Alexis
Desperté sintiendo que el mundo a mí alrededor giraba en un
sentido opuesto, y en el sólo podía identificarme como un desconocido. Este día
no sería diferente a los otros, me sentiría igual de aislado siendo el estado
natural de mí ser; pero tenía un presentimiento inquisitivo, de alguna manera
el ambiente era diferente y fui incapaz de darle una explicación. Todo estaba
situado en su lugar correspondiente, y los colores aunque colocados
correctamente en su respectivo lugar, mis ojos de alguna manera lograron
distorsionarlos como si fuesen parte de alguna pintura abstracta; haciéndome
sentir que yo era quien no pertenecía del todo. Esa misma noche tuve un sueño
único, del tipo de sueños difíciles de recordar por lo insólitos de su naturaleza.
Toda aventura vivida en aquellos espejismos mentales, se desvanecía de mi
memoria como un recuerdo grato de la infancia; lo siguiente fue estirar mis
brazos y asumir que no sería de importancia.
Al erguir la cabeza me percaté del desastre que era mi cabello
en esos momentos, me levanté de mala gana notando un destello de luz radiante,
el cual golpeó mi rostro tras escapar por una pequeña abertura. Cubrí mis ojos
para evitar atrofiar mí visión y tapé la cortina donde la luz penetraba al
recinto. En verdad detestaba los días soleados, de alguna manera hacían más
difícil fingir una expresión alegre. Antes de quitarme la piyama de cuadros,
observé por un momento las figuras de plástico acomodadas encima del escritorio;
eran personajes de mi saga preferida de películas protagonizadas por Godzilla. Fui cuidadoso en colocar a
cada grupo de monstruos por categoría, primero a los de origen prehistórico,
después mutantes, alienígenas, insectos y por último a los mecas. Mis gustos no habían cambiado mucho desde niño, siendo un
gran fanático de los monstruos y juegos de estrategia. Yo era un buen jugador,
y generalmente me gustaban los retos. Todo tipo de pasatiempos con la finalidad
de poner a prueba mis capacidades mentales, eran de mí mayor interés; el resto
de actividades solían carecer de importancia. Todo en la habitación estaba
acomodado de una forma especial, nada podía estar fuera de lugar sin que yo lo
notara. Era como una especie de trampa invisible resguardando la integridad de
mi espacio.
Hace unas semanas cumplí los quince años, ahora aquellos
gustos infantiles deberían de haber cambiado por lo menos un poco, pero lo
único cierto en eso es el reciente interés que adquirí por las chicas. Todo
comenzó en una pequeña revistiería cerca de casa, yo solía frecuentarla en
busca de libros o cualquier artículo relacionado con mis kaijus favoritos. En una ocasión al encontrar lo que buscaba, fui
directo con el amigable chico del afro, quien trabajaba como cajero. Ya de
frente en la caja registradora me llevé una gran sorpresa, pues descubrir que
ningún chico con afro se encontraba atendiéndola; se trataba de su remplazo,
una chica de cabello liso. Su mirada profunda captó mi atención desde el primer
momento, y en conjunto con su actitud despreocupada, me hizo notar lo genial
que era. Su cabello corto y de color negro, combinado con su forma de vestir
nada ordinaria, en verdad lograron fascinarme, haciéndome experimentar una
serie de cambios en mis emociones, para los cuales yo no estaba preparado. Al
mirarla de frente casi enmudecí; en verdad que era linda. La nueva cajera debía
sobrepasarme por cinco o seis años como mínimo, jamás me atreví a preguntarle
su nombre, de hecho nunca le dirigí ninguna palabra, nuestra interacción
siempre se limitó a, yo dándole el dinero y ella metiéndolo dentro de la caja
registradora. Recuerdo que en ocasiones sólo entraba a la revistería para
comprar cualquier objeto, siendo mi principal motivación verle de nuevo. De
verdad detestaba sentirme interesado en una chica, era un sentimiento
incontrolable, capaz de revolverme el estómago igual que una especie de virus
infeccioso; en muchas ocasiones sentí ganas de vomitar por estar junto a ella
.Lo peor de todo es que no estaba ni remotamente cerca de conocerla un poco.
Ya vestido me dispuse a bajar por la escalera, mis padres
junto con Joanna y Sami, las dos hermanas mayores, se encontraban a punto de
desayunar. En verdad apreciaba mucho a mis hermanas, a pesar de ser las más
unidas de la familia, yo estaba unos cuantos rangos debajo de la escala social
de hermanos, sin embargo siempre habían demostrado quererme muy a su inusual
estilo. Al llegar a los siete años vivía con el temor de ser convertido en la
tercera hermana, pues en más de una ocasión ellas intentaron ponerme los
vestidos de fiestas que a Sami, la hermana de en medio, ya no le quedaban.
Aprovechándose del pequeño tamaño de su hermano menor, a las dos no les costaba
mucho trabajo hacer que los vestidos me quedaran; lo sé porque en una ocasión
lograron salirse con la suya. Sin embargo no les guardaba rencor por el pasado,
ya había superado aquella etapa de resentimientos. En ese tiempo mis compañeros
de salón solían burlarse de mí diciéndome “niña”, no por los vestidos que mis hermanas
intentaban ponerme, sino por mí rostro el cual carecía de todo rasgo masculino.
El bullying término al cumplir los
diez años, en ese entonces los rasgos de la cara comenzaron a madurar de
acuerdo a mí género; mamá siempre decía que era un chico guapo, y los demás
simplemente me tenían envidia, pero yo jamás me lo creía.
Si pudiera usar una palabra para describir a mamá genial era la más adecuada, ella siempre
me pareció una de esas madres locas que en ocasiones actuaban como niños, pero
de acuerdo a la situación podía convertirse en una madre ejemplar. En cuanto a
papá, yo lo apreciaba mucho, a pesar de haber estado ausente durante algunos
periodos de mí vida. Al crecer me di cuenta que él era más de esas personas quienes
veían el mundo a su propia manera, y trataban de convencer al resto de verlo
con sus mismos ojos. Yo desconocía cómo funcionaban aquellos engranajes
responsables de hacer girar a la sociedad, pero si podía estar seguro de algo,
los míos giraban en un sentido opuesto.
Una de mis principales características, era poseer un
sentido de la curiosidad muy desarrollado. Constantemente me preguntaba cómo
funcionaban los pequeños mundos individuales dentro de la mente de cada
persona. En ocasiones dudaba si realmente aquellos individuos podían razonar
como seres independientes, o si todos eran parte de una conciencia única, con
un sólo propósito implantado. Observando a los sujetos de mis estudios
mentales, con la esperanza de poder entender su pensamiento consiente, o
incluso intentar descifrar el funcionamiento de aquellas mascaras llamadas
rostros, comprendí lo mucho que me estaba alejando del todo. En verdad deseaba
poder explorar más afondo los pensamientos ajenos, penetrar debajo de sus
mentiras, apartarlos de sus engaños para ver quiénes son en realidad; y tal vez
entonces dejaría de temerles.
Al terminar mi desayuno tome el camino que me llevaría
directo a la parada del transporte, ese tiempo de trayecto era muy útil para
reflexionar, y en verdad necesitaba poner mis pensamientos en orden. Caminando
por la banqueta podía observar la entrada hacia una zona boscosa, era como si
una especie de muralla natural separara el mundo civilizado del bosque, en
aquel lugar había sitios interesantes para explorar; yo mismo descubrí un
espacio solo para mí, lejos del ajetreado mundo exterior, un santuario. En ese
momento comencé a pensar en las incoherencias, pues gracias a la experiencia
que adquirí con el tiempo, llegue a una conclusión acerca de las contradicciones.
Estaba seguro que al despertar muchas personas eran capaces de decir al menos
veintiocho de ellas, y el noventa por ciento no estaban conscientes de ello.
Durante el camino procuraba ver siempre al suelo, sólo en
caso de encontrarme con algún objeto que pudiera causar uno de mis tantos
tropiezos. A unos cuantos metros me topé con la roca que había pateado el día
de ayer; no se había movido del mismo sitio, sospechoso pero creíble. Más
adelante tendría que encontrarme con un pequeño estanque donde los sapos solían
salir en los días más húmedos; me encantaba la lluvia porque me permitía tomar
tantos sapos como quisiera. Después del estanque me crucé con dos posibles
caminos, el más corto de ellos me condicionaba a pisar parte del asfalto, y el
otro aunque más largo, no me exponía a ninguna clase de peligros. Opte por el
más seguro. De haber elegido pisar el asfalto, habría tenido un sesenta y ocho
por ciento de probabilidades de correr peligro; yo jamás tomaba un riesgo
innecesario, sin importar lo insignificante de este.
Tranquilamente llegué a la parada del transporte, me senté
en la banca como buen soldado, y mientras esperaba, observe el cielo ya oscurecido
por las nubes de color grisáceo, percibí el aroma a humedad. Todo indicaba que
sería un día tranquilo. El transporte tardaría unos diez minutos cuanto mucho. Y
efectivamente, llegó en el tiempo establecido. Yo tenía todo calculado, la
prueba fehaciente era mi impecable asistencia. La vida fue mucho más sencilla
desde que aprendí a identificar y seguir los patrones.
Llegué al instituto sin ningún inconveniente, pacíficamente
me dispuse a esquivar un considerable número de estudiantes que entorpecían mi
camino. El ruido de un conjunto grande de personas era en verdad irritante para
mis oídos, claro, después de un tiempo logré acostumbrarme, sin embargo en
ocasiones no podía evitar ponerme de mal humor. En los pasillos era testigo de
la actual moda en los tiempos modernos,
si podía llamarlos de esa forma. Era como ver una especie de influencias
tomadas de cientos de épocas pasadas, combinado con el actual auge de la cultura pop. Generalmente en donde
hubiese estudiantes se podía encontrar casi de todo, y no me refería
exclusivamente a ciertos grupos de tribus
urbanas; creo que ese era el término correcto. Encontrarme con personas de
todos los grupos sociales siempre fue una experiencia divertida, observándolos
usar ropa extravagante, la cual trataban de combinar con su propia actitud, una
fascínate forma de expresar algo llamado individualidad.
No es que yo no la tuviera, mi estilo, si de verdad tenía uno, era más
conservador. Procuraba darle prioridad a la comodidad, intentando mantener mis
gustos. Generalmente optaba por ropa que no estuviese ajustada, en cuanto a los
colores prefería tonos grises u obscuros; no soportaba nada que fuera llamativo
o colorido. En ocasiones lograba toparme con alguna chica rockera, siempre me parecieron lindas aunque yo jamás le gusté a
ninguna.
Entre al salón de clases, con la esperanza de no tener que
interactuar socialmente tan pronto con mis compañeros. Realmente no me
desagradaba nadie, pero era agotador tener que simpatizar con al menos la
mayoría de ellos. Experiencias pasadas me hicieron aprender lo dura que era la
vida cuando tus propios compañeros aprendían a odiarte; nunca me permitiría
sufrir de nuevo aquel pasado tan desagradable. En el presente había adquirido
la útil habilidad de simpatizarle a todo el mundo, y sin embargo me seguía
sorprendiendo de lo fácil que era. Básicamente se resumía a asentir con una
sonrisa amistosa a toda cuestión u opinión en la que te involucraban; incluso
si no lograbas entender nada de lo que trataban de decirte. Pero sobre todo una
regla fundamental era, jamás decir lo que piensas, la clave estaba en pensar
como lo dices. Desde luego yo no gozaba ni de cerca con ser parte de un círculo
social elevado, pero nadie tenía problemas conmigo, incluso se comportaban de
manera amable. Yo estaba entre el limbo de ser un chico invisible, pero a la
vez querido por todos.
Desde luego no pertenecía a lo que se denominaría como
persona conflictiva, prefería ser del tipo pacífico, creía fiel mente en el
dialogo como resolución a cualquier conflicto, apelando a la razón siempre. No
podía decir que fuese incapaz de recurrir a la fuerza física, pero era sabio
usar siempre tus mejores talentos para resolver tus problemas. Culpo de mi
ineficaz fortaleza física al nulo interés que tenía por los deportes, no estaba
en contra de practicar una actividad tan sana, pero simplemente para mí carecían
de todo sentido. Era como si mi cerebro se enfadara conmigo, por tratar de
practicaren escenarios donde él no participaba, lo tenía bastante acostumbrado
a actividades donde podía ser el centro de atención; las simples desventajas de
tener un cerebro celoso. Aun así jamás me preocupé, no recuerdo haber estado en
ninguna situación donde requiriera utilizar la fuerza física, y por fortuna no estudiaba
en un ambiente hostil. Claro, nunca fue libre de los escándalos, sin embargo no
tenía un historial violento.
La mayoría de mis compañeros llegaron temprano, los observe
mientras charlaban, algunos juntándose en grupos grandes o pequeños. Me
desplacé con cautela directo a mi lugar asignado, pero en el camino una clase
de fuerza desconocida me detuvo; una de mis compañeras estaba jaloneándome la
manga de la chamarra. Se trataba de Verónica, una chica extrovertida de cabello
largo, quien siempre disfrutaba de cualquier cosa que fuese colorida y dulce.
No tenía ningún problema con ella, jamás fue desagradable, pero siempre intentaba
incluirme en asuntos que no me competían; ella desde luego no sabía eso, ya que
nunca le interesó conocerme a fondo.
─Alexis, por favor ayúdame, estoy
enfermando ─dijo con una expresión de extremo fastidio.
─ ¿Te sientes mal? Puedo
acompañarte a la sala de profesores ─le respondí.
─ ¿Qué?... No ─soltó una
risita ─. Estoy enferma de cansancio, me desvelé haciendo tareas. Voy a morir
─dijo mientras seguía jaloneándome.
─Creo que no puedo
ayudarte con eso ─le respondí mientras reprimía todo impulso de arrebatarle mi
chamara.
─Oye, no me saludaste.
─Hola ─le complací.
─ ¿Por qué no te sientas
hoy conmigo? ─lo dijo con su tierna voz. Ella ignoraba el hecho de que ya no
quedaban lugares a su alrededor; además prefería estar solo.
─Bueno, yo… ─no se me
ocurría nada.
─Sigo extrañando mi
pulsera, la perdí ayer de camino a casa ─soltó la manga de mi chamarra para
tocar su muñeca, no parecía alegre o molesta.
Si perdido la pulsera de camino a su casa era lógico pensar que ya
no la encontraría, no sabía en donde vivía Verónica, por lo tanto no estaba
dentro de mis capacidades poder ayudarla. Por otro lado quizás sólo se estaba
desahogando conmigo, no podía saberlo, este tipo de situaciones me frustraban.
Además ¿por qué mencionármelo justo en ese momento? Aquella conversación
carecía de todo sentido, ¿qué se supone que debía hacer? ¿Acaso existía alguna
guía para orientarme en estos casos? Por un momento pensé en decirle que no le
serviría de nada darme esa información, porque no recuperaría su pulsera. Pero
quizás malinterpretaría mis palabras, y me negaba a ser ofensivo con Verónica;
me limite a sonreírle amistosamente.
─ ¡Alexis! Amigo, que
bueno que llegaste, dime ¿hiciste los problemas de física? ─se acercó un chico
algo fornido y de expresión alegre.
Se trataba de Paulo, su carácter amistoso y despreocupado le hacían
caer bien en algunos grupos. Siempre llevaba puesta una gorra, usualmente de
color rojo, su favorito; aunque siempre tenía que quitársela cuando el maestro llegaba.
Mentiría si dijera que me gustaba estar con Paul, aunque jamás tuve nada en
contra de él, podía comprender su simplicidad, la cual no tenía nada de malo,
pero no había nada compatible entre nosotros.
─ ¡Déjalo en paz! Él no
tiene la culpa de que seas un descuidado ─respondió la chica sentada al lado de
Verónica, Claudia.
Ella tenía el cabello más corto que Verónica, su rostro era más
redondo debido al nada exagerado sobrepeso de su cuerpo. Yo le caía bastante
bien, solía ser muy amable conmigo, y al menos trataba de comprenderme un poco
más. Sin embargo tampoco teníamos nada en común.
─Pero él es mi amigo,
¿verdad que me prestaras tu libreta? Sólo por un momento, para comparar
respuestas ─dijo mientras me guiñaba un ojo.
─Nadie cree eso ─le
reclamo Claudia en tono severo.
─No me molesta ─respondí.
─ ¿Entonces si tienes
todo correcto?
─Sí, una parte, bueno la
verdad tuve complicaciones, no sé si te sirva.
─Alexis no tienes por qué
prestársela ─insistió Claudia.
─ ¡Oye Raúl! ¿Hiciste los
problemas de Física? Necesito ser feliz ─Paulo ahora se dirigía al chico con
mejores notas del salón.
Claudia y Verónica decidieron ignorarme para conversar entre
ellas, era momento oportuno de tomar mi asiento y ocuparme de mis asuntos. Pero
antes de marcharme alguien me había agarrado por el hombro. Cuando me di la
vuelta comprendí que se trataba de George, el usaba lentes rectangulares color
negro y su cabello era rizado; generalmente un buen chico. Hasta donde yo sabía
George tenía una buena opinión de mí, y el sentimiento era mutuo.
─Buenos días Alexis
─saludo George.
─Hola, buenos días ─respondí algo nervioso.
─Linda chamarra, ¿dónde
la compraste? ─observo mi chamarra como si fuese a comérsela.
─Regalo de cumpleaños.
Sabía que George tenía en su repertorio mejores temas de
conversación que una simple chamarra, me encantaba escucharlo hablar sobre el
arte del cine y datos históricos poco conocidos. Yo no tenía mucho que
aportarle, pero intentaba aprender todo lo que podía de él. Mi chamara en
cambio no tenía nada de especial, estaba bordada con cuadros color rojo y
negro, simple y cómoda.
─Es que te confieso,
siempre me ha gustado tu estilo retro ─George me sonrió.
Si yo tenía un estilo retro no era a propósito, mi ropa la elegía
con toda normalidad, George estaba algo obsesionado con lo retro; pero a cada
quién lo suyo. Sin previo aviso el silencio se propagó en el salón, todos
regresaron a sus asientos al ver la figura del profesor de Física atravesar la
puerta. Se trataba de un hombre con aproximadamente treinta y cinco años de
edad, su aspecto daba un cierto aire jovial, el cual se rompía al ver la
entrada de su futura calvicie en la frente, su cráneo a simple vista parecía
más grande de lo normal. No es que el señor Orlando fuera un mal profesor, el
problema entre nosotros era simplemente un enfoque diferente de opiniones. A
los otros profesores los tenía encantados con mi forma de trabajar, a pesar de
no ser el mejor alumno de todos, ellos siempre apreciaban mis esfuerzos. En
cambio el profesor Orlando tenía una opinión diferente sobre lo que era un
alumno ejemplar. Sus clases aunque en ocasiones tenían temas interesantes, me
hacían pensar que se esforzaba en explicarlas de la forma más tediosa posible.
─Buenos días ─saludó con
su seca voz.
Saque rápidamente mi libreta de Física. En ese momento estaba algo
molesto, pensé que tendría tiempo suficiente de corregir mis operaciones
matemáticas, pero el profesor había llegado mucho antes de lo previsto.
Teníamos la oportunidad de elegir los problemas al azar de nuestro libro de Física,
tal y como lo sugería el capítulo. Al resolver los míos no podía comprender el
porqué, pero después de haberlo hecho varias veces, el resultado final que me
daba era siempre veintiocho; una experiencia en verdad frustrante. Ese tipo de
coincidencias eran imposibles de darse, de nueve problemas elegidos el
resultado de todos no podía ser veintiocho. Fue una lástima no tener tiempo de
corregirlo.
─Ayer hablamos de las
diferencias entre el átomo y la partícula, también vimos sus propiedades y
niveles de energía, ¿nos falta algo del capítulo que no hayamos visto? ─el
profesor se dirigió a todos nosotros.
─Ya terminamos todo el
capítulo cuatro ─respondió Julia, la chica sentada a mi lado.
─Bien, entonces hoy
comenzamos con el tema de propiedades atómicas, después les entregare sus
trabajos sobre la interpretación de la Física Cuántica.
En ese momento aun intentaba resolver mi problema sobre la
constante del número veintiocho, probablemente el profesor me indicaría cual
era mi error dado el caso, pero prefería pensar antes de ir por el camino
fácil. Yo pasaba gran parte del tiempo pensando en soluciones o posibles
respuestas a todo tipo de problemas; un hombre muy sabio dijo una vez, “ningún
hombre está muerto mientras aún pueda pensar” o en este caso resolver sus
errores.
Paso un largo rato mientras el profesor seguía explicando los
temas, perdí total interés en la clase cuando comenzó a ponerse repetitiva, era
igual a permanecer en un estado inerte mientras las palabras viajaban en el
aire, siendo sólo ondas invisibles carentes de propósito. Todo a mi alrededor
dejó de ser algo relevante en el espacio, como si cada partícula comenzara a
distorsionarse mientras se sumergía en algo parecido a un desenfoque de cámara.
En ese momento perdí la percepción de mi propia realidad, y poco a poco la
noción de lo que era la identidad fue borrándose de mi memoria. Esto que estaba
sufriendo era un sentimiento familiar, se trataba de uno de mis “ataques”; así los llamaba. No tenía un
nombre o explicación que darles, simplemente sucedían cuando comienzo a perder
toda percepción de la realidad. Aquello pertenecía a mis más profundos
secretos, por ningún motivo dejaba al descubierto mis rarezas o manías;
posiblemente los demás no lo entiendan, y no quería arriesgarme a perder mi
campo de protección. Me había costado mucho trabajo ser aceptado por los demás.
Por suerte mis ataques eran invisibles a la vista, todo estaba dentro de mi
cabeza y duraban muy poco, y no eran para nada frecuentes.
Cuando el profesor al fin nos llamó para entregar nuestros
trabajos, me encontraba muy ansioso. El tema era sobre cómo explicar la
paradoja del gato de Schrödinger; mi tipo de temáticas favoritas, y razón por
la cual me había esforzado especialmente en ese ensayo. Tenía curiosidad por
saber lo que opinaba el profesor de mi investigación, para ello partí desde las
páginas del libro, hacia otro tipo de fuentes, para sacar información con
diferentes puntos de vista y mucho más completa; descubrí que podía extenderme
enormemente mientras avanzaba en la investigación. Me levanté del asiento en
cuanto el profesor mencionó mi nombre, recibí el trabajo en mis manos, y al ver
una calificación tan baja todas mis expectativas lograron desaparecer en tan
sólo un instante.
─Te puse esa calificación
porque no les pedí que se extendieran del tema, solo tenían que hacer un ensayo
apegándose a lo que indica el libro, tratar el experimento de Schrödinger como
una variante que expone las interpenetraciones de la mecánica cuántica ─dijo en
tono molesto.
─Pero me di cuenta de las
posibilidades que Schrödinger había planteado con su propuesta podían abarcar
mucho más, use eso como punto de partida y me extendí hacia el comportamiento
inestable de algunas moléculas, lo cual abre a posibilidades infinitas de
universos… ─fui interrumpido.
─Está fuera de discusión
porque te has salido completamente del tema, nada de lo que mencionas está
dentro del libro. El gato de Schrödinger es mencionado únicamente para hacer
una referencia hacia la física cuántica. No podemos avanzar tanto en tan sólo un
tema, debemos apegarnos a la Física que estamos estudiando ahora, seguir el
lineamiento ─dijo secamente.
En ese momento la frustración que sentía fue convirtiéndose en
enfado. No comprendía, ¿por qué esa obsesión de seguir el lineamiento? Si soy
capaz de hacer mucho más no tiene sentido el tratar de limitarme a mí mismo. En
verdad quería aprender, y sin dudas con mi trabajo logré expandir mis
conocimientos; pero comprendí que el aprendizaje no era muy tomado en cuenta a
la hora de calificar siguiendo un parámetro. La información aprendida por
alguna razón se basaba únicamente en un libro, cuyo autor o autores junto con sus logros eran desconocidos. Un contenido
que jamás se debía de cuestionar.
─Pero eso limita el
aprendizaje ─dije tratando de contenerme.
─No lo voy a discutir,
puedes sentarte ─respondió con cierto enfado.
Sin poder hacer nada di media vuelta, en mi cabeza trataba de
lidiar con tastas emociones al mismo tiempo, que me encontraba realmente
confuso. De pronto sentí cambiar algo, pero no comprendía el qué. Un ruido
molesto tintineaba en el oído izquierdo, punzante como el pitido que hacía la
señal de televisión cuando se perdía. Por un momento temí sufrir algún daño
irreparable por haberme frustrado de tal manera. Pero de pronto aquel punzante
sonido radial fue ajustándose hasta desaparecer por completo. Me toque los
odios instintivamente, todo a mi alrededor parecía normal, sin embargo de algún
modo sabía que algo cambio indefinidamente. Entonces lo escuche.
“No puedo darte una mejor
nota porque sólo puedo evaluarte a través del lineamiento, simplemente tienes
que seguirlo y te irá bien.”
El escuchar la voz en mi cabeza giré al momento, no podía
confundirme, el profesor me había respondido. Al mirarlo detenidamente no
parecía haber dicho nada. Sin embargo estaba seguro que aquella voz era la
suya.
“No es difícil apegarse al
lineamiento, todos pueden hacerlo, para eso está diseñado, es conocimiento
básico y aprobado, no llegarás lejos con eso pero si lo haces bien puedes
alcanzar tus ambiciones, si es que las tienes.”
Los labios del maestro no se movieron en lo absoluto, sin embargo
esa voz… ¡Era dentro de mi cabeza, imposible! Todo lo que estaba escuchando
estaba siendo procesado por mi cerebro,
dentro de la mente, y sin embargo parecía tan real, como si en verdad el
profesor tratara de comunicarse inconscientemente. No tenía ninguna explicación
coherente, y me aterraba preguntarle al profesor.
“Que fastidio, espero que la
clase termine pronto, hoy no quise desayunar porque papá estaba echando pestes,
era mejor irse rápido.”
Esa era la voz de Verónica, inmediatamente la miré atónito ante lo
que sucedía. La observé limpiándose las uñas distraídamente. En ese momento me
armé de valor.
─Disculpa, ¿dijiste algo?
─le pregunte con un tono nervioso.
─No, solo estoy pasando
el rato ─respondió con su alegre humor.
“Hoy no quiero llegar a
casa, seguramente sigan de mal humor, tendré que preguntarle a Claudia si quiere
comer conmigo fuera. Tal vez la invite a ese restaurante de comida árabe.
─Es que creí escuchar…
“Alexis sí que es
misterioso, me pregunto qué tanto pasara por su cabeza. ¿Por qué no es tan
social como nosotros? Se aparta demasiado; por eso intento no invitarlo tanto
con nosotros, si cambiara de actitud seguro que ya tendría una novia. Lástima.”
La voz de Verónica seguía escuchándose dentro de mí cabeza,
sentirme aterrado fue inevitable, no entendía que estaba pasando, ¿por qué
seguía escuchando voces? No tenía sentido, todo estaba terriblemente mal. Me
aparté de Verónica como si tuviera algún tipo de enfermedad, me miró extrañada
pero no dijo nada. Me senté en mi lugar con la esperanza de ya no escuchar
nada, reprimí todo impulso de salir corriendo del salón.
“No me molesta su clase,
pero el profesor Orlando es muy pesado en ocasiones ¿tendrá esposa?”
Esa era la voz de Julia, volteé por instinto. Se encontraba
sentada revisando su celular a escondidas, callada y sin hacer ningún ruido.
“Esta tarde iré al museo de
arte con mi familia, estoy emocionada, es una lástima que el profesor de
Historia del Arte nunca nos lleve a ver verdaderas obras. Su materia es en
verdad aburrida, sin embargo me interesa ser artista. Espero algún día
convertirme en pintora.”
Me quede petrificado. Tantas cosas, tanta información golpeándome
en la cara. Ya no podía más, tenía que concentrarme en no escuchar nada,
alejarme, ir a un lugar solitario, sin gente, para enfocarme. Me levanté lo más
rápido posible, pedí permiso al profesor para salir y me dirigí al baño a toda
prisa.
Corrí, intentando que mis pies no se tropezaran, me sentía
desmoronado. Apenas capaz de poder moverme correctamente, llegué al baño de
chicos tambaleándome un poco. Rápidamente abrí la llave del grifo y con mis
manos mojé mi cara por completo, me miré al espejo con la esperanza de
encontrar algo diferente, pero seguía siendo el mismo. Tenía el rostro pálido y
una mirad vidriosa; aun no me habían comenzado a salir vellos, pero me estaba
preparando para el día; no soportaba los cambios. ¿Acaso me estaba volviendo
loco? Seguramente fue obra de mis ataques, algo no funcionaba bien en mi mente,
lo sospechaba desde hace tiempo, era como si una burbuja mental me cubriera y
me apartara del resto, igual a una enfermedad mental.
Me tranquilicé un poco, respiré profundo mientas sostenía con mis
dos manos el lavamanos. Aquellas voces en mi cabeza quizás no provenían de mí,
más bien sentía como si pudiera escucharlas en las mentes de los demás, revelándome
sus más profundos secretos y exponiendo la verdad en su ser. Aún así no podía
creerlo, ¿cómo eso es siquiera posible? No tenía ningún sentido. En ese momento
no escuchaba nada, el baño estaba vacío, pero de pronto la puerta se abrió y yo
pegue un salto del susto. Era un estudiante, no se fijó en mí, simplemente
entro a un cubículo libre. Me sentí un poco aliviado porque no podía escuchar
ninguna voz, quizás fue sólo pasajero como mis ataques, pero tenía que
cerciorarme.
Entre al siguiente cubículo, me senté como un ratón asustado
esperando escuchar cualquier cosa. Después de un rato de sólo percibir sonidos incómodos
decidí concentrarme un poco, para asegurarme que aquellas voces dentro de mi
cabeza hubiesen desaparecido; tenía miedo de hacer la prueba pero tenía que
asegurarme. Me concentré en el cubículo de al lado, como si quisiese
atravesarlo con la mirada.
“No sé lo que haré, apenas
puedo mantener mi promedio y asistir a todas mis clases de baloncesto, tengo
que mantener mis calificaciones intactas si quiero jugar, pero todo se ha
vuelto tan complicado. Enzima Jessica me ha pedido que nos tememos un tiempo,
yo…”
Dejé de concentrarme, al levantarme me tambaleé un poco pero logre
salir por la puerta, fuera de los baños un montón de alumnos comenzaron a
caminar de un lado a otro; era hora del almuerzo, ni siquiera había notado la
campana. Moví las piernas como pude en dirección al salón de clases, al entrar
cogí rápidamente mi mochila tratando de ignorar a los de mi alrededor.
─Oye Alexis ¿te importa
comer con nosotros hoy? ─me pregunto George tocándome el hombro.
─No, yo, creo que me
siento mal.
─Estas muy pálido,
¿quieres que te acompañe?
─No, lo siento, tengo que
irme ─escapé sin decir otra palabra.
Salí disparado del lugar, no quería escuchar más voces, no quería
saber más secretos ajenos, en esos momentos apreciaba mi tranquilidad más que
nunca, todo cuanto me había sucedido en este día fue difícil de digerir. En los
pasillos esquivaba personas mientras trataba de evitar conversaciones ajenas,
intentando bloquear mi cerebro comencé de nuevo a escuchar las voces,
contaminadas por el ajetreado ruido de cientos de estudiantes quienes iban de
un lado a otro. Aquellas confesiones dentro de mi cabeza, llenándome con
secretos tan personales que lograban perturbar mi alma, no cesaban. A cada paso
en el camino lograban castigarme con la verdad.
Corrí fuera del instituto sin prestar la mínima atención a quienes
me rodeaban, intentaba bloquearlos, hacerlos callar sin el menor remordimiento.
En el trayecto del bus intenté con todas mis fuerzas bloquear todo rastro de
pensamiento ajeno, por un momento pensé que sería imposible, pero con el tiempo
aprendí a contralarlo un poco mejor, sin embargo no desapareció del todo. Al
salir del bus corrí en dirección a la entrada de aquella zona boscosa, cerca de
ese lugar tenía un refugio secreto, o mejor dicho poco concurrido. Me recosté
frente al árbol más especial del lugar, lo era porque marcaba el principio y
fin de mi propio santuario; un sitio libre del exterior, donde podía
reflexionar sin ser interrumpido. Aquel árbol era del tipo donde se podía
escalar con gran facilidad debido al ancho de sus ramas; seguramente un paraíso
para los niños del pasado quienes gozaban de aventuras imaginarias, alimentando
sus fantasías con el entorno que los rodeaba y comprendiendo su delicada
belleza.
Pasar un rato en aquel sitio tranquilizó mi mente, mis
pensamientos ahora trabajaban con mayor racionalidad y la lógica hacia mover
los engranajes de mi cerebro. Analizando la situación, tal parece que fui
testigo de una fuerza enigmática o sobrenatural, hasta haber demostrar lo
contrario. Por cuestión de azar adquirí la capacidad de leer mentes ajenas, o
bien escuchar la verdad en sus más profundos pensamientos. Este misteriosos
poder, o conexión con alguna fuerza sobrenatural, me fue otorgado sin habérmelo
ganado o pagado, yo no lo pedí y recientemente no he estado en contacto con
alguna entidad sobrenatural. Tampoco había estado expuesto ante un hecho
biológico que pudiera cambiara la naturaleza de mi cuerpo. Llegó de la nada, lo
cual podía deberse a un cambio natural, tal vez una alteración en alguna onda
cerebral o magnética, permitiéndome
recibir la señal de más ondas cerebrales; pero claro, sólo estaba especulando.
La siguiente alternativa por supuesto era revelarle mi problema a quien pudiera
ayudarme, lo más lógico en este caso era buscar la ayuda de mis padres. Pero
claro, una pregunta importante a la cual primero tenía que responder era ¿Qué
clase de ayuda podían brindarme ellos? Lo más lógico era pensar que actuarían
como padres normales, lo cual implicaba incredulidad, enfado, preocupación y
miedo; todos estos eran aspectos negativos para mi actual condición. Lo que
menos deseaba era terminar en alguna clase de psiquiátrico o en su defecto
ganarme un castigo severo; y consecuentemente la burla de mis hermanas.
Decidí guardar el secreto. No tenía dudas, las voces en mi cabeza
provenían de la mente de otras personas, lo preocupante en esto es posiblemente
el riesgo implicado, pues debía esperar a que el responsable se presentara ante
mí, y posiblemente cobrara el precio; de algo que jamás pedí. En dado caso lo
único razonable en esa situación era rechazar el obsequio, o don otorgado por
aquella misteriosa entidad. Sería cuidadoso con este asunto, manteniéndome
concentrado en apartar todo tipo de pensamientos y adquiriendo una postura responsable.
No hurgaría en las mentes ajenas e
intentaría controlarlo lo mejor posible. De ese modo no se tomarían represalias
contra mí.
Llegue a casa con el mayor sigilo posible, evitando encontrarme
con mi madre quien era la única en casa a estas horas. Ella solía estar en su
computadora, vendiendo sus propios artículos en algún sitio de Internet; nunca
le preste gran atención a su trabajo. Se pasaba gran parte del tiempo creando
todo tipo de materiales utilizando su creatividad; estuches, separadores de libros,
lapiceros, tasas y muchas otras curiosidades. También hacia videos tutoriales
de cómo hacer tus propios diseños utilizando materiales reciclables. Fue
inevitable toparme con ella en el camino, me esforcé por no recibir ningún
pensamiento de ella y la convencí de sentirme afligido debido a un malestar;
razón por la cual no me castigó tras haberme escapado de clases. Después me
encerré en mi cuarto para no escuchar ningún otro secreto. En la mañana esta
tarea fue mucho más desafiante. Papá tuvo que irse temprano, me quede sólo con
mamá y mis dos hermanas. Durante el desayuno trate de impedir la entrada de
cualquier señal cerebral a mi cabeza, gracias a esto sólo algunos débiles
murmullos lograron penetrar mi muralla mental.
A la mañana siguiente me encontraba dentro del instituto. Aquel
sitio lleno de estudiantes, cada uno con problemas personales e inundados de
emociones confusas, presentaba un gran reto, tendría que concentrarme el doble
si deseaba repeler tantos pensamientos como fuese posible. Sentía como cientos
de voces emergían de diferentes direcciones, todas intentando hablarme al mismo
tiempo. A la hora del almuerzo mi cabeza me daba vueltas, me sentía incapaz de
enfrentarme nuevamente a las cientos de mentes jóvenes que rondaban por todo el
instituto; lo sentía por el almuerzo de mamá, pero había perdido el apetito por
completo. En ese momento almorzaba junto con George, Verónica, Claudia y Paulo;
me habían invitado a comer de forma muy insistente. Sospechaba que querían
asegurarse si en verdad me había recuperado de mi malestar; pude averiguar la
verdad con tan sólo proponérmelo, pero yo seguía insistiendo en bloquear todas
las señales exteriores.
─ ¿Seguro que te sientes
mejor? ¿No fue nada grave verdad? ─pregunto George.
─No, ya estoy mucho
mejor, pero sigo algo mareado ─le respondí con toda tranquilidad; una tarea
difícil si te preocupas más por bloquear pensamientos ajenos.
─Me hubieras dicho
Alexis, si te dolía la cabeza tengo pastillas para eso ─dijo Verónica con su
característica sonrisa.
─ ¿Cómo se te ocurre? Sin
una receta del médico puede ser peligroso ─Claudia levanto la voz.
─Tranquila, son para
dolores de cabeza comunes y corrientes, está bien ─respondió Verónica en tono
tranquilizador.
─Aun así puede ser
peligroso ─insistió Claudia ya más tranquila.
─Si vuele a sucederte no
dudes en decirme a mí, yo te ayudare en lo que pueda ─dijo Paulo con una
expresión seria; muy raro en él.
─Disculpe señor doctor,
no sabía que era un experto en temas de salud ─exclamó Claudia usando un tono
sarcástico.
─ ¡Soy capaz de ayudar en
una situación como esa! En la granja de mi tío tuve que aprender ─respondió
Paulo indignado.
“En verdad tuve que aprender.”
Un ligero pensamiento de Paulo logro penetrar en mi barrera
mental.
“No es que no me agrade
trabajar, pero gracias a eso mis labores como estudiante son más difíciles,
además no tengo una beca, necesito el dinero.”
Me concentré de nuevo en bloquear los pensamientos. Sólo hizo
falta perder la concentración por unos momentos para ser invadido por voces
intrusas. En verdad lo sentía por Paulo, pero no me sentía bien escuchando sus
problemas sin permiso.
─Otra opción podría ser
que actuáramos como personas responsables y avisáramos a los maestros ─dijo
George bromeando.
“Saliendo de la escuela
tendré que comprar ese libro. Ayer no pude evitar besar a Héctor, creo que
también me gustan los hombres, es momento de aceptarlo.”
Aquella voz en mi cabeza pertenecía a George. En verdad me sentí
fatal por invadir su privacidad de esa manera. Disimular mi cara de asombro
ante la confesión de George no me resultó muy bien, en esos momentos no tenía
la menor idea de cómo reaccionar; demasiada información en tan solo un momento.
Después de un rato logré tranquilizarme gracias a mis amigos, todos ellos se
encontraban frente a mí, bromeando como si todo fuese tan normal; al menos lo
era para ellos. Nos encontrábamos en una mesa al aire libre, apartada de las
grandes muchedumbres de estudiantes. El aire fresco, en conjunto con las risas
de mis amigos, logró abrirme el apetito, comencé a darle mordiscos al almuerzo
de mamá; tan delicioso como siempre. Después de un rato de paz logre divisar a
Julia, quien se acercaba a nuestra mesa con un semblante serio. Ella siempre se
sentaba junto a mí en las clases,
supongo que le gustaba la tranquilidad. Jamás le interesó conocerme,
simplemente me trataba con indiferencia. Al entregarle a Claudia su pluma me
dispuse a tomar un largo trago de leche con chocolate, así evitaría miradas
incomodas con ella.
─Gracias ─dijo
amablemente Julia.
“Que patético pretexto, las
cosas que hago para intentar acercarme a Alexis, de verdad me gusta, es un
chico guapo e interesante porque…”
En ese momento el chocolate que viajaba por mi garganta tomo un
desvío hacia mis fosas nasales, fue una experiencia desagradable sentir la
fuente de chocolate saliendo de mi nariz. Pero a mis amigos les divirtió tanto
que me preocupé por sus pulmones, los cuales por poco escapan de sus gargantas.
Yo mientras tanto intentaba limpiarme todo el chocolate de la cara.
─ ¡Jamás había visto que
esto pasara! Gracias Alexis, fue la mejor experiencia de este día ─dijo George
en tono burlón.
De camino a casa empleé todas mis energías en seguir bloqueando mi
mente. Sentado en el transporte público meditaba sobre el reciente don que
adquirí, si deseaba vivir una vida tranquila debía aprender a manejarlo mucho
mejor, no podía seguir permitiendo más fugas mentales. Para lograrlo tenía que
hacer uso de él, probando sus capacidades y descubriendo sus puntos débiles;
todo lo que me ayudara a comprenderlo mejor. Respire profundo, y fijando mi
vista hacia la cabeza de la persona sentada frente a mí, comencé a hurgar en su
cabeza.
“Hoy ha sido un día tranquilo,
me fue bien en el trabajo. Sara debe de ser la persona más simpática que
conozco, me alegro que sea mi compañera, con ella el trabajo es menos pesado.”
Únicamente escuchaba los pensamientos de aquel señor, me estaba
concentrando de una forma diferente, como si pudiera hacer alguna clase de
conexión con mi transmisor mental. Sentía que podía buscar aún más profundo en
sus pensamientos, infiltrarme en su mente con un simple impulso; entonces me
deje llevar.
“Quiero terminar con ella,
pero no puedo, es la madre de mis hijos. Sin embargo todos los problemas que no
he podido resolver con la deuda de mi familia, me han perseguido hasta las
últimas consecuencias.”
Por un momento casi pierdo la concentración, ajuste de nuevo mi
señal. Mientras más me dejaba llevar por el impulso que me absorbía dentro de
aquella mente, una especie de túnel se abría en mi cabeza, como un pasaje en el
tiempo, lleno de voces pasadas y presentes. Podía penetrar mucho más, abrir sus
pensamientos para sumergirme en un mar de emociones y experiencias pasadas. Me
conecté en su pasado, en un punto al azar. Mis ojos en ese momento comenzaron a
perder la percepción de los colores, mientras el entorno a mí alrededor se
distorsionaba, creando un gran vacío en la realidad, la cual era desgarrada por
una especie de hoyo negro.
“Era un niño en ese
entonces, papá siempre insistió en convertirme en un hombre, obligándome
siempre a ser fuerte. Tenía que demostrar ser siempre el mejor, sobresalir en
los deportes y tomar la responsabilidad. Decía que era la única manera de conseguir una buena esposa.
Siempre fue una obligación tener una novia para complacerlo; o de lo contrario
me convertiría en una señorita, tal y como siempre me dijo. En cambio mi madre
se preocupaba más por hundirse en alcohol y fingir alegría en su vida.”
La conexión fue más profunda, una fuerza de atracción estaba
absorbiendo mi mente, arrastrándome a un sitio desconocido, donde cientos de
voces llorándome al odio y también reían y jugaban, todo dentro de aquel limbo
eterno. Tan profundo, sumergido en una sensación nueva en todos los sentidos,
como si mi alma viajara en un espacio infinito y consiente; considere que era
suficiente.
Rompí la conexión, no lo soporte más, en verdad fue una
experiencia aterradora, creí que perdería el control. Decidí tranquilizarme,
tratar de respirar correctamente, porque en ese momento me sentía muy agitado.
Decidí mantenerme alejado de aquella fuerza de atracción, no podía arriesgarme
a quedar atrapado en los recuerdos de otra persona; no más viajes mentales para
mí. Un hombre de cabello descuidado y lentes oscuros apareció en escena, sus
ropas aunque un poco andrajosas no parecían las de un vagabundo; al pasar junto
a mi asiento, puso mis sentidos en alerta.
“¡Estoy harto, se acabó! Hoy
mismo lo haré. Me atreveré, al fin lo are, mataré a todos en este autobús. Sólo
necesito tranquilizarme y esperar mi momento, cuando alguien intente salir les
disparare a todos. Ellos tienen la culpa, todos son los culpables, morirán.”
Al escuchar sus pensamientos mi cuerpo se heló, no me sentí capaz
de moverme; ese hombre tenía un arma, nos mataría a todos sin razón, era un
asesino. Debía encontrar una manera de salir, no quería morir, no en ese
memento ni lugar. La desesperación comenzó a invadirme, debía encontrar la
manera de sobrevivir, utilizando cualquier medio. Ahora la llave de mi
supervivencia dependía de mi nuevo don.