Mis anhelos siguen perteneciéndote, a pesar de ya no tenerte
a mi lado. Aun guardo nuestros recuerdos, moran en el espejismo que alguna vez
llame vida. Ahora estoy frente a ti, hablándote como en nuestra primera vez. Pero
antes de continuar, tenía que revivir aquellas memorias: Jamás me atreví a olvidarlas;
me negaba a perderte una vez más.
Siempre tendré presente ese día, aunque ahora sólo es un
sueño más en el laberinto de recuerdos dentro de mi cabeza. En ese tiempo era un
simple muchacho de diez años. Sucedió en la feria del pueblo; desde luego tenía
una mente impresionable y una desbordante imaginación, igual a cualquier niño. Una
feria como esa era un gran festín para la inspiración, un lugar mágico donde todo
tipo de mentes infantiles pueden creer en una infinidad de posibilidades, llenando
sus fantasías con miles de maravillas por imaginar. Yo disfrutaba con las
largas hileras de colores y luces, las cuales viajaban a mi alrededor como
luciérnagas entre la noche. Pero ni los juegos mecánicos, premios, o incluso la
exótica comida fueron de mis mayores intereses. Lo que en verdad me apasionaba de
ese lugar eran los increíbles sitios donde podía explorar; y conocía
perfectamente donde comenzar.
En aquella época nunca conté con muchos amigos, fui un niño
con una imaginación muy hiperactiva; ese tipo de inconsistencias no te
convierte en el chico más popular. En aquellos momentos de soledad siempre pude
contar con mi mejor amigo Miles, el mejor compañero dentro del patio de recreo,
increíblemente leal. Miles siempre fue un gran cómplice de aventuras, recuerdo
con añoranza los momentos que pasamos juntos imaginando ser los mejores
detectives; igual que en aquellos programas policiacos donde la justicia se
imponía ante el crimen. Desde que tuve curiosidad por el mundo, mi interés por
ser detective creció. Dentro de esa etapa donde comencé a experimentar con mis
limitaciones, todo frente a mis ojos me resultaba increíblemente extraño, caminaba
con el temor de encontrarme frente a un bribón en cada esquina, cada sitio
oscuro era una alarma sonando en mi cabeza. Para un detective nada de eso era
aterrador, todo lo desconocido pertenecía a una larga lista de misterios por descifrar;
desde entonces me obsesioné con eso de ser detective. En algunas ocasiones
Miles y yo ayudábamos a mi madre a encontrar objetos perdidos dentro de casa; tareas
simples para un par de jóvenes detectives en entrenamiento, además yo solía ser
un buen rastreador.
Aquellos eran días que en su simplicidad llenaban mis recuerdos
con un sentimiento aletargado en el presente, me embargaban con sueños ya
marchitos en el pasado, exponiendo una verdad que siempre intente negar.
No recuerdo haberme perdido un solo festival de la feria de
primavera, fue gracias a la familia quienes nunca me lo permitieron. La feria
solía instalarse cerca de un pueblo, en las afueras de una ciudad vecina. Para
llegar teníamos que hacer un largo viaje en auto por toda la carretera,
partíamos temprano y llegábamos después de medio día; con el tiempo aquellos viajes
se convirtieron en una tradición familiar. Ese año había sido especial, pues con
un gran esfuerzo logre tener como invitado de honor a Miles, en esta ocasión nos
acompañaría durante todo el viaje para poder disfrutar de la feria. No fue
fácil convencer a nuestros correspondientes padres, pero claro que valió la
pena.
Miles y yo soñábamos con ser grandes detectives, recuerdo aquellos
juegos en donde resolvíamos complicados pero no peligrosos misterios, todos
orquestados en nuestra desbordante imaginación. Estaba realmente emocionado por
enseñarle a Miles mi lugar secreto, se encontraba en las cercanías de la feria,
justo en la entrada del bosque; un sitio donde podíamos explorar con toda
libertad. Desde luego sería nuestro gran secreto, nuestros padres jamás abrían
aprobado que jugáramos en un lugar tan lejano y riesgoso.
Después de haber disfrutado un largo paseo por los juegos y
atracciones, decidimos que era hora de ir a explorar en las afueras del bosque.
Nos separamos de mis padres con la excusa de ir a ganar premios en los juegos
de canicas. Tuvimos cautela al perdernos entre la muchedumbre y guié a Miles directo
a la salida trasera. Era cerca de la rueda de la fortuna donde encontramos una
valla la cual pudimos atravesar sin ningún problema. Ahí encontramos un camino
de tierra que nos condujo a la entrada del bosque. Aquel era un lugar amplio
lleno de vegetación y ambientado con melodías que sólo algunos insectos podían
orquestar; un sitio apropiado para la exploración. Sin perder más tiempo
comenzamos la búsqueda de misteriosos objetos e intrigas. Inspeccionamos bien en cada rincón sin tener
gran éxito, lo entretenido del juego era simplemente explorar lo desconocido. Fue
cuando nos dirigimos a la sima de una colina, en donde encontramos un verdadero
caso de detectives, pues nos llevamos una gran sorpresa al encontrarnos con una
niña, quien hurgaba en el interior de un tronco caído. Tenía un vestido rojo y
el cabello castaño; una chica muy extraña, y por lo que pude notar no le
importaba meter sus manos en lugares oscuros y llenos de musgo; eso me pareció
diferente a los gustos de otras chicas que
conocí. Cuando nos acercamos saco la mano del tronco instintivamente y giro su cabeza
para ver quiénes éramos.
─Ustedes, ¿Qué hacen aquí? Éste es mi
lugar ─dijo la niña con una mirada desafiante.
─No puedes poseer un sitio,
también tenemos el derecho de estar aquí si queremos, y resulta que sí queremos
─le espetó Miles.
─No, en verdad tienen que
irse, aquí no es un lugar seguro, muchos niños han muerto por el bosque ─dijo al
tiempo que una expresión malévola se
dibujaba en su rostro.
─Entonces corres el mismo
peligro que nosotros, ¿porque mejor tú no te vas? ─le respondí.
─Yo no estoy en peligro
porque, bueno, mi padre es policía, está ocupado vigilando el bosque.
─Me parecen mentiras, no
encontramos ningún policía cuando exploramos el bosque. Yo diría que nos ocultas
algo ─inquirió Miles.
─Si de verdad tu papá es
policía, nunca te dejaría estar por aquí sola. Engañarnos no te será fácil ─le
respondí.
─Así es, somos detectives
─Miles comenzó a alardear.
─No
entienden, aquí no pueden… ─de pronto la decepción en el rostro de la niña al
darse cuenta que no podía asustarnos con engaños, cambio drásticamente a una
expresión más alentadora ─, ¿son detectives? No lo creo.
─Por supuesto, ya viste
que no pudiste engañarnos ─respondió Miles.
─Si lo son entonces ¿podrían
resolver un caso de desaparición? ─pregunto la niña con una sonrisa.
─ ¿Quieres que resolvamos
un caso? ─pregunte sin poder ocultar mi interés.
─La verdad necesito ayuda
para encontrar algo muy importante, lo perdí por aquí, lo he estado buscando
por mucho tiempo y no lo encuentro ─dijo mientras miraba a su alrededor por si de
casualidad encontraba el objeto perdido.
─ ¿Qué perdiste?
─pregunto Miles mientras cruzaba los brazos y arqueaba las cejas.
─Es parecido a una
piedra. Mi papá me dijo como se llamaba, pero no lo puedo recordar, es como una
planta que ya no existe, pero vivió hace mucho tiempo, con los dinosaurios y
cavernícolas.
─ ¿Se extinguió? ─le
pregunte sintiendo cada vez mayor curiosidad.
─Creo que se llama fusil ─respondió.
─ ¿Podrías describirnos
el objeto? ─le pregunto Miles.
─Sí, es una planta dentro
de una roca, tiene forma de espiral y parece un brazo de pulpo, pero no lo es,
tiene pequeñas hojitas.
─Lo encontraremos ─le
aseguro Miles.
─ ¿Cómo te llamas?
─pregunte.
─Amelia ¿y ustedes?
─Yo me llamo Henri y él es
Miles, mucho gusto ─le extendí la mano para saludarla en son de paz ─.
Encontraremos tu fusil.
Los tres pasamos un largo rato tratando de encontrar a lo que
Amelia llamaba fusil; una planta
extinta y dentro de una roca; no era algo que pudiese ver todos los días y tenía
curiosidad por encontrarla para verla con mis propios ojos. Buscamos en los
alrededores, levantando rocas de todos los tamaños, sin encontrar nada; ni en
los troncos cubiertos de musgo, ni en los arbustos más espinosos, o incluso por
debajo de la capa de hojas secas que cubrían el suelo. En la búsqueda hallamos
muchos tipos de rocas, pero todas ellas eran iguales, sin nada especial. Lo que
queríamos era único, un objeto el cual quizás guardaba un gran misterio en su
interior, sólo hacía falta usar nuestra imaginación. Cuando intentamos con
todos los métodos obvios de búsqueda, decidí hacer algo fuera de lo
convencional.
─Amelia, ¿recuerdas donde
viste por última vez tu fusil?
─pregunte.
─Sí, fuer por esta zona ─señaló a nuestro
alrededor─. Pero ya busque aquí y por los alrededores.
─ ¿Y cómo fue que lo
perdiste? ─proseguí.
─Bueno, en realidad no lo
perdí, lo dejé aquí. En éste sitio fue donde lo encontré, ya había venido en
otros años, pero jamás me llevo mi fusil,
siempre lo pongo aquí y cuando regreso a la feria lo encuentro otra vez. Pero
este año me está costando trabajo encontrarlo de nuevo, me preocupa un poco.
─ ¿Lo dejas simplemente
aquí? ¡No existe una buena razón para dejar tu fusil tirado en el bosque! Sería más sencillo conservarlo, además
de ser más seguro, es tonto soltar algo tan valioso para perderlo ─dijo Miles
sin poder contener su frustración.
─Yo pienso que es la
única forma de conservar lo especial que es. Ha estado aquí desde el principio,
éste es su hogar o alguna vez lo fue. No quisiera apartar algo que ha estado
aquí desde hace tanto tiempo; además es más divertido buscarlo de nuevo, como jugar
a encontrar un tesoro perdido ─termino con una sonrisa.
─Es verdad ─dije sin
querer.
─ ¿Entonces alguna idea?
─me observó esperanzada.
Me pare justo en donde Amelia dijo que soltó su fusil por última vez, no lo encontraría
en ese lugar desde luego, pero sería mi primera pista. En ese momento tomando en
cuenta las posibles lluvias, la dirección donde soplaba el viento y lo
inclinado de aquel sitio, pude trazar en mi mente tres posibles rutas, marcadas
por un camino de tierra. Seguramente el fusil
se desplazó por el lodo que caía en forma vertical desde la colina.
─Tomando
en cuenta las posibles lluvias y como se movió la tierra por esta zona tengo
tres posibles lugares ─dije en voz alta.
─Y también
tomando en cuenta que nadie más lo tomara ─inquirió Miles.
─
¿A qué lugres te refieres? ─Amelia me observo intrigada.
─Abajo,
donde se acumula todas las hojas y tierra ¿Puedes verlos? Son como tres
caminos, tú puedes buscar por la izquierda donde están esos arbustos, Miles ira por la derecha donde se ven esas
rocas y yo buscare en frente donde los árboles.
─De
acuerdo, ya tenemos un plan ─dijo Miles con un mejor ánimo.
Seguí el camino adentrándome en la espesura, con mis ojos
fijos en el suelo buscando cualquier anomalía. Cual sabueso en plena casería, examinaba
cuidadosamente todas las rocas en el camino, levantaba cualquier montículo de
tierra que me pareciera sospechoso, hasta me adentré en la maleza, lo cual me
causo algunos raspones en las piernas; sin conseguí ningún resultado. Me detuve
a pensar un momento, observando con cuidado la punta de aquella elevación de
tierra en donde Amelia dejo su fusil por
última vez, trace una ruta mentalmente; podía imaginarme todos los posibles
lugares en donde el fusil pudo haber
terminado. Examine cada rincón siendo muy meticuloso, mi instinto me condujo
hasta llegar a un tronco caído, y justo debajo de una rama caída lo vi; de un
color extraño para una roca y con una forma plana, al fin creí encontrar lo que
buscaba. Al levantar la extraña roca pude observar la espiral en forma de
caracol rodeada de hojas pequeñas, tal y como nos contó Amelia. Sin perder más
tiempo los llamé con un fuerte grito.
─ ¿Es éste tu fusil?
─
¡Lo encontraste! Enserio gracias.
─Lo
vez, si somos detectives.
Desde el principio todo había sido un juego para nosotros, y
el juego continuo durante el resto del día, Amelia al fin pudo enseñarnos su fusil y nosotros la hicimos un miembro
honorario de nuestro equipo. Desde ese momento sentí que todo era tan natural
estando con Amelia, ella no sólo se había acoplado muy bien con nosotros, también
demostró ser una buena amiga. Desde luego Miles y yo jamás pensamos en aceptar otro
miembro, pues sentíamos que dos era la cantidad perfecta y equilibrada, como en
cualquier relato o programa de detectives; dos era un buen número para un
equipo de investigadores. Pero lo inesperado siempre sucede; igual a los giros
que nos da la vida en ocasiones. Aquel día fue sin dudas de mis mejores
recuerdos, pero no podía durar para siempre, el relato debía llegar a su final
y mi historia junto con Amelia debía seguir avanzando. Miles y yo nos
despedimos de nuestra nueva amiga al terminar el juego, el sol comenzó a
ocultarse y antes de que Amelia dijera sus últimas palabras arrojo su preciado Fusil lejos de nosotros.
─Así
tendremos algo que buscar cuando nos encontremos otra vez, será igual de
divertido ¿Nos reuniremos de nuevo cierto?
─Sí,
nos reuniremos de nuevo Amelia ─sonreí.
Miles y yo regresamos con mis padres, como era de esperarse
fuimos regañados cual niños desobedientes. No les causo ninguna gracia habernos
buscado por toda la feria mientras los preocupábamos más, el tiempo marcho tan
rápido que no nos percatamos de la hora, eso causo una gran conmoción en mi
madre. De regreso a casa Miles no pudo aguantar el sueño y se durmió durante
todo el camino, yo me quede despierto un rato mientras observaba por la ventana
el paisaje oscurecido por los durmientes rayos de sol; sólo podía pensar en si
volveríamos a encontrarnos con Amelia en el próximo viaje; la extraña chica del
vestido rojo.
Sin duda la vida suele ser caprichosa en ocasiones, una
simple decisión puede darnos tantos caminos a escoger, pero cada uno con un
destino impredecible. De regreso a la feria tuve un triste viaje por la
carretera, Miles no nos acompañaría a la feria. Me fue imposible reunirme con mi
mejor amigo de nuevo, todo indicaba que sería yo solo por ahora. Sin embargo al
adentrarme de nuevo en la entrada del bosque, fue una grata sorpresa
encontrarme de nuevo con Amelia. En verdad me sorprendió pues seguía siendo la
misma niña misteriosa de siempre, no había cambiado en nada. Salvo por el
vestido rojo, su atuendo en esta ocasión cambio a un estilo de ropa más acorde
con el clima caluroso; un short corto de mezclilla y una camiseta de mangas
cortas con rayas blancas y rosas. Amelia se encontraba sentada en el mismo
tronco caído de la vez anterior, note una expresión más pensativa en su
semblante.
─ ¿Amelia,
eres tú?
─Disculpa, estaba
distraída.
─Soy Henri, nos conocimos
el año anterior.
─ ¡Por supuesto! Hola
Henri, me alegra verte otra vez. Por un momento no te reconocí. Fuiste amable
al recordarme, pensé que jamás nos veríamos de nuevo. Pero dime ¿qué paso con
Miles?
─No pudo venir, estaba
ocupado ─respondí sin poder ocultar mi pesar.
─Bueno, seremos tu y yo
en esta ocasión, siéntate si quieres ─dijo mientras me sonreía.
─ ¿Que observas?─pregunté
mientras me sentaba.
─ ¿Prometes no burlarte?
─Nunca me burlaría.
─No observaba nada, sólo
pensaba.
─ ¿En qué?
─Algo tonto.
−Dilo.
−Es que es extraño como
cambian las cosas, bueno supongo que no pueden dejar de cambiar, y sin embargo
siguen existiendo quienes no pueden cambiar, los otros ven a quienes no cambian
como seres que sólo estorban, lastres pesados imposibles de mover. Es por eso
que siempre arrojo mi roca vieja y antigua; mamá me enseño sobre los cambios en
las mariposas, como al principio son gusanos grandes y lentos, y después cambian
para convertirse en una mariposa. Yo espero que todos puedan cambiar en algo
bueno, pero muchos no pueden hacerlo, las rocas duras y viejas no pueden
hacerlo.
─ ¿Quieres encontrar tu fusil para ver si ha cambiado? ─pregunte
sin pensar bien en lo que decía.
─Olvida lo que dije ─Amelia
se levantó de un brinco y recobro su ánimo ─. Vamos a buscarlo.
Pasamos un largo rato tratando de encontrar el dichoso fusil de Amelia, esta vez éramos un
equipo de dos. Mientras observábamos en los alrededores hurgando con la vista
todo rincón posible, fue inevitable que aquel breve periodo de silencio, fuera
interrumpido por una plática más amena. Con el pasar del tiempo el intercambio
de información nos revelo nuestras edades, gustos, colores e incluso animales
favoritos; toda clase de intrigas alimentadas por una mente infantil. Al final
del día logramos encontrar de nuevo el fusil,
pero aún más importante Amelia y yo encontramos una amistad fuerte. Al terminar
el día aprendí algo importante; Amelia en verdad era especial.
─ ¡Lo encontramos de
nuevo! –Amelia se expresó con gran alegría.
─Sí, fue más difícil,
cada vez más difícil ─dije mientras tomaba bocanadas de aire.
─ ¿Se ve algo diferente
no crees?
─Tal vez te lo imaginas.
─Tal vez, oye pronto
tendré que irme.
─Yo igual ─dije con una
mueca deprimente
─ ¿Nos vemos en la
siguiente feria? –pregunto con ojos ansiosos.
─Sí –respondí aliviado.
─ ¿Nos encontraremos de
nuevo?
─Por supuesto.
─ ¿Y si no?
─Uno de los dos
encontrara de nuevo el fusil, y
dejara un mensaje, así podremos seguir hablando, prometo buscarlo siempre.
El tiempo pasó y la siguiente feria llego más pronto de lo que
esperaba, en esta ocasión un fuerte sentimiento por ver de nuevo a Amelia me invadió,
fue inexplicable esa sensación la cual trepaba por mi mente, por alguna razón
no podía aparta a Amelia de mi pensar; ella sí que era una chica especial. Una
vez más me aparte de mis padres para adentrarme en el bosque, mientras caminaba
las hojas secas crujían como si intentaran alertar a toda criatura viva en el
bosque de mi presencia. Encontrarla no fue nada complicado, la divisé sentada
en el mismo lugar de siempre, mirando hacia el cielo, quizás esperando el ver
caer otra maravilla extinta desde lo alto. Al acercarme dio media vuelta, me sonrió
y al ver su rostro supe que era tal y como la recordaba. En el tiempo que
estuve lejos de ella descubrí dos cosas; la primera es el verdadero origen de
su fusil, el cual en realidad era un
fósil y no fusil: simple error de
pronunciación. Y lo segundo es la fuerte conexión que sentía por Amelia; intente
negarla por un largo tiempo, pero no podía ocultar más. Después de un rato buscando
de nuevo su fósil, decidimos descansar cerca de un arroyo.
─Cada vez en más difícil
encontrarlo, sí que me canse ─dije mientras respiraba hondo.
─No te rindas, nunca lo
hagas, lo encontraremos siempre, juntos ─Amelia me tomo de la mano,
siempre
encontraba la forma de animarme.
─Claro.
Sentado al lado de Amelia, en una gran roca liza ya humedecida por
la corriente, observábamos el pequeño arroyo fluir entre el camino de rocas.
Entonces tome una pequeña piedra y la lance para ver qué tan lejos llegaba.
─ ¿Viste eso? ─pregunto
con gran sorpresa.
─ ¿Qué cosa? ─dije
confundido.
─Tu reflejo, creí haber
visto a un monstruo en tu reflejo, con ojos rojos y brillantes.
─No seas tonta, no
existen los monstruos ─le respondí burlonamente.
─Si tú lo dices.
Años pasaron desde que nos vimos por última vez en aquel bosque,
aún recuerdo cuando nos divertíamos en la feria, incluso en una ocasión logre
ganarme un conejo de peluche; te lo di y siempre lo has conservado. Crecimos
juntos y jamás nos cansamos del otro, aun te recuerdo como en nuestra primera
vez, tu sonrisa un destello inolvidable. Aquella niña extraña de un singular
modo de pensar, la misma chica con la que decidí entrar a la universidad y
forjar un sueño juntos, la misma con la que soporte el desalentador mundo, un
lugar en el cual aprendí que era incomprensible
para los soñadores. La misma mujer de la cual me enamore y quien me hizo feliz
desde el día en aceptarme como esposo; Amelia amada mía, a tu lado nada era
imposible de superar, ni siquiera el haber renunciado a todos mis sueños.
El mundo nos hace tropezar, en ocasiones con sorpresas desagradables,
por supuesto todos se mueven sin saber que les aguarda más adelante, de eso nos
dimos cuenta Miles y yo. Al final no pudimos convertirnos en los detectives que
siempre quisimos ser, pues las cosas funcionan de una manera distinta. La vida
suele ser cruel en muchas formas, desechando a quienes no necesita, algunos
simplemente no pueden encajar en su molde, sea el camino correcto o no tenemos
que adaptarnos; es lo que hicimos Miles y yo. Al final terminamos trabajando en
lo más parecido a ser detectives. Entramos en la policía. Lo cierto es que no
nos fue tan mal en ello, ambos llegamos a un puesto importante, empezamos como
investigadores de campo hasta llegar a ser los jefes de la división. Miles
siempre disfruto más de su empleo, yo por otra parte, bueno; cuanto quisiera
decir que trabajábamos del lado de la justicia, pero lamentablemente es mucho
más complicado. La mayor parte del tiempo era como tener las manos atadas,
dejando a las ratas libres quienes se movían entre las paredes para roer
aquellos cimientos que sostenían a la moral.
Todo aquello eran simples tropiezos teniéndote a mi lado; mi amada
Amelia. Desde el día de nuestra boda nunca se trató de lo feliz que me hiciste,
pues al permanecer juntos me sorprendía
lo fuerte que llegue a ser. Nada nos detendría Amelia, y la vida sería prueba
de ello. Siempre seriamos un equipo como en aquellas tardes cuando éramos
niños, jugando a los detectives y buscando tu preciado fósil.
Aún recuerdo tus palaras, palpitan en mi alma como latidos aferrándose
a la vida, suenan dentro de mi cabeza, imitando aquel ultimo pero vívido
momento; tus últimos deseos sellados con las lágrimas de un amor inquebrantable
“No te rindas”.
Hincado en tu lapida guarde el arma con la cual planeaba
dispararme en la cabeza, de mi chamara saque tu extraño fósil para mirar por
última vez su inusual forma en espiral, una gota callo sobre la extraña planta
y por un momento pensé que volvería a brotar como una semilla nueva. Lo deje
contigo, desde ahora siempre lo tendrías. En ese momento un último fragmento traspaso
mis memorias y lo proyecto en mi cabeza. Te vería una vez más.
─ ¿Tienes miedo, cariño?
No te preocupes, estarás bien, lo sé ─una lágrima se deslizó por tu mejilla: De
verdad odiaba verte en esa cama de hospital.
─No Amelia, tu estarás
bien, te lo prometo, nos veremos en casa… nos veremos ─sostuve tu mano con
todas mis fuerzas, no quería que me vieras débil, pero las lágrimas salieron
sin poder evitarlo.
─Tú siempre has podido, Henri. Te amo.
─Amelia, siempre fuiste
la más fuerte.
─No quiero dejarte solo,
eso es lo que más me duele –cerro los ojos como intentando suavizar el dolor.
─Yo no te dejare sola,
nunca.
─No te rindas ─en ese
momento Amelia me mostro una sonrisa radiante, imposible de olvidar.
Regrese a la realidad, en donde tú ya no estabas, camine
apesadumbrado el resto del camino por aquel sombrío cementerio. Hoy estuve muy
cerca, demasiado cerca del gatillo, pero siempre tengo más días, aun me
pregunto cuando llegare al límite, el momento exacto cuando escuche el crujir
del gatillo y un trueno selle me destino. Camine por un largo sendero perdido
entre mis pensamientos, todo lo demás a mi alrededor eran de un color incierto.
Caminaba sin propósito cerca de estar dormido, hasta que un estridente sonido
me despertó. Las ruedas de un auto raspando el pavimento, seguido de un chillido
insoportable fueron la causa, fije mí vista en la calle y descubrí la espantosa
figura de un perro solitario tirado en el asfalto, era la imagen de la muerte. El
perpetrador escapo de la escena como si no importara; desde luego en este mundo
tenemos a quienes son desechables.
Sin poder evitarlo me acerque, me di cuenta que se trataba de un
perro bastante ordinario, quizás callejero; color marrón y con un tamaño encima
del promedio. Aun respiraba pero la herida en su lomo era grabe, sería difícil
cargarlo. Lo observé por última vez y me arme de valor, lo lleve en brazos por
todo el camino hasta mi casa; sin duda el tipo de cosas que Amelia haría. Al
llegar coloque al perro en el suelo de la cocina, tenía la intención de ir por
una toalla, vendas y un poco de alcohol. Me arrodille junto a él para observar
aquellos ojos asustados, me hipnotizaron por un momento y al hacerlo me
anunciaron lo que vendría después. Sus redondas ventanas se cerraron lentamente
despidiéndose de este mundo con un resplandor fugas. Acaricié a la pobre
criatura sintiéndome impotente ante la situación. Dije que este mundo era
cruel, pero la muerte era un huracán la cual se llevaba a quienes de verdad
hacen falta aquí. Ya no podía hacer nada, se marchó junto con mi último
recuerdo de Amelia; lo siento tanto mi amada, no pude salvarlos, a ninguno. Si pudiera
rescatarlos de ese profundo abismo, te aferraría a la vida para nunca soltarte,
si tan sólo, si tan sólo…
Abrase al perro sin darme cuenta de mis acciones, lo apretaba con
fuerza cuando sentí un escalofrió recorrer mi cuerpo, una sensación cálida bajo
desde mi cabeza y termino en todo mi cuerpo, enseguida note como mis manos
ardían al rojo vivo, pero no me quemaban, nada me lastimo, sólo sentía su
calidez. De pronto un movimiento en mis brazos me perturbo, escuche un leve
chillido mientras una sensación fría viajaba por todos mis nervios. Instintivamente
solté al animal para confirmar lo que me temía. Con horror vi como uno de sus
oscuros ojos me observaba, me paralice por completo mientras contemplaba a la
criatura recobrar sus fuerzas. Lentamente pudo pararse en sus cuatro patas. El
perro había muerto en la cocina, ya no respiraba, no podía equivocarme. Sin
embargo se encontraba frente a mí, observándome con ojos acusadores. Me invadió
un irremediable impulso por arrojarlo lejos de una patada, pero saco su lengua
y en señal de agradecimiento comenzó a lamerme.
No podía creerlo, tal vez ya me había volviendo loco sin siquiera
notarlo, aquel acto imposible que presenciaron mis ojos no tenía explicación,
cientos de horas imaginando misterios en la infancia, y en la adultez ser
testigo de horrendos casos de homicidios, tantas veces que visité la morgue y
aquellas fotografías profanadas por la inocencia perdida de infantes, cuerpos
cadavéricos pálidos hasta la muerte; ¿ninguna de esas cosas me preparó lo
suficiente?
En una gran lista de posibilidades creadas por mi revuelta cabeza,
pensé en un castigo por haber deseado tanto la muerte, quizás un ser
sobrenatural con intenciones perversas o incluso un regalo en forma de
maldición; cualquiera que fuese el motivo, no podía comprender porque llego a mí.
Jamás creí en seres sobrenaturales o en milagros sin ningún tipo de
explicación, y esto en definitiva no obedecía ninguna ley convencional. Observé
mis manos como dos herramientas infectas, preguntándome si en verdad había
muerto en el cementerio o yo me había vuelto loco.