dentro de mi mundo, el color rojo brotando de ella siendo la última cosa que pude recordar ese día.

Mucho antes de poder desmoronarme, antes de lanzarme al cuerpo de Joni en lágrimas descontroladas, antes de los gritos agónicos y las súplicas traducidas en dolor, algo debía quedarme claro. Joni estaba muerta, con todo lo que implicara ese hecho, y no a causa de un accidente. Yo era la culpable, la maté, no sabía cómo o porque, pero de alguna forma lo hice, estaba segura.