viernes, 22 de septiembre de 2017

Miles

Era una tarde lluviosa cuando decidí permanecer sentando dentro de mi viejo automóvil, un simple sedán de cuatro puertas con un color azul grisáceo. Su tonalidad ya opacada por los incesantes rayos de sol apenas podía distinguirse, era un auto viejo sin duda, pero fuera de eso funcionaba de maravilla. Lo había estacionado al lado de la casa de mi mejor amigo, Henri; no sé en qué estaba pensando. Mire por el retrovisor frontal y sólo encontré los ojos de un viejo cansado, aún no había llegado a mis cuarenta y mi rostro ya comenzaba a resentir las arrugas que me acompañarían en la vejes. Tanía más canas de las que me gustaría aceptar; en verdad detestaba verme envejecer. Hace medio año que empecé a usar tintes para el cabello, tratando de ocultar esas hileras blancas las cuales sobresalían de mi oscura cabellera, pero todo fue en vano. Joanna es el nombre de mi esposa, fue quien me aconsejo usar tintes para el cabello, asegurándome que era normal entre hombres mayores; supongo que tampoco le agradaba la idea de tener a un anciano como esposo, aunque sólo fuera en apariencia. Pero ahora todos mis problemas con la vejes eran irrelevantes en ese momento. Yo estaba ahí por Henri, tenía que salvarlo de alguna manera, aquel estanque depresivo en el que se había sumergido no era sano. Ya había pasado mucho tiempo desde que dejo de ser él mismo. Amaba a su mujer con todo lo que pudo sentir. Pobre hombre, perder a Amelia fue un golpe devastador. Yo fui amigo de los dos, y por supuesto también la extrañaba. Amelia siempre fue una mujer muy especial, encantadora a su manera, alegre como ninguna; así era ella y así la recordábamos. Pero yo siempre supe la verdad, ella no sólo sonreía para sí misma, su radiante alegría también se la dedicaba a Henri; por él siempre sonrió, y tuvo las fuerzas suficientes para irse de este mundo dándole la más cálida despedida. Ya ha pasado casi un año, y Henri aún no se había recuperado; temía que nunca lo hiciera.

En nuestro oficio por desgracia es común encontrar a familias separadas por actos violentos, o ver a inocentes muertos por las calles de la miseria, o peor aún, encontrarlos dentro de construcciones abandonadas despojados de lo que alguna vez los hacía personas. Gajes del oficio como muchos lo decían. En este mundo las atrocidades cometidas por personas no eran simples fantasías o relatos, los monstruos existían, pero no como los que siempre imagine en mi infancia. Los años me enseñaron a endurecerme y ver las cosas muy diferentes a como las imaginaba junto con Henri. Aunque a Henri le costó más trabajo, y no lo aceptaba del todo, pero al final logramos adaptarnos.  Gracias a esas experiencias mejore al tratar con las víctimas, debíamos ser cuidadosos con ese tipo de asuntos delicados, además era parte de mi deber. Pero nada en todos estos años de trabajo en las fuerzas policiales me preparado para vivirlo con Henri; me sentía impotente al no poder ayudarlo.

Apreté el volante con fuerza. Todo este tiempo sentado dentro de la seguridad de mi auto, no me había dado el valor suficiente de salir y ver a mi mejor amigo, sólo caminaría unos cuantos metros, debería de ser muy sencillo, pero para mí no lo era. El leve sonido del chocar de las gotas al caer sobre el suelo húmedo no mejoraban la situación, el ambiente era más tenso de lo que debería; comencé a preguntarme si debería esperar hasta mañana para hablar con Henri. Desde hace un largo tiempo que no lo veía en el trabajo, a decir verdad se estaba tomando un largo descanso, del cual no tenía intenciones de regresar, muchos deseaban que así fuera.

En estos momentos necesitaba a Henri de regreso, eran tiempos difíciles y perder a un hombre tan competente e íntegro era un lujo que nadie debería de darse, pero claro eso no impidió que otros aprovecharan aquella oportunidad para morder el hueso que Henri había dejado; en verdad necesitaba a mi mejor amigo de vuelta, como investigador y aliado.

En ese preciso momento me arme de valor, debía dejarme de tonterías, sentir miedo no me llevaría a ningún lado, si de verdad quería de regresó a Henri tendría que hablar con él. Me decidí al fin, saldría de la comodidad de mi auto para verlo de cara; basta de ser un cobarde. Pero justo antes de abrir la puerta mi celular vibro, metí mi mano en el bolcillo del chaleco gris oscuro y conteste de mala gana, se trataba de Ron. Últimamente he procurado tenerlo cerca de mí. En la ausencia de Henri me vi obligado a tener un nuevo compañero que me cuidara la espalda, era de los pocos confiables que aún quedaban dentro de nuestra sección. Él desde luego no era un santo, pero al menos jamás fue una rata orejona, pertenecía al grupo de quienes procuraban hacer un trabajo decente, sin la necesidad de meterse en mierdas. Conteste su llamada.

   − ¿Sucede algo? –no quería sonar tan arrogante, pero no estaba de humor para lidiar con más contratiempos.

   −No quería molestarte en tu día libre, jefe, pero en verdad tienes que saber esto, es sobre el caso de las castañas; desaparecieron, es  todo. Y no, no es necesario que vengas, ya olvídalo, mañana Ríos te entregara el informe –la cansada voz de mi compañero Ron me llego como una humareda a la cara, su tono despreocupado y la poca importancia que le había dado al caso era una clara señal de rendición; Ron siempre fue de los primeros en tirar la toalla, pero lo que en verdad me molestaba era lo bien que se estaba tomando el asunto.

   − ¡Se supone que Ríos iría tras la pista de las bodegas, si me dices que no encontró nada te enviare a ti para que desmanteles el lugar! Dime que sucedió –no pude ocultar lo mucho que me había irritado su llamada.

   −Nadie sabe, el comandante no quiere a nadie cerca de esas bodegas, el Capitán Faros no dejo que Ríos se acercara, en cuanto lo supo vino a ponernos el freno, nadie tiene permitido acercarse a esas bodegas, te lo explicare mañana pero ya debes de imaginártelo, Boros seguro está involucrado, de lo contrario Faros no sería tan insistente.

   −Dime ¿es acaso una estupidez de La Cabra? En estos momentos no quiero lidiar con otro de sus malditos desastres –el imbécil de La Cabra siempre me ponía furioso con sus alardes infantiles. Hijo de Boros quien quizás era uno de los jefes más importantes de las organizaciones criminales, al menos en la mitad del país. Por supuesto todos en el cuartel sabían quién era Boros y su hijo, sabíamos que hacían, cuando lo hacían y donde lo hacían. Sin embargo nadie podía detenerlos, todos vivíamos bajo su sombra, siendo vigilados de cerca por sus ratas gordas.

   −Lo siento jefe, es probable que se trate de La Cabra, ya sabes que no podemos hacer nada. Oye, tengo que irme ya ¿estarás bien?

   −Sí, no te preocupes, te veo mañana, infórmale a Ríos.

   − ¡Jefe!... ¿Cómo se encuentra Henri? ¿Fuiste a verlo cierto? Sé que fue idea del comandante Garza sacarlo del departamento, pero en verdad nos vendría bien una mano extra.

   −Te veo mañana –le respondí después de una breve pausa.

El comandante Garza, o como lo llamábamos algunos en secreto, El ojo. Era la principal rata de nuestra fuerza. Las ratas de Boros se esparcían como la peste, en toda la fuerza tenía ojos y oídos, además de mantenernos a raya metiendo a los suyos dentro, por supuesto los altos mandos no hacían nada, el dinero de Boros solía callar a las personas. Nadie tenía permitido entrometerse en sus asuntos; quienes lo intentaron seguramente terminaron en la misma zanja. Todos evitaban entrometerse en los negocios de Boros o cualquier cosa que lo relacionara; sin embargo cuando hablábamos de su competencia era un asunto diferente, no todos los criminales gozaban con esa protección. Pero el verdadero problema con Boros era su hijo, Alan Berral alias La Cabra, el único hijo varón de Boros Berral, y quizás la única razón por la cual aún soporta sus idioteces. La Cabra era en verdad un problema, a sus veinticuatro años ya se sentía dueño de todo lo que le pertenecía a su padre, no le interesaba ser sutil, sólo se preocupaba por alardearle al mundo quien era. En cada oportunidad que tenía le recordaba a todos quien mandaba; una clara característica de quienes creían tener el poder. La Cabra no era muy diferente de quienes se rodeaba, un asesino desde luego, sin la menor pisca de remordimiento y total inconciencia de lo que era el bien y el mal; pero lo más peligroso en él era su increíble estupidez. Incluso en ocasiones Boros se había envuelto en situaciones muy complicadas gracias a las imprudencias de su hijo, no me cabía duda de que Boros en verdad lo quería, de lo contrario ya se habría encargado de él hace mucho.

Toda aquella conmoción me había hecho olvidarme de Henri y Amelia. Henri necesitaba ayuda, de alguna manera la necesitaba, pero no tenía idea de cómo podría dársela. Amelia siempre sería un feliz recuerdo de días maravillosos y una infancia dulce. Pero también ahora debía de pensar en mi propia familia, no sólo por mi esposa, también por mi única hija Susan. En días como estos los recuerdos de mi cálida niñez llegaban a mí en la forma de aquel misterioso bosque, donde los tres nos conocimos; por supuesto no me podía olvidar de la feria que celebraban cada cierto tiempo. Apostaría lo que fuera a que Susan disfrutaría de aquel lugar, le encantaban tanto los festivales y los desfiles que una feria sería un lugar irresistible para ella; debería llevarla algún día de estos, le encantaría, la conozco bien. Pero jamás tuve el tiempo suficiente para llevarla, tantos problemas en el trabajo, además sumando el asunto de Henri, era en verdad complicado poder pasar tempo con ella; pero sólo me mentía a mí mismo. Las escusas siempre existirían, pero jamás le impedirán a nadie hacer lo que desea, y lo cierto es que no deseaba regresar a ese sitio de nuevo. Demasiados recuerdos ahora convertidos en amargas experiencias lograron persuadirme de nunca volver.

Me rendí con el asunto de Henri ese día, ya hablaría con él en otra ocasión, ahora era momento de regresar a casa con mi familia; tenía muchas ganas de dormir toda la noche después de éste fracaso. Durante la cena hable con mi esposa procurando evitar el tema de Henri, pero eso no evito que en algún momento me preguntara sobre él, no le conté gran cosa. Me esforcé aún más por tratar de evitar que el nombre de Amelia fuera pronunciado en la mesa. Después de la cena simplemente nos fuimos a dormir sin hablar más del asunto. Aquella tarde fue tan amarga que no logro despertar ninguna pasión entre nosotros; el cansancio suele hacerlo también. Me acosté en la cama para leer por diez minutos el título de Alcanza la mano de un amigo; libro recomendado por Joanna y el cual hasta ahora no había logrado ningún efecto positivo en mí. Decidí colocarlo en la mesilla y apagar la luz de la lámpara, el cuarto se quedó a oscuras con tan sólo un leve toque en la base.

En ese momento era yo, pero también era el niño de hace treinta años. Ingenuo y osado no dude ni por un momento en seguir a Henri por aquel bosque silencioso. Henri también era el niño de hace treinta años, y como antaño me tocaba vivir con el nuevas aventuras. Claro, aquello era una locura, pero cual Sancho Panza decidí seguir a mi Quijote; de algún modo el llamado era irresistible. En el bosque nos acompañaba una briza veraniega encerrada en un mar de recuerdos, cruzando la arboleda los secretos se hacían notar como hojas en las estaciones. Un impulso ya marchito desde hace tiempo surgió de nuevo, era mi fascinación por descubrir misterios. La pasión por aventuras rugía en mi interior haciéndome sentir que había despertado de una pesadilla. Henri y yo corríamos por el bosque siguiendo un camino recto. Nos detuvimos en el río donde Amelia se encontraba; Amelia al igual que Henri era una niña de nuevo. Nuestro antiguo equipo había regresado a las andadas, como en épocas pasadas. Los tres en la orilla del río recolectando rocas y descubriendo animales nuevos, tan absortos en nuestros asuntos, que Henri y yo no nos dimos cuenta de cuando Amelia había cruzado al otro lado. Se paró en una roca enorme y liza, la observe del otro lado, fijando mi atención en la marca de felicidad alrededor de sus labios.

   −Vamos por ella, rápido –dijo Henri sin una pisca de duda.

   −Sí, vamos –respondí.

   −Apresura, tenemos que cruzar.

Henri se metió en el río rocoso, el agua le llegaba hasta la cintura, pero decidido fue tras Amelia. Una parte de mí no quería llegar al otro lado con ella, sin embargo no pude evitar acompañar a mi mejor amigo. Camine por el agua igual que Henri, en ese momento sentía un enorme deseo por ayudarlo. No podía darle una explicación pero aquello se sentía como un recuerdo, sin embargo también era muy real, con colores tan vividos que incluso podía olerlos.

   −Tengo que llegar al otro lado –Henri seguía insistiendo.

   − ¡Apresúrense los dos! –Amelia nos animaba del otro lado.

   − ¿No te parece peligroso, colega? –intente persuadir a Henri.

   −Amelia lo hizo, ven ya queda poco –el joven Henri continuo caminando por el río y yo detrás de él.

   − ¿Por qué te entrometes? –Amelia lo dijo sin referirse a nadie en especial, yo hice caso omiso al no entender de que hablaba.

   −No te entrometas, regresa a la orilla, es más seguro –al ver la mirada de Amelia en aquella roca comprendí que me lo decía a mí.

   −Deja de decir tonterías, no entiendo.

   −Regresa Miles, debo hacerlo solo –continuo Henri.

   −Ya paren, no me divierte.

   −Tengo que llegar, debo llegar –Henri seguía siendo testarudo, avanzando en soledad.

Haciendo un enorme esfuerzo por mantener su ritmo continúe con la travesía, sentía como el agua fría me empujaba hacia la corriente. Una extraña fuerza intentaba arrastrarme, alejándome de Henri, pero no me deje llevar, no podía abandonarlo, así que avance moviéndome entre el pesado camino. Entre más avanzaba sentía que la corriente era más fuerte, para evitar sucumbir daba largas zancadas mientras encajaba mis pies lo mejor que podía en el suelo. Al dar un paso largo casi tropiezo, pero antes de ser arrastrado logre aferrarme a Henri, o al menos yo creí que era él. Al observarlo mejor me di cuenta que se trataba de una persona sumergida en el agua, su rostro descolorido junto con esa mirada perdida y una expresión tan tiesa como un… como un… cadáver.

Descubrí lo que tenía entre mis manos, lo solté de inmediato y pegue un grito de terror. El cuerpo flotaba sobre el agua y viajaba junto con la corriente. Un escalofrió helo mi sangre y lleno mi corazón de miedo. Comprendí entonces que nunca lograríamos llegar al otro lado; debía detener a Henri.

   −Regresemos, no lo lograremos. Me encontré un cadáver en el río, vámonos ahora.

   −Debo llegar con Amelia, debo hacerlo –siguió testarudo.

   − ¡Regresa!

Antes de hacer nada otro cadáver surgió de las profundidades, igual de tieso y descolorido que el anterior. Se trataba de un adolecente, flotaba en el agua mostrando una tétrica expresión en el rostro, como si no hubiese comido nada desde hace meses. De pronto a lo lejos observe a una mujer flotar entre la corriente, recostada en el agua, después divise a un anciano, después una niña, una mujer, adolecentes, viejos, adultos y niños viajaban por el río, igual de tiesos y huesudos. Sus cuerpos inmóviles como troncos descendían junto con la corriente ofreciendo un espectáculo macabro. Aquel río de cadáveres corrompió lo que aún me quedaba de inocencia. Un grito desesperado salió de mi boca, me sentía atrapado en aquel lugar. Lo único que tenía para aferrarme a la vida era Henri.

   − ¡Espérame Henri! Tenemos que volver, míralos, están muertos –le imploré.

   − ¡Éste no es mi cuerpo, éste no es mi cuerpo, éste no es mi cuerpo! –Amelia gritaba sintiendo el terror en su garganta, al verla pude notar como sus dulces ojos soñadores habían sido remplazados por dos huecos oscuros, en donde las lágrimas tenían el color escarlata. Mi corazón sintió una punzada.

   −No vayas con Amelia, mírala, algo está mal, regresemos.

   −Vete, aléjate de mí, no entres, no dejes que… −interrumpí a Henri para sujetarlo de los hombros, acto seguido le di la vuelta para verlo cara a cara. Pero en su rostro tampoco había ojos, solo dos hoyos en donde brotaba la sangre.

   −Vete.

Sintiendo gran horror solté a mi amigo, mi mirada se situó de nuevo en Amelia, ella intentaba gritar, pero de su boca ningún sonido escapaba. Al observar mejor la orilla me percate de la presencia de una mujer muy extraña. Piel pálida como la muerte, ojos negros y profundos. Con una mirada inexpresiva me observaba en silencio. Bestia de negro, con un traje de gala sencillo, como para ir a un funeral. La mire por unos instantes más, sentada al lado de Amelia, inmóvil, esperando paciente.

De pronto el cielo comenzó a sangrar, el rojo machaba el azul celeste como una neblina infernal, mis ojos buscaban en todas direcciones pero era inútil, el escarlata amenazante se extendía por todo el bosque. El cielo sangraba con violencia mientras yo permanecía inmóvil. Petrificado durante unos momentos por aquel espectáculo, recordé que debía intentar salvar a Henri. Al tocarlo observe con horror como su cuerpo se llenaba de fuego, igual que una antorcha, lo mismo sucedió con Amelia, ambos estaba en llamas pero ninguno podía emitir ruido, el silencio devoró sus voces. Yo gritaba inútilmente mientras intentaba arrojarle agua.

Aun rodeado de cadáveres observe horrorizado como el rojo se había apoderado del cielo, la atmosfera era del color de la sangre. Sin saber lo que pasaba cerré los ojos con fuerza esperando protegerme de aquellos horrores, de alguna manera pensé que todo se disiparía como en un mal sueño, que los cuerpos en el río desaparecerían junto con el rojo del cielo y a las espantosas figuras que alguna vez fueron Henri y Amelia regresarían a ser mis amigos como antes. Pero todo era tan real, una pesadilla en carne y hueso. La siguiente idea que pasaba por mi cabeza fue intentar apagar el fuego de Henri al sumergirlo bajo el agua. Pero antes de poder actuar un espantoso golpe retumbo en mis oídos. Aquel sonido ensordecedor rugía en el cielo, como un enorme tambor emitiendo vibraciones dentro de mi cuerpo. De pronto otro sonido desgarrador rompió mis nervios, como si una mano gigante intentara rasgar el cielo. Al mirar arriba sólo encontré el carmesí impregnando el cielo, no podía ver nada más, pero yo sabía que aquellos sonidos provenían de arriba; como si enormes bestias invisibles rugieran con furia mientras se escondían entre las nubes rojizas.

Lo escuche en ese momento, más sonidos de pesadillas emergían desde el cielo, en toda mi vida jamás había podido escuchar algo igual, aquello no podía ser natural, esas vestías tenían que haber salido del más profundo y corrompido infierno. Dudo tener alguna palabra dentro de mi cabeza que pueda describir aquel agónico sonido. Fue desgarrador, como si penetrara dentro de mi piel y perforara en todos mis nervios, era el terror mismo convertido en ruido. Escuche el aullido de un animal infernal, tan enorme como el abismo más profundo de la tierra, aquella bestia colosal rugía con furia mientras convertía el ambiente en una sinfonía escabrosa. Más golpes, aullidos, rugidos, rasguños y lamentos se unieron para orquestar el concierto más diabólico.

En medio de aquella pesadilla pude comprenderlo, los sonidos provenían de afuera, al otro lado del cielo rojizo, como si el carmesí fuera una especie de barrera entre la tierra y sea lo que fueran los horrores del otro lado. Las bestias deseaban entrar en nuestro planeta, podía sentirlo, querían sangre y muerte. Mientras su ansía crecía, el cielo era golpeado con más violencia, rasgaban y mordían la atmosfera como alimañas ambientas. Tras los golpes y rasgaduras se escucharon al unísono más rugidos estridentes, los aullidos tan penetrantes casi rompían mis tímpanos. Tape mis oídos con las manos en un intento inútil por protegerme de aquella sinfonía infernal.

Durante la conmoción pude con dificultad acercarme a mi mejor amigo, quería asegurarme que estuviera a salvo, lo necesitaba con bien, pero todo era inútil. No podía ni acercarme a Henri gracias al fuego que lo envolvía; aunque no podía escucharlo gritar la expresión aun visible en su rostro me dijo lo terrible de su situación. Instintivamente dirigí mi mirada en Amelia, quien también ardía en una llamarada de fuego rojo; pero a diferencia de Henri ella permanecía tranquila, igual que un maniquí.

Entre alaridos, gritos, sollozos, fuego y muerte desperté ajetreado. Me levante de un salto respirando con dificultad, me limpié el sudor de la frente para después observar a mi esposa quien dormía apacible; por un momento pensé que la había despertado. Logre levantarme con dificultad tratando de no hacer mucho ruido, camine directo al baño con las piernas temblorosas. Con pavor aun en la sangre revisé mí rosto, mi expresión en el espejo era la de un muerto en vida. Me lave la cara y me tome un momento para tranquilizarme: Pesadillas solamente, deja de comportarte como un niño, fue un mal sueño nada más. Regresé a la cama con el corazón agitado. No me importaba cuanto me aterraba volver a soñar, tenía que dormir otra vez.

martes, 8 de agosto de 2017

Henri


Mis anhelos siguen perteneciéndote, a pesar de ya no tenerte a mi lado. Aun guardo nuestros recuerdos, moran en el espejismo que alguna vez llame vida. Ahora estoy frente a ti, hablándote como en nuestra primera vez. Pero antes de continuar, tenía que revivir aquellas memorias: Jamás me atreví a olvidarlas; me negaba a perderte una vez más.

Siempre tendré presente ese día, aunque ahora sólo es un sueño más en el laberinto de recuerdos dentro de mi cabeza. En ese tiempo era un simple muchacho de diez años. Sucedió en la feria del pueblo; desde luego tenía una mente impresionable y una desbordante imaginación, igual a cualquier niño. Una feria como esa era un gran festín para la inspiración, un lugar mágico donde todo tipo de mentes infantiles pueden creer en una infinidad de posibilidades, llenando sus fantasías con miles de maravillas por imaginar. Yo disfrutaba con las largas hileras de colores y luces, las cuales viajaban a mi alrededor como luciérnagas entre la noche. Pero ni los juegos mecánicos, premios, o incluso la exótica comida fueron de mis mayores intereses. Lo que en verdad me apasionaba de ese lugar eran los increíbles sitios donde podía explorar; y conocía perfectamente donde comenzar.

En aquella época nunca conté con muchos amigos, fui un niño con una imaginación muy hiperactiva; ese tipo de inconsistencias no te convierte en el chico más popular. En aquellos momentos de soledad siempre pude contar con mi mejor amigo Miles, el mejor compañero dentro del patio de recreo, increíblemente leal. Miles siempre fue un gran cómplice de aventuras, recuerdo con añoranza los momentos que pasamos juntos imaginando ser los mejores detectives; igual que en aquellos programas policiacos donde la justicia se imponía ante el crimen. Desde que tuve curiosidad por el mundo, mi interés por ser detective creció. Dentro de esa etapa donde comencé a experimentar con mis limitaciones, todo frente a mis ojos me resultaba increíblemente extraño, caminaba con el temor de encontrarme frente a un bribón en cada esquina, cada sitio oscuro era una alarma sonando en mi cabeza. Para un detective nada de eso era aterrador, todo lo desconocido pertenecía a una larga lista de misterios por descifrar; desde entonces me obsesioné con eso de ser detective. En algunas ocasiones Miles y yo ayudábamos a mi madre a encontrar objetos perdidos dentro de casa; tareas simples para un par de jóvenes detectives en entrenamiento, además yo solía ser un buen rastreador.

Aquellos eran días que en su simplicidad llenaban mis recuerdos con un sentimiento aletargado en el presente, me embargaban con sueños ya marchitos en el pasado, exponiendo una verdad que siempre intente negar.

No recuerdo haberme perdido un solo festival de la feria de primavera, fue gracias a la familia quienes nunca me lo permitieron. La feria solía instalarse cerca de un pueblo, en las afueras de una ciudad vecina. Para llegar teníamos que hacer un largo viaje en auto por toda la carretera, partíamos temprano y llegábamos después de medio día; con el tiempo aquellos viajes se convirtieron en una tradición familiar. Ese año había sido especial, pues con un gran esfuerzo logre tener como invitado de honor a Miles, en esta ocasión nos acompañaría durante todo el viaje para poder disfrutar de la feria. No fue fácil convencer a nuestros correspondientes padres, pero claro que valió la pena.

Miles y yo soñábamos con ser grandes detectives, recuerdo aquellos juegos en donde resolvíamos complicados pero no peligrosos misterios, todos orquestados en nuestra desbordante imaginación. Estaba realmente emocionado por enseñarle a Miles mi lugar secreto, se encontraba en las cercanías de la feria, justo en la entrada del bosque; un sitio donde podíamos explorar con toda libertad. Desde luego sería nuestro gran secreto, nuestros padres jamás abrían aprobado que jugáramos en un lugar tan lejano y riesgoso.

Después de haber disfrutado un largo paseo por los juegos y atracciones, decidimos que era hora de ir a explorar en las afueras del bosque. Nos separamos de mis padres con la excusa de ir a ganar premios en los juegos de canicas. Tuvimos cautela al perdernos entre la muchedumbre y guié a Miles directo a la salida trasera. Era cerca de la rueda de la fortuna donde encontramos una valla la cual pudimos atravesar sin ningún problema. Ahí encontramos un camino de tierra que nos condujo a la entrada del bosque. Aquel era un lugar amplio lleno de vegetación y ambientado con melodías que sólo algunos insectos podían orquestar; un sitio apropiado para la exploración. Sin perder más tiempo comenzamos la búsqueda de misteriosos objetos e intrigas.  Inspeccionamos bien en cada rincón sin tener gran éxito, lo entretenido del juego era simplemente explorar lo desconocido. Fue cuando nos dirigimos a la sima de una colina, en donde encontramos un verdadero caso de detectives, pues nos llevamos una gran sorpresa al encontrarnos con una niña, quien hurgaba en el interior de un tronco caído. Tenía un vestido rojo y el cabello castaño; una chica muy extraña, y por lo que pude notar no le importaba meter sus manos en lugares oscuros y llenos de musgo; eso me pareció diferente a los gustos  de otras chicas que conocí. Cuando nos acercamos saco la mano del tronco instintivamente y giro su cabeza para ver quiénes éramos.

   Ustedes, ¿Qué hacen aquí? Éste es mi lugar ─dijo la niña con una mirada desafiante.

   ─No puedes poseer un sitio, también tenemos el derecho de estar aquí si queremos, y resulta que sí queremos ─le espetó Miles.

   ─No, en verdad tienen que irse, aquí no es un lugar seguro, muchos niños han muerto por el bosque ─dijo al tiempo que una expresión malévola  se dibujaba en su rostro.

   ─Entonces corres el mismo peligro que nosotros, ¿porque mejor tú no te vas? ─le respondí.

   ─Yo no estoy en peligro porque, bueno, mi padre es policía, está ocupado vigilando el bosque.

   ─Me parecen mentiras, no encontramos ningún policía cuando exploramos el bosque. Yo diría que nos ocultas algo ─inquirió Miles.

   ─Si de verdad tu papá es policía, nunca te dejaría estar por aquí sola. Engañarnos no te será fácil ─le respondí.

   ─Así es, somos detectives ─Miles comenzó a alardear.

   ─No entienden, aquí no pueden… ─de pronto la decepción en el rostro de la niña al darse cuenta que no podía asustarnos con engaños, cambio drásticamente a una expresión más alentadora ─, ¿son detectives? No lo creo.

   ─Por supuesto, ya viste que no pudiste engañarnos ─respondió Miles.

   ─Si lo son entonces ¿podrían resolver un caso de desaparición? ─pregunto la niña con una sonrisa.
   ─ ¿Quieres que resolvamos un caso? ─pregunte sin poder ocultar mi interés.

   ─La verdad necesito ayuda para encontrar algo muy importante, lo perdí por aquí, lo he estado buscando por mucho tiempo y no lo encuentro ─dijo mientras miraba a su alrededor por si de casualidad encontraba el objeto perdido.

   ─ ¿Qué perdiste? ─pregunto Miles mientras cruzaba los brazos y arqueaba las cejas.

   ─Es parecido a una piedra. Mi papá me dijo como se llamaba, pero no lo puedo recordar, es como una planta que ya no existe, pero vivió hace mucho tiempo, con los dinosaurios y cavernícolas.

   ─ ¿Se extinguió? ─le pregunte sintiendo cada vez mayor curiosidad.

   ─Creo que se llama fusil ─respondió.

   ─ ¿Podrías describirnos el objeto? ─le pregunto Miles.

   ─Sí, es una planta dentro de una roca, tiene forma de espiral y parece un brazo de pulpo, pero no lo es, tiene pequeñas hojitas.

   ─Lo encontraremos ─le aseguro Miles.

   ─ ¿Cómo te llamas? ─pregunte.

   ─Amelia ¿y ustedes?

   ─Yo me llamo Henri y él es Miles, mucho gusto ─le extendí la mano para saludarla en son de paz ─. Encontraremos tu fusil.

Los tres pasamos un largo rato tratando de encontrar a lo que Amelia llamaba fusil; una planta extinta y dentro de una roca; no era algo que pudiese ver todos los días y tenía curiosidad por encontrarla para verla con mis propios ojos. Buscamos en los alrededores, levantando rocas de todos los tamaños, sin encontrar nada; ni en los troncos cubiertos de musgo, ni en los arbustos más espinosos, o incluso por debajo de la capa de hojas secas que cubrían el suelo. En la búsqueda hallamos muchos tipos de rocas, pero todas ellas eran iguales, sin nada especial. Lo que queríamos era único, un objeto el cual quizás guardaba un gran misterio en su interior, sólo hacía falta usar nuestra imaginación. Cuando intentamos con todos los métodos obvios de búsqueda, decidí hacer algo fuera de lo convencional.

   ─Amelia, ¿recuerdas donde viste por última vez tu fusil? ─pregunte.

   ─Sí, fuer por esta zona ─señaló a nuestro alrededor─. Pero ya busque aquí y por los alrededores.

   ─ ¿Y cómo fue que lo perdiste? ─proseguí.

   ─Bueno, en realidad no lo perdí, lo dejé aquí. En éste sitio fue donde lo encontré, ya había venido en otros años, pero jamás me llevo mi fusil, siempre lo pongo aquí y cuando regreso a la feria lo encuentro otra vez. Pero este año me está costando trabajo encontrarlo de nuevo, me preocupa un poco.

   ─ ¿Lo dejas simplemente aquí? ¡No existe una buena razón para dejar tu fusil tirado en el bosque! Sería más sencillo conservarlo, además de ser más seguro, es tonto soltar algo tan valioso para perderlo ─dijo Miles sin poder contener su frustración.

   ─Yo pienso que es la única forma de conservar lo especial que es. Ha estado aquí desde el principio, éste es su hogar o alguna vez lo fue. No quisiera apartar algo que ha estado aquí desde hace tanto tiempo; además es más divertido buscarlo de nuevo, como jugar a encontrar un tesoro perdido ─termino con una sonrisa.

   ─Es verdad ─dije sin querer.

   ─ ¿Entonces alguna idea? ─me observó esperanzada.

Me pare justo en donde Amelia dijo que soltó su fusil por última vez, no lo encontraría en ese lugar desde luego, pero sería mi primera pista. En ese momento tomando en cuenta las posibles lluvias, la dirección donde soplaba el viento y lo inclinado de aquel sitio, pude trazar en mi mente tres posibles rutas, marcadas por un camino de tierra. Seguramente el fusil se desplazó por el lodo que caía en forma vertical desde la colina.

   ─Tomando en cuenta las posibles lluvias y como se movió la tierra por esta zona tengo tres posibles lugares ─dije en voz alta.

   ─Y también tomando en cuenta que nadie más lo tomara ─inquirió Miles.

   ─ ¿A qué lugres te refieres? ─Amelia me observo intrigada.

   ─Abajo, donde se acumula todas las hojas y tierra ¿Puedes verlos? Son como tres caminos, tú puedes buscar por la izquierda donde están esos arbustos,  Miles ira por la derecha donde se ven esas rocas y yo buscare en frente donde los árboles.

   ─De acuerdo, ya tenemos un plan ─dijo Miles con un mejor ánimo.

Seguí el camino adentrándome en la espesura, con mis ojos fijos en el suelo buscando cualquier anomalía. Cual sabueso en plena casería, examinaba cuidadosamente todas las rocas en el camino, levantaba cualquier montículo de tierra que me pareciera sospechoso, hasta me adentré en la maleza, lo cual me causo algunos raspones en las piernas; sin conseguí ningún resultado. Me detuve a pensar un momento, observando con cuidado la punta de aquella elevación de tierra en donde Amelia dejo su fusil por última vez, trace una ruta mentalmente; podía imaginarme todos los posibles lugares en donde el fusil pudo haber terminado. Examine cada rincón siendo muy meticuloso, mi instinto me condujo hasta llegar a un tronco caído, y justo debajo de una rama caída lo vi; de un color extraño para una roca y con una forma plana, al fin creí encontrar lo que buscaba. Al levantar la extraña roca pude observar la espiral en forma de caracol rodeada de hojas pequeñas, tal y como nos contó Amelia. Sin perder más tiempo los llamé con un fuerte grito.

   ─ ¿Es éste tu fusil?

   ─ ¡Lo encontraste! Enserio gracias.

   ─Lo vez, si somos detectives.

Desde el principio todo había sido un juego para nosotros, y el juego continuo durante el resto del día, Amelia al fin pudo enseñarnos su fusil y nosotros la hicimos un miembro honorario de nuestro equipo. Desde ese momento sentí que todo era tan natural estando con Amelia, ella no sólo se había acoplado muy bien con nosotros, también demostró ser una buena amiga. Desde luego Miles y yo jamás pensamos en aceptar otro miembro, pues sentíamos que dos era la cantidad perfecta y equilibrada, como en cualquier relato o programa de detectives; dos era un buen número para un equipo de investigadores. Pero lo inesperado siempre sucede; igual a los giros que nos da la vida en ocasiones. Aquel día fue sin dudas de mis mejores recuerdos, pero no podía durar para siempre, el relato debía llegar a su final y mi historia junto con Amelia debía seguir avanzando. Miles y yo nos despedimos de nuestra nueva amiga al terminar el juego, el sol comenzó a ocultarse y antes de que Amelia dijera sus últimas palabras arrojo su preciado Fusil lejos de nosotros.

   ─Así tendremos algo que buscar cuando nos encontremos otra vez, será igual de divertido ¿Nos reuniremos de nuevo cierto?

   ─Sí, nos reuniremos de nuevo  Amelia ─sonreí.
 
Miles y yo regresamos con mis padres, como era de esperarse fuimos regañados cual niños desobedientes. No les causo ninguna gracia habernos buscado por toda la feria mientras los preocupábamos más, el tiempo marcho tan rápido que no nos percatamos de la hora, eso causo una gran conmoción en mi madre. De regreso a casa Miles no pudo aguantar el sueño y se durmió durante todo el camino, yo me quede despierto un rato mientras observaba por la ventana el paisaje oscurecido por los durmientes rayos de sol; sólo podía pensar en si volveríamos a encontrarnos con Amelia en el próximo viaje; la extraña chica del vestido rojo.

Sin duda la vida suele ser caprichosa en ocasiones, una simple decisión puede darnos tantos caminos a escoger, pero cada uno con un destino impredecible. De regreso a la feria tuve un triste viaje por la carretera, Miles no nos acompañaría a la feria. Me fue imposible reunirme con mi mejor amigo de nuevo, todo indicaba que sería yo solo por ahora. Sin embargo al adentrarme de nuevo en la entrada del bosque, fue una grata sorpresa encontrarme de nuevo con Amelia. En verdad me sorprendió pues seguía siendo la misma niña misteriosa de siempre, no había cambiado en nada. Salvo por el vestido rojo, su atuendo en esta ocasión cambio a un estilo de ropa más acorde con el clima caluroso; un short corto de mezclilla y una camiseta de mangas cortas con rayas blancas y rosas. Amelia se encontraba sentada en el mismo tronco caído de la vez anterior, note una expresión más pensativa en su semblante.

   ─ ¿Amelia, eres tú?

   ─Disculpa, estaba distraída.

   ─Soy Henri, nos conocimos el año anterior.

   ─ ¡Por supuesto! Hola Henri, me alegra verte otra vez. Por un momento no te reconocí. Fuiste amable al recordarme, pensé que jamás nos veríamos de nuevo. Pero dime ¿qué paso con Miles?

   ─No pudo venir, estaba ocupado ─respondí sin poder ocultar mi pesar.

   ─Bueno, seremos tu y yo en esta ocasión, siéntate si quieres ─dijo mientras me sonreía.
   ─ ¿Que observas?─pregunté mientras me sentaba.

   ─ ¿Prometes no burlarte?

   ─Nunca me burlaría.

   ─No observaba nada, sólo pensaba.

   ─ ¿En qué?

   ─Algo tonto.

   −Dilo.

   −Es que es extraño como cambian las cosas, bueno supongo que no pueden dejar de cambiar, y sin embargo siguen existiendo quienes no pueden cambiar, los otros ven a quienes no cambian como seres que sólo estorban, lastres pesados imposibles de mover. Es por eso que siempre arrojo mi roca vieja y antigua; mamá me enseño sobre los cambios en las mariposas, como al principio son gusanos grandes y lentos, y después cambian para convertirse en una mariposa. Yo espero que todos puedan cambiar en algo bueno, pero muchos no pueden hacerlo, las rocas duras y viejas no pueden hacerlo.

   ─ ¿Quieres encontrar tu fusil para ver si ha cambiado? ─pregunte sin pensar bien en lo que decía.

   ─Olvida lo que dije ─Amelia se levantó de un brinco y recobro su ánimo ─. Vamos a buscarlo.

Pasamos un largo rato tratando de encontrar el dichoso fusil de Amelia, esta vez éramos un equipo de dos. Mientras observábamos en los alrededores hurgando con la vista todo rincón posible, fue inevitable que aquel breve periodo de silencio, fuera interrumpido por una plática más amena. Con el pasar del tiempo el intercambio de información nos revelo nuestras edades, gustos, colores e incluso animales favoritos; toda clase de intrigas alimentadas por una mente infantil. Al final del día logramos encontrar de nuevo el fusil, pero aún más importante Amelia y yo encontramos una amistad fuerte. Al terminar el día aprendí algo importante; Amelia en verdad era especial.

   ─ ¡Lo encontramos de nuevo! –Amelia se expresó con gran alegría.

   ─Sí, fue más difícil, cada vez más difícil ─dije mientras tomaba bocanadas de aire.

   ─ ¿Se ve algo diferente no crees?

   ─Tal vez te lo imaginas.

   ─Tal vez, oye pronto tendré que irme.

   ─Yo igual ─dije con una mueca deprimente

   ─ ¿Nos vemos en la siguiente feria? –pregunto con ojos ansiosos.

   ─Sí –respondí  aliviado.

   ─ ¿Nos encontraremos de nuevo?

   ─Por supuesto.

   ─ ¿Y si no?

   ─Uno de los dos encontrara de nuevo el fusil, y dejara un mensaje, así podremos seguir hablando, prometo buscarlo siempre.

El tiempo pasó y la siguiente feria llego más pronto de lo que esperaba, en esta ocasión un fuerte sentimiento por ver de nuevo a Amelia me invadió, fue inexplicable esa sensación la cual trepaba por mi mente, por alguna razón no podía aparta a Amelia de mi pensar; ella sí que era una chica especial. Una vez más me aparte de mis padres para adentrarme en el bosque, mientras caminaba las hojas secas crujían como si intentaran alertar a toda criatura viva en el bosque de mi presencia. Encontrarla no fue nada complicado, la divisé sentada en el mismo lugar de siempre, mirando hacia el cielo, quizás esperando el ver caer otra maravilla extinta desde lo alto. Al acercarme dio media vuelta, me sonrió y al ver su rostro supe que era tal y como la recordaba. En el tiempo que estuve lejos de ella descubrí dos cosas; la primera es el verdadero origen de su fusil, el cual en realidad era un fósil y no fusil: simple error de pronunciación. Y lo segundo es la fuerte conexión que sentía por Amelia; intente negarla por un largo tiempo, pero no podía ocultar más. Después de un rato buscando de nuevo su fósil, decidimos descansar cerca de un arroyo.

   ─Cada vez en más difícil encontrarlo, sí que me canse ─dije mientras respiraba hondo.

   ─No te rindas, nunca lo hagas, lo encontraremos siempre, juntos ─Amelia me tomo de la mano, 
siempre encontraba la forma de animarme.

   ─Claro.

Sentado al lado de Amelia, en una gran roca liza ya humedecida por la corriente, observábamos el pequeño arroyo fluir entre el camino de rocas. Entonces tome una pequeña piedra y la lance para ver qué tan lejos llegaba.

   ─ ¿Viste eso? ─pregunto con gran sorpresa.

   ─ ¿Qué cosa? ─dije confundido.

   ─Tu reflejo, creí haber visto a un monstruo en tu reflejo, con ojos rojos y brillantes.

   ─No seas tonta, no existen los monstruos ─le respondí burlonamente.

   ─Si tú lo dices.

Años pasaron desde que nos vimos por última vez en aquel bosque, aún recuerdo cuando nos divertíamos en la feria, incluso en una ocasión logre ganarme un conejo de peluche; te lo di y siempre lo has conservado. Crecimos juntos y jamás nos cansamos del otro, aun te recuerdo como en nuestra primera vez, tu sonrisa un destello inolvidable. Aquella niña extraña de un singular modo de pensar, la misma chica con la que decidí entrar a la universidad y forjar un sueño juntos, la misma con la que soporte el desalentador mundo, un lugar en el cual aprendí  que era incomprensible para los soñadores. La misma mujer de la cual me enamore y quien me hizo feliz desde el día en aceptarme como esposo; Amelia amada mía, a tu lado nada era imposible de superar, ni siquiera el haber renunciado a todos mis sueños.

El mundo nos hace tropezar, en ocasiones con sorpresas desagradables, por supuesto todos se mueven sin saber que les aguarda más adelante, de eso nos dimos cuenta Miles y yo. Al final no pudimos convertirnos en los detectives que siempre quisimos ser, pues las cosas funcionan de una manera distinta. La vida suele ser cruel en muchas formas, desechando a quienes no necesita, algunos simplemente no pueden encajar en su molde, sea el camino correcto o no tenemos que adaptarnos; es lo que hicimos Miles y yo. Al final terminamos trabajando en lo más parecido a ser detectives. Entramos en la policía. Lo cierto es que no nos fue tan mal en ello, ambos llegamos a un puesto importante, empezamos como investigadores de campo hasta llegar a ser los jefes de la división. Miles siempre disfruto más de su empleo, yo por otra parte, bueno; cuanto quisiera decir que trabajábamos del lado de la justicia, pero lamentablemente es mucho más complicado. La mayor parte del tiempo era como tener las manos atadas, dejando a las ratas libres quienes se movían entre las paredes para roer aquellos cimientos que sostenían a la moral.

Todo aquello eran simples tropiezos teniéndote a mi lado; mi amada Amelia. Desde el día de nuestra boda nunca se trató de lo feliz que me hiciste, pues al permanecer juntos  me sorprendía lo fuerte que llegue a ser. Nada nos detendría Amelia, y la vida sería prueba de ello. Siempre seriamos un equipo como en aquellas tardes cuando éramos niños, jugando a los detectives y buscando tu preciado fósil.

Aún recuerdo tus palaras, palpitan en mi alma como latidos aferrándose a la vida, suenan dentro de mi cabeza, imitando aquel ultimo pero vívido momento; tus últimos deseos sellados con las lágrimas de un amor inquebrantable “No te rindas”.

Hincado en tu lapida guarde el arma con la cual planeaba dispararme en la cabeza, de mi chamara saque tu extraño fósil para mirar por última vez su inusual forma en espiral, una gota callo sobre la extraña planta y por un momento pensé que volvería a brotar como una semilla nueva. Lo deje contigo, desde ahora siempre lo tendrías. En ese momento un último fragmento traspaso mis memorias y lo proyecto en mi cabeza. Te vería una vez más.

   ─ ¿Tienes miedo, cariño? No te preocupes, estarás bien, lo sé ─una lágrima se deslizó por tu mejilla: De verdad odiaba verte en esa cama de hospital.

   ─No Amelia, tu estarás bien, te lo prometo, nos veremos en casa… nos veremos ─sostuve tu mano con todas mis fuerzas, no quería que me vieras débil, pero las lágrimas salieron sin poder evitarlo.

   ─Tú siempre has podido, Henri. Te amo.

   ─Amelia, siempre fuiste la más fuerte.

   ─No quiero dejarte solo, eso es lo que más me duele –cerro los ojos como intentando suavizar el dolor.

   ─Yo no te dejare sola, nunca.

   ─No te rindas ─en ese momento Amelia me mostro una sonrisa radiante, imposible de olvidar.

Regrese a la realidad, en donde tú ya no estabas, camine apesadumbrado el resto del camino por aquel sombrío cementerio. Hoy estuve muy cerca, demasiado cerca del gatillo, pero siempre tengo más días, aun me pregunto cuando llegare al límite, el momento exacto cuando escuche el crujir del gatillo y un trueno selle me destino. Camine por un largo sendero perdido entre mis pensamientos, todo lo demás a mi alrededor eran de un color incierto. Caminaba sin propósito cerca de estar dormido, hasta que un estridente sonido me despertó. Las ruedas de un auto raspando el pavimento, seguido de un chillido insoportable fueron la causa, fije mí vista en la calle y descubrí la espantosa figura de un perro solitario tirado en el asfalto, era la imagen de la muerte. El perpetrador escapo de la escena como si no importara; desde luego en este mundo tenemos a quienes son desechables.

Sin poder evitarlo me acerque, me di cuenta que se trataba de un perro bastante ordinario, quizás callejero; color marrón y con un tamaño encima del promedio. Aun respiraba pero la herida en su lomo era grabe, sería difícil cargarlo. Lo observé por última vez y me arme de valor, lo lleve en brazos por todo el camino hasta mi casa; sin duda el tipo de cosas que Amelia haría. Al llegar coloque al perro en el suelo de la cocina, tenía la intención de ir por una toalla, vendas y un poco de alcohol. Me arrodille junto a él para observar aquellos ojos asustados, me hipnotizaron por un momento y al hacerlo me anunciaron lo que vendría después. Sus redondas ventanas se cerraron lentamente despidiéndose de este mundo con un resplandor fugas. Acaricié a la pobre criatura sintiéndome impotente ante la situación. Dije que este mundo era cruel, pero la muerte era un huracán la cual se llevaba a quienes de verdad hacen falta aquí. Ya no podía hacer nada, se marchó junto con mi último recuerdo de Amelia; lo siento tanto mi amada, no pude salvarlos, a ninguno. Si pudiera rescatarlos de ese profundo abismo, te aferraría a la vida para nunca soltarte, si tan sólo, si tan sólo…

Abrase al perro sin darme cuenta de mis acciones, lo apretaba con fuerza cuando sentí un escalofrió recorrer mi cuerpo, una sensación cálida bajo desde mi cabeza y termino en todo mi cuerpo, enseguida note como mis manos ardían al rojo vivo, pero no me quemaban, nada me lastimo, sólo sentía su calidez. De pronto un movimiento en mis brazos me perturbo, escuche un leve chillido mientras una sensación fría viajaba por todos mis nervios. Instintivamente solté al animal para confirmar lo que me temía. Con horror vi como uno de sus oscuros ojos me observaba, me paralice por completo mientras contemplaba a la criatura recobrar sus fuerzas. Lentamente pudo pararse en sus cuatro patas. El perro había muerto en la cocina, ya no respiraba, no podía equivocarme. Sin embargo se encontraba frente a mí, observándome con ojos acusadores. Me invadió un irremediable impulso por arrojarlo lejos de una patada, pero saco su lengua y en señal de agradecimiento comenzó a lamerme.

No podía creerlo, tal vez ya me había volviendo loco sin siquiera notarlo, aquel acto imposible que presenciaron mis ojos no tenía explicación, cientos de horas imaginando misterios en la infancia, y en la adultez ser testigo de horrendos casos de homicidios, tantas veces que visité la morgue y aquellas fotografías profanadas por la inocencia perdida de infantes, cuerpos cadavéricos pálidos hasta la muerte; ¿ninguna de esas cosas me preparó lo suficiente?

En una gran lista de posibilidades creadas por mi revuelta cabeza, pensé en un castigo por haber deseado tanto la muerte, quizás un ser sobrenatural con intenciones perversas o incluso un regalo en forma de maldición; cualquiera que fuese el motivo, no podía comprender porque llego a mí. Jamás creí en seres sobrenaturales o en milagros sin ningún tipo de explicación, y esto en definitiva no obedecía ninguna ley convencional. Observé mis manos como dos herramientas infectas, preguntándome si en verdad había muerto en el cementerio o yo me había vuelto loco.

No era posible aquella hazaña que comencé a maquinar. Pero incluso aun evadiendo todas las leyes naturales y desafiando cualquier regla establecida; debía intentarlo. Probar cualquier cosa por ver mi sueño cumplido, con tal de ver de nuevo el rostro de mi adorada Amelia. Usaría estas manos para desafiar a la muerte, sin importar el castigo que me esperara.

lunes, 22 de mayo de 2017

Alexis

Desperté sintiendo que el mundo a mí alrededor giraba en un sentido opuesto, y en el sólo podía identificarme como un desconocido. Este día no sería diferente a los otros, me sentiría igual de aislado siendo el estado natural de mí ser; pero tenía un presentimiento inquisitivo, de alguna manera el ambiente era diferente y fui incapaz de darle una explicación. Todo estaba situado en su lugar correspondiente, y los colores aunque colocados correctamente en su respectivo lugar, mis ojos de alguna manera lograron distorsionarlos como si fuesen parte de alguna pintura abstracta; haciéndome sentir que yo era quien no pertenecía del todo. Esa misma noche tuve un sueño único, del tipo de sueños difíciles de recordar por lo insólitos de su naturaleza. Toda aventura vivida en aquellos espejismos mentales, se desvanecía de mi memoria como un recuerdo grato de la infancia; lo siguiente fue estirar mis brazos y asumir que no sería de importancia.

Al erguir la cabeza me percaté del desastre que era mi cabello en esos momentos, me levanté de mala gana notando un destello de luz radiante, el cual golpeó mi rostro tras escapar por una pequeña abertura. Cubrí mis ojos para evitar atrofiar mí visión y tapé la cortina donde la luz penetraba al recinto. En verdad detestaba los días soleados, de alguna manera hacían más difícil fingir una expresión alegre. Antes de quitarme la piyama de cuadros, observé por un momento las figuras de plástico acomodadas encima del escritorio; eran personajes de mi saga preferida de películas protagonizadas por Godzilla. Fui cuidadoso en colocar a cada grupo de monstruos por categoría, primero a los de origen prehistórico, después mutantes, alienígenas, insectos y por último a los mecas. Mis gustos no habían cambiado mucho desde niño, siendo un gran fanático de los monstruos y juegos de estrategia. Yo era un buen jugador, y generalmente me gustaban los retos. Todo tipo de pasatiempos con la finalidad de poner a prueba mis capacidades mentales, eran de mí mayor interés; el resto de actividades solían carecer de importancia. Todo en la habitación estaba acomodado de una forma especial, nada podía estar fuera de lugar sin que yo lo notara. Era como una especie de trampa invisible resguardando la integridad de mi espacio.

Hace unas semanas cumplí los quince años, ahora aquellos gustos infantiles deberían de haber cambiado por lo menos un poco, pero lo único cierto en eso es el reciente interés que adquirí por las chicas. Todo comenzó en una pequeña revistiería cerca de casa, yo solía frecuentarla en busca de libros o cualquier artículo relacionado con mis kaijus favoritos. En una ocasión al encontrar lo que buscaba, fui directo con el amigable chico del afro, quien trabajaba como cajero. Ya de frente en la caja registradora me llevé una gran sorpresa, pues descubrir que ningún chico con afro se encontraba atendiéndola; se trataba de su remplazo, una chica de cabello liso. Su mirada profunda captó mi atención desde el primer momento, y en conjunto con su actitud despreocupada, me hizo notar lo genial que era. Su cabello corto y de color negro, combinado con su forma de vestir nada ordinaria, en verdad lograron fascinarme, haciéndome experimentar una serie de cambios en mis emociones, para los cuales yo no estaba preparado. Al mirarla de frente casi enmudecí; en verdad que era linda. La nueva cajera debía sobrepasarme por cinco o seis años como mínimo, jamás me atreví a preguntarle su nombre, de hecho nunca le dirigí ninguna palabra, nuestra interacción siempre se limitó a, yo dándole el dinero y ella metiéndolo dentro de la caja registradora. Recuerdo que en ocasiones sólo entraba a la revistería para comprar cualquier objeto, siendo mi principal motivación verle de nuevo. De verdad detestaba sentirme interesado en una chica, era un sentimiento incontrolable, capaz de revolverme el estómago igual que una especie de virus infeccioso; en muchas ocasiones sentí ganas de vomitar por estar junto a ella .Lo peor de todo es que no estaba ni remotamente cerca de conocerla un poco.

Ya vestido me dispuse a bajar por la escalera, mis padres junto con Joanna y Sami, las dos hermanas mayores, se encontraban a punto de desayunar. En verdad apreciaba mucho a mis hermanas, a pesar de ser las más unidas de la familia, yo estaba unos cuantos rangos debajo de la escala social de hermanos, sin embargo siempre habían demostrado quererme muy a su inusual estilo. Al llegar a los siete años vivía con el temor de ser convertido en la tercera hermana, pues en más de una ocasión ellas intentaron ponerme los vestidos de fiestas que a Sami, la hermana de en medio, ya no le quedaban. Aprovechándose del pequeño tamaño de su hermano menor, a las dos no les costaba mucho trabajo hacer que los vestidos me quedaran; lo sé porque en una ocasión lograron salirse con la suya. Sin embargo no les guardaba rencor por el pasado, ya había superado aquella etapa de resentimientos. En ese tiempo mis compañeros de salón solían burlarse de mí diciéndome “niña”, no por los vestidos que mis hermanas intentaban ponerme, sino por mí rostro el cual carecía de todo rasgo masculino. El bullying término al cumplir los diez años, en ese entonces los rasgos de la cara comenzaron a madurar de acuerdo a mí género; mamá siempre decía que era un chico guapo, y los demás simplemente me tenían envidia, pero yo jamás me lo creía.

Si pudiera usar una palabra para describir a mamá genial era la más adecuada, ella siempre me pareció una de esas madres locas que en ocasiones actuaban como niños, pero de acuerdo a la situación podía convertirse en una madre ejemplar. En cuanto a papá, yo lo apreciaba mucho, a pesar de haber estado ausente durante algunos periodos de mí vida. Al crecer me di cuenta que él era más de esas personas quienes veían el mundo a su propia manera, y trataban de convencer al resto de verlo con sus mismos ojos. Yo desconocía cómo funcionaban aquellos engranajes responsables de hacer girar a la sociedad, pero si podía estar seguro de algo, los míos giraban en un sentido opuesto.

Una de mis principales características, era poseer un sentido de la curiosidad muy desarrollado. Constantemente me preguntaba cómo funcionaban los pequeños mundos individuales dentro de la mente de cada persona. En ocasiones dudaba si realmente aquellos individuos podían razonar como seres independientes, o si todos eran parte de una conciencia única, con un sólo propósito implantado. Observando a los sujetos de mis estudios mentales, con la esperanza de poder entender su pensamiento consiente, o incluso intentar descifrar el funcionamiento de aquellas mascaras llamadas rostros, comprendí lo mucho que me estaba alejando del todo. En verdad deseaba poder explorar más afondo los pensamientos ajenos, penetrar debajo de sus mentiras, apartarlos de sus engaños para ver quiénes son en realidad; y tal vez entonces dejaría de temerles.

Al terminar mi desayuno tome el camino que me llevaría directo a la parada del transporte, ese tiempo de trayecto era muy útil para reflexionar, y en verdad necesitaba poner mis pensamientos en orden. Caminando por la banqueta podía observar la entrada hacia una zona boscosa, era como si una especie de muralla natural separara el mundo civilizado del bosque, en aquel lugar había sitios interesantes para explorar; yo mismo descubrí un espacio solo para mí, lejos del ajetreado mundo exterior, un santuario. En ese momento comencé a pensar en las incoherencias, pues gracias a la experiencia que adquirí con el tiempo, llegue a una conclusión acerca de las contradicciones. Estaba seguro que al despertar muchas personas eran capaces de decir al menos veintiocho de ellas, y el noventa por ciento no estaban conscientes de ello.

Durante el camino procuraba ver siempre al suelo, sólo en caso de encontrarme con algún objeto que pudiera causar uno de mis tantos tropiezos. A unos cuantos metros me topé con la roca que había pateado el día de ayer; no se había movido del mismo sitio, sospechoso pero creíble. Más adelante tendría que encontrarme con un pequeño estanque donde los sapos solían salir en los días más húmedos; me encantaba la lluvia porque me permitía tomar tantos sapos como quisiera. Después del estanque me crucé con dos posibles caminos, el más corto de ellos me condicionaba a pisar parte del asfalto, y el otro aunque más largo, no me exponía a ninguna clase de peligros. Opte por el más seguro. De haber elegido pisar el asfalto, habría tenido un sesenta y ocho por ciento de probabilidades de correr peligro; yo jamás tomaba un riesgo innecesario, sin importar lo insignificante de este.

Tranquilamente llegué a la parada del transporte, me senté en la banca como buen soldado, y mientras esperaba, observe el cielo ya oscurecido por las nubes de color grisáceo, percibí el aroma a humedad. Todo indicaba que sería un día tranquilo. El transporte tardaría unos diez minutos cuanto mucho. Y efectivamente, llegó en el tiempo establecido. Yo tenía todo calculado, la prueba fehaciente era mi impecable asistencia. La vida fue mucho más sencilla desde que aprendí a identificar y seguir los patrones.

Llegué al instituto sin ningún inconveniente, pacíficamente me dispuse a esquivar un considerable número de estudiantes que entorpecían mi camino. El ruido de un conjunto grande de personas era en verdad irritante para mis oídos, claro, después de un tiempo logré acostumbrarme, sin embargo en ocasiones no podía evitar ponerme de mal humor. En los pasillos era testigo de la actual moda en los tiempos modernos, si podía llamarlos de esa forma. Era como ver una especie de influencias tomadas de cientos de épocas pasadas, combinado con el actual auge de la cultura pop. Generalmente en donde hubiese estudiantes se podía encontrar casi de todo, y no me refería exclusivamente a ciertos grupos de tribus urbanas; creo que ese era el término correcto. Encontrarme con personas de todos los grupos sociales siempre fue una experiencia divertida, observándolos usar ropa extravagante, la cual trataban de combinar con su propia actitud, una fascínate forma de expresar algo llamado individualidad. No es que yo no la tuviera, mi estilo, si de verdad tenía uno, era más conservador. Procuraba darle prioridad a la comodidad, intentando mantener mis gustos. Generalmente optaba por ropa que no estuviese ajustada, en cuanto a los colores prefería tonos grises u obscuros; no soportaba nada que fuera llamativo o colorido. En ocasiones lograba toparme con alguna chica rockera, siempre me parecieron lindas aunque yo jamás le gusté a ninguna.

Entre al salón de clases, con la esperanza de no tener que interactuar socialmente tan pronto con mis compañeros. Realmente no me desagradaba nadie, pero era agotador tener que simpatizar con al menos la mayoría de ellos. Experiencias pasadas me hicieron aprender lo dura que era la vida cuando tus propios compañeros aprendían a odiarte; nunca me permitiría sufrir de nuevo aquel pasado tan desagradable. En el presente había adquirido la útil habilidad de simpatizarle a todo el mundo, y sin embargo me seguía sorprendiendo de lo fácil que era. Básicamente se resumía a asentir con una sonrisa amistosa a toda cuestión u opinión en la que te involucraban; incluso si no lograbas entender nada de lo que trataban de decirte. Pero sobre todo una regla fundamental era, jamás decir lo que piensas, la clave estaba en pensar como lo dices. Desde luego yo no gozaba ni de cerca con ser parte de un círculo social elevado, pero nadie tenía problemas conmigo, incluso se comportaban de manera amable. Yo estaba entre el limbo de ser un chico invisible, pero a la vez querido por todos.

Desde luego no pertenecía a lo que se denominaría como persona conflictiva, prefería ser del tipo pacífico, creía fiel mente en el dialogo como resolución a cualquier conflicto, apelando a la razón siempre. No podía decir que fuese incapaz de recurrir a la fuerza física, pero era sabio usar siempre tus mejores talentos para resolver tus problemas. Culpo de mi ineficaz fortaleza física al nulo interés que tenía por los deportes, no estaba en contra de practicar una actividad tan sana, pero simplemente para mí carecían de todo sentido. Era como si mi cerebro se enfadara conmigo, por tratar de practicaren escenarios donde él no participaba, lo tenía bastante acostumbrado a actividades donde podía ser el centro de atención; las simples desventajas de tener un cerebro celoso. Aun así jamás me preocupé, no recuerdo haber estado en ninguna situación donde requiriera utilizar la fuerza física, y por fortuna no estudiaba en un ambiente hostil. Claro, nunca fue libre de los escándalos, sin embargo no tenía un historial violento.

La mayoría de mis compañeros llegaron temprano, los observe mientras charlaban, algunos juntándose en grupos grandes o pequeños. Me desplacé con cautela directo a mi lugar asignado, pero en el camino una clase de fuerza desconocida me detuvo; una de mis compañeras estaba jaloneándome la manga de la chamarra. Se trataba de Verónica, una chica extrovertida de cabello largo, quien siempre disfrutaba de cualquier cosa que fuese colorida y dulce. No tenía ningún problema con ella, jamás fue desagradable, pero siempre intentaba incluirme en asuntos que no me competían; ella desde luego no sabía eso, ya que nunca le interesó conocerme a fondo.

   ─Alexis, por favor ayúdame, estoy enfermando ─dijo con una expresión de extremo fastidio.

   ─ ¿Te sientes mal? Puedo acompañarte a la sala de profesores ─le respondí.

   ─ ¿Qué?... No ─soltó una risita ─. Estoy enferma de cansancio, me desvelé haciendo tareas. Voy a morir ─dijo mientras seguía jaloneándome.

   ─Creo que no puedo ayudarte con eso ─le respondí mientras reprimía todo impulso de arrebatarle mi chamara.

   ─Oye, no me saludaste.

   ─Hola ─le complací.

   ─ ¿Por qué no te sientas hoy conmigo? ─lo dijo con su tierna voz. Ella ignoraba el hecho de que ya no quedaban lugares a su alrededor; además prefería estar solo.

   ─Bueno, yo… ─no se me ocurría nada.

   ─Sigo extrañando mi pulsera, la perdí ayer de camino a casa ─soltó la manga de mi chamarra para tocar su muñeca, no parecía alegre o molesta.

Si perdido la pulsera de camino a su casa era lógico pensar que ya no la encontraría, no sabía en donde vivía Verónica, por lo tanto no estaba dentro de mis capacidades poder ayudarla. Por otro lado quizás sólo se estaba desahogando conmigo, no podía saberlo, este tipo de situaciones me frustraban. Además ¿por qué mencionármelo justo en ese momento? Aquella conversación carecía de todo sentido, ¿qué se supone que debía hacer? ¿Acaso existía alguna guía para orientarme en estos casos? Por un momento pensé en decirle que no le serviría de nada darme esa información, porque no recuperaría su pulsera. Pero quizás malinterpretaría mis palabras, y me negaba a ser ofensivo con Verónica; me limite a sonreírle amistosamente.

   ─ ¡Alexis! Amigo, que bueno que llegaste, dime ¿hiciste los problemas de física? ─se acercó un chico algo fornido y de expresión alegre.

Se trataba de Paulo, su carácter amistoso y despreocupado le hacían caer bien en algunos grupos. Siempre llevaba puesta una gorra, usualmente de color rojo, su favorito; aunque siempre tenía que quitársela cuando el maestro llegaba. Mentiría si dijera que me gustaba estar con Paul, aunque jamás tuve nada en contra de él, podía comprender su simplicidad, la cual no tenía nada de malo, pero no había nada compatible entre nosotros.

   ─ ¡Déjalo en paz! Él no tiene la culpa de que seas un descuidado ─respondió la chica sentada al lado de Verónica, Claudia.

Ella tenía el cabello más corto que Verónica, su rostro era más redondo debido al nada exagerado sobrepeso de su cuerpo. Yo le caía bastante bien, solía ser muy amable conmigo, y al menos trataba de comprenderme un poco más. Sin embargo tampoco teníamos nada en común.

   ─Pero él es mi amigo, ¿verdad que me prestaras tu libreta? Sólo por un momento, para comparar respuestas ─dijo mientras me guiñaba un ojo.

   ─Nadie cree eso ─le reclamo Claudia en tono severo.

   ─No me molesta ─respondí.

   ─ ¿Entonces si tienes todo correcto?

   ─Sí, una parte, bueno la verdad tuve complicaciones, no sé si te sirva.

   ─Alexis no tienes por qué prestársela ─insistió Claudia.

   ─ ¡Oye Raúl! ¿Hiciste los problemas de Física? Necesito ser feliz ─Paulo ahora se dirigía al chico con mejores notas del salón.

Claudia y Verónica decidieron ignorarme para conversar entre ellas, era momento oportuno de tomar mi asiento y ocuparme de mis asuntos. Pero antes de marcharme alguien me había agarrado por el hombro. Cuando me di la vuelta comprendí que se trataba de George, el usaba lentes rectangulares color negro y su cabello era rizado; generalmente un buen chico. Hasta donde yo sabía George tenía una buena opinión de mí, y el sentimiento era mutuo.

   ─Buenos días Alexis ─saludo George.

   ─Hola, buenos días  ─respondí algo nervioso.

   ─Linda chamarra, ¿dónde la compraste? ─observo mi chamarra como si fuese a comérsela.

   ─Regalo de cumpleaños.

Sabía que George tenía en su repertorio mejores temas de conversación que una simple chamarra, me encantaba escucharlo hablar sobre el arte del cine y datos históricos poco conocidos. Yo no tenía mucho que aportarle, pero intentaba aprender todo lo que podía de él. Mi chamara en cambio no tenía nada de especial, estaba bordada con cuadros color rojo y negro, simple y cómoda.

   ─Es que te confieso, siempre me ha gustado tu estilo retro ─George me sonrió.

Si yo tenía un estilo retro no era a propósito, mi ropa la elegía con toda normalidad, George estaba algo obsesionado con lo retro; pero a cada quién lo suyo. Sin previo aviso el silencio se propagó en el salón, todos regresaron a sus asientos al ver la figura del profesor de Física atravesar la puerta. Se trataba de un hombre con aproximadamente treinta y cinco años de edad, su aspecto daba un cierto aire jovial, el cual se rompía al ver la entrada de su futura calvicie en la frente, su cráneo a simple vista parecía más grande de lo normal. No es que el señor Orlando fuera un mal profesor, el problema entre nosotros era simplemente un enfoque diferente de opiniones. A los otros profesores los tenía encantados con mi forma de trabajar, a pesar de no ser el mejor alumno de todos, ellos siempre apreciaban mis esfuerzos. En cambio el profesor Orlando tenía una opinión diferente sobre lo que era un alumno ejemplar. Sus clases aunque en ocasiones tenían temas interesantes, me hacían pensar que se esforzaba en explicarlas de la forma más tediosa posible.

   ─Buenos días ─saludó con su seca voz.

Saque rápidamente mi libreta de Física. En ese momento estaba algo molesto, pensé que tendría tiempo suficiente de corregir mis operaciones matemáticas, pero el profesor había llegado mucho antes de lo previsto. Teníamos la oportunidad de elegir los problemas al azar de nuestro libro de Física, tal y como lo sugería el capítulo. Al resolver los míos no podía comprender el porqué, pero después de haberlo hecho varias veces, el resultado final que me daba era siempre veintiocho; una experiencia en verdad frustrante. Ese tipo de coincidencias eran imposibles de darse, de nueve problemas elegidos el resultado de todos no podía ser veintiocho. Fue una lástima no tener tiempo de corregirlo.

   ─Ayer hablamos de las diferencias entre el átomo y la partícula, también vimos sus propiedades y niveles de energía, ¿nos falta algo del capítulo que no hayamos visto? ─el profesor se dirigió a todos nosotros.

   ─Ya terminamos todo el capítulo cuatro ─respondió Julia, la chica sentada a mi lado.

   ─Bien, entonces hoy comenzamos con el tema de propiedades atómicas, después les entregare sus trabajos sobre la interpretación de la Física Cuántica.

En ese momento aun intentaba resolver mi problema sobre la constante del número veintiocho, probablemente el profesor me indicaría cual era mi error dado el caso, pero prefería pensar antes de ir por el camino fácil. Yo pasaba gran parte del tiempo pensando en soluciones o posibles respuestas a todo tipo de problemas; un hombre muy sabio dijo una vez, “ningún hombre está muerto mientras aún pueda pensar” o en este caso resolver sus errores.

Paso un largo rato mientras el profesor seguía explicando los temas, perdí total interés en la clase cuando comenzó a ponerse repetitiva, era igual a permanecer en un estado inerte mientras las palabras viajaban en el aire, siendo sólo ondas invisibles carentes de propósito. Todo a mi alrededor dejó de ser algo relevante en el espacio, como si cada partícula comenzara a distorsionarse mientras se sumergía en algo parecido a un desenfoque de cámara. En ese momento perdí la percepción de mi propia realidad, y poco a poco la noción de lo que era la identidad fue borrándose de mi memoria. Esto que estaba sufriendo era un sentimiento familiar, se trataba de uno de mis “ataques”; así los llamaba. No tenía un nombre o explicación que darles, simplemente sucedían cuando comienzo a perder toda percepción de la realidad. Aquello pertenecía a mis más profundos secretos, por ningún motivo dejaba al descubierto mis rarezas o manías; posiblemente los demás no lo entiendan, y no quería arriesgarme a perder mi campo de protección. Me había costado mucho trabajo ser aceptado por los demás. Por suerte mis ataques eran invisibles a la vista, todo estaba dentro de mi cabeza y duraban muy poco, y no eran para nada frecuentes.

Cuando el profesor al fin nos llamó para entregar nuestros trabajos, me encontraba muy ansioso. El tema era sobre cómo explicar la paradoja del gato de Schrödinger; mi tipo de temáticas favoritas, y razón por la cual me había esforzado especialmente en ese ensayo. Tenía curiosidad por saber lo que opinaba el profesor de mi investigación, para ello partí desde las páginas del libro, hacia otro tipo de fuentes, para sacar información con diferentes puntos de vista y mucho más completa; descubrí que podía extenderme enormemente mientras avanzaba en la investigación. Me levanté del asiento en cuanto el profesor mencionó mi nombre, recibí el trabajo en mis manos, y al ver una calificación tan baja todas mis expectativas lograron desaparecer en tan sólo un instante.

   ─Te puse esa calificación porque no les pedí que se extendieran del tema, solo tenían que hacer un ensayo apegándose a lo que indica el libro, tratar el experimento de Schrödinger como una variante que expone las interpenetraciones de la mecánica cuántica ─dijo en tono molesto.

   ─Pero me di cuenta de las posibilidades que Schrödinger había planteado con su propuesta podían abarcar mucho más, use eso como punto de partida y me extendí hacia el comportamiento inestable de algunas moléculas, lo cual abre a posibilidades infinitas de universos… ─fui interrumpido.

   ─Está fuera de discusión porque te has salido completamente del tema, nada de lo que mencionas está dentro del libro. El gato de Schrödinger es mencionado únicamente para hacer una referencia hacia la física cuántica. No podemos avanzar tanto en tan sólo un tema, debemos apegarnos a la Física que estamos estudiando ahora, seguir el lineamiento ─dijo secamente.

En ese momento la frustración que sentía fue convirtiéndose en enfado. No comprendía, ¿por qué esa obsesión de seguir el lineamiento? Si soy capaz de hacer mucho más no tiene sentido el tratar de limitarme a mí mismo. En verdad quería aprender, y sin dudas con mi trabajo logré expandir mis conocimientos; pero comprendí que el aprendizaje no era muy tomado en cuenta a la hora de calificar siguiendo un parámetro. La información aprendida por alguna razón se basaba únicamente en un libro, cuyo autor o autores  junto con sus logros eran desconocidos. Un contenido que jamás se debía de cuestionar.

   ─Pero eso limita el aprendizaje ─dije tratando de contenerme.

   ─No lo voy a discutir, puedes sentarte ─respondió con cierto enfado.

Sin poder hacer nada di media vuelta, en mi cabeza trataba de lidiar con tastas emociones al mismo tiempo, que me encontraba realmente confuso. De pronto sentí cambiar algo, pero no comprendía el qué. Un ruido molesto tintineaba en el oído izquierdo, punzante como el pitido que hacía la señal de televisión cuando se perdía. Por un momento temí sufrir algún daño irreparable por haberme frustrado de tal manera. Pero de pronto aquel punzante sonido radial fue ajustándose hasta desaparecer por completo. Me toque los odios instintivamente, todo a mi alrededor parecía normal, sin embargo de algún modo sabía que algo cambio indefinidamente. Entonces lo escuche.

No puedo darte una mejor nota porque sólo puedo evaluarte a través del lineamiento, simplemente tienes que seguirlo y te irá bien.”

El escuchar la voz en mi cabeza giré al momento, no podía confundirme, el profesor me había respondido. Al mirarlo detenidamente no parecía haber dicho nada. Sin embargo estaba seguro que aquella voz era la suya.

No es difícil apegarse al lineamiento, todos pueden hacerlo, para eso está diseñado, es conocimiento básico y aprobado, no llegarás lejos con eso pero si lo haces bien puedes alcanzar tus ambiciones, si es que las tienes.”

Los labios del maestro no se movieron en lo absoluto, sin embargo esa voz… ¡Era dentro de mi cabeza, imposible! Todo lo que estaba escuchando estaba siendo procesado por mi cerebro,  dentro de la mente, y sin embargo parecía tan real, como si en verdad el profesor tratara de comunicarse inconscientemente. No tenía ninguna explicación coherente, y me aterraba preguntarle al profesor.

Que fastidio, espero que la clase termine pronto, hoy no quise desayunar porque papá estaba echando pestes, era mejor irse rápido.”

Esa era la voz de Verónica, inmediatamente la miré atónito ante lo que sucedía. La observé limpiándose las uñas distraídamente. En ese momento me armé de valor.

   ─Disculpa, ¿dijiste algo? ─le pregunte con un tono nervioso.

   ─No, solo estoy pasando el rato ─respondió con su alegre humor.

Hoy no quiero llegar a casa, seguramente sigan de mal humor, tendré que preguntarle a Claudia si quiere comer conmigo fuera. Tal vez la invite a ese restaurante de comida árabe.

   ─Es que creí escuchar…

Alexis sí que es misterioso, me pregunto qué tanto pasara por su cabeza. ¿Por qué no es tan social como nosotros? Se aparta demasiado; por eso intento no invitarlo tanto con nosotros, si cambiara de actitud seguro que ya tendría una novia. Lástima.”

La voz de Verónica seguía escuchándose dentro de mí cabeza, sentirme aterrado fue inevitable, no entendía que estaba pasando, ¿por qué seguía escuchando voces? No tenía sentido, todo estaba terriblemente mal. Me aparté de Verónica como si tuviera algún tipo de enfermedad, me miró extrañada pero no dijo nada. Me senté en mi lugar con la esperanza de ya no escuchar nada, reprimí todo impulso de salir corriendo del salón.

No me molesta su clase, pero el profesor Orlando es muy pesado en ocasiones ¿tendrá esposa?

Esa era la voz de Julia, volteé por instinto. Se encontraba sentada revisando su celular a escondidas, callada y sin hacer ningún ruido.

Esta tarde iré al museo de arte con mi familia, estoy emocionada, es una lástima que el profesor de Historia del Arte nunca nos lleve a ver verdaderas obras. Su materia es en verdad aburrida, sin embargo me interesa ser artista. Espero algún día convertirme en pintora.”

Me quede petrificado. Tantas cosas, tanta información golpeándome en la cara. Ya no podía más, tenía que concentrarme en no escuchar nada, alejarme, ir a un lugar solitario, sin gente, para enfocarme. Me levanté lo más rápido posible, pedí permiso al profesor para salir y me dirigí al baño a toda prisa.

Corrí, intentando que mis pies no se tropezaran, me sentía desmoronado. Apenas capaz de poder moverme correctamente, llegué al baño de chicos tambaleándome un poco. Rápidamente abrí la llave del grifo y con mis manos mojé mi cara por completo, me miré al espejo con la esperanza de encontrar algo diferente, pero seguía siendo el mismo. Tenía el rostro pálido y una mirad vidriosa; aun no me habían comenzado a salir vellos, pero me estaba preparando para el día; no soportaba los cambios. ¿Acaso me estaba volviendo loco? Seguramente fue obra de mis ataques, algo no funcionaba bien en mi mente, lo sospechaba desde hace tiempo, era como si una burbuja mental me cubriera y me apartara del resto, igual a una enfermedad mental.

Me tranquilicé un poco, respiré profundo mientas sostenía con mis dos manos el lavamanos. Aquellas voces en mi cabeza quizás no provenían de mí, más bien sentía como si pudiera escucharlas en las mentes de los demás, revelándome sus más profundos secretos y exponiendo la verdad en su ser. Aún así no podía creerlo, ¿cómo eso es siquiera posible? No tenía ningún sentido. En ese momento no escuchaba nada, el baño estaba vacío, pero de pronto la puerta se abrió y yo pegue un salto del susto. Era un estudiante, no se fijó en mí, simplemente entro a un cubículo libre. Me sentí un poco aliviado porque no podía escuchar ninguna voz, quizás fue sólo pasajero como mis ataques, pero tenía que cerciorarme.

Entre al siguiente cubículo, me senté como un ratón asustado esperando escuchar cualquier cosa. Después de un rato de sólo percibir sonidos incómodos decidí concentrarme un poco, para asegurarme que aquellas voces dentro de mi cabeza hubiesen desaparecido; tenía miedo de hacer la prueba pero tenía que asegurarme. Me concentré en el cubículo de al lado, como si quisiese atravesarlo con la mirada.

No sé lo que haré, apenas puedo mantener mi promedio y asistir a todas mis clases de baloncesto, tengo que mantener mis calificaciones intactas si quiero jugar, pero todo se ha vuelto tan complicado. Enzima Jessica me ha pedido que nos tememos un tiempo, yo…

Dejé de concentrarme, al levantarme me tambaleé un poco pero logre salir por la puerta, fuera de los baños un montón de alumnos comenzaron a caminar de un lado a otro; era hora del almuerzo, ni siquiera había notado la campana. Moví las piernas como pude en dirección al salón de clases, al entrar cogí rápidamente mi mochila tratando de ignorar a los de mi alrededor.

   ─Oye Alexis ¿te importa comer con nosotros hoy? ─me pregunto George tocándome el hombro.

   ─No, yo, creo que me siento mal.

   ─Estas muy pálido, ¿quieres que te acompañe?

   ─No, lo siento, tengo que irme ─escapé sin decir otra palabra.

Salí disparado del lugar, no quería escuchar más voces, no quería saber más secretos ajenos, en esos momentos apreciaba mi tranquilidad más que nunca, todo cuanto me había sucedido en este día fue difícil de digerir. En los pasillos esquivaba personas mientras trataba de evitar conversaciones ajenas, intentando bloquear mi cerebro comencé de nuevo a escuchar las voces, contaminadas por el ajetreado ruido de cientos de estudiantes quienes iban de un lado a otro. Aquellas confesiones dentro de mi cabeza, llenándome con secretos tan personales que lograban perturbar mi alma, no cesaban. A cada paso en el camino lograban castigarme con la verdad.

Corrí fuera del instituto sin prestar la mínima atención a quienes me rodeaban, intentaba bloquearlos, hacerlos callar sin el menor remordimiento. En el trayecto del bus intenté con todas mis fuerzas bloquear todo rastro de pensamiento ajeno, por un momento pensé que sería imposible, pero con el tiempo aprendí a contralarlo un poco mejor, sin embargo no desapareció del todo. Al salir del bus corrí en dirección a la entrada de aquella zona boscosa, cerca de ese lugar tenía un refugio secreto, o mejor dicho poco concurrido. Me recosté frente al árbol más especial del lugar, lo era porque marcaba el principio y fin de mi propio santuario; un sitio libre del exterior, donde podía reflexionar sin ser interrumpido. Aquel árbol era del tipo donde se podía escalar con gran facilidad debido al ancho de sus ramas; seguramente un paraíso para los niños del pasado quienes gozaban de aventuras imaginarias, alimentando sus fantasías con el entorno que los rodeaba y comprendiendo su delicada belleza.

Pasar un rato en aquel sitio tranquilizó mi mente, mis pensamientos ahora trabajaban con mayor racionalidad y la lógica hacia mover los engranajes de mi cerebro. Analizando la situación, tal parece que fui testigo de una fuerza enigmática o sobrenatural, hasta haber demostrar lo contrario. Por cuestión de azar adquirí la capacidad de leer mentes ajenas, o bien escuchar la verdad en sus más profundos pensamientos. Este misteriosos poder, o conexión con alguna fuerza sobrenatural, me fue otorgado sin habérmelo ganado o pagado, yo no lo pedí y recientemente no he estado en contacto con alguna entidad sobrenatural. Tampoco había estado expuesto ante un hecho biológico que pudiera cambiara la naturaleza de mi cuerpo. Llegó de la nada, lo cual podía deberse a un cambio natural, tal vez una alteración en alguna onda cerebral  o magnética, permitiéndome recibir la señal de más ondas cerebrales; pero claro, sólo estaba especulando. La siguiente alternativa por supuesto era revelarle mi problema a quien pudiera ayudarme, lo más lógico en este caso era buscar la ayuda de mis padres. Pero claro, una pregunta importante a la cual primero tenía que responder era ¿Qué clase de ayuda podían brindarme ellos? Lo más lógico era pensar que actuarían como padres normales, lo cual implicaba incredulidad, enfado, preocupación y miedo; todos estos eran aspectos negativos para mi actual condición. Lo que menos deseaba era terminar en alguna clase de psiquiátrico o en su defecto ganarme un castigo severo; y consecuentemente la burla de mis hermanas.

Decidí guardar el secreto. No tenía dudas, las voces en mi cabeza provenían de la mente de otras personas, lo preocupante en esto es posiblemente el riesgo implicado, pues debía esperar a que el responsable se presentara ante mí, y posiblemente cobrara el precio; de algo que jamás pedí. En dado caso lo único razonable en esa situación era rechazar el obsequio, o don otorgado por aquella misteriosa entidad. Sería cuidadoso con este asunto, manteniéndome concentrado en apartar todo tipo de pensamientos y adquiriendo una postura responsable. No hurgaría en las mentes ajenas  e intentaría controlarlo lo mejor posible. De ese modo no se tomarían represalias contra mí.

Llegue a casa con el mayor sigilo posible, evitando encontrarme con mi madre quien era la única en casa a estas horas. Ella solía estar en su computadora, vendiendo sus propios artículos en algún sitio de Internet; nunca le preste gran atención a su trabajo. Se pasaba gran parte del tiempo creando todo tipo de materiales utilizando su creatividad; estuches, separadores de libros, lapiceros, tasas y muchas otras curiosidades. También hacia videos tutoriales de cómo hacer tus propios diseños utilizando materiales reciclables. Fue inevitable toparme con ella en el camino, me esforcé por no recibir ningún pensamiento de ella y la convencí de sentirme afligido debido a un malestar; razón por la cual no me castigó tras haberme escapado de clases. Después me encerré en mi cuarto para no escuchar ningún otro secreto. En la mañana esta tarea fue mucho más desafiante. Papá tuvo que irse temprano, me quede sólo con mamá y mis dos hermanas. Durante el desayuno trate de impedir la entrada de cualquier señal cerebral a mi cabeza, gracias a esto sólo algunos débiles murmullos lograron penetrar mi muralla mental.

A la mañana siguiente me encontraba dentro del instituto. Aquel sitio lleno de estudiantes, cada uno con problemas personales e inundados de emociones confusas, presentaba un gran reto, tendría que concentrarme el doble si deseaba repeler tantos pensamientos como fuese posible. Sentía como cientos de voces emergían de diferentes direcciones, todas intentando hablarme al mismo tiempo. A la hora del almuerzo mi cabeza me daba vueltas, me sentía incapaz de enfrentarme nuevamente a las cientos de mentes jóvenes que rondaban por todo el instituto; lo sentía por el almuerzo de mamá, pero había perdido el apetito por completo. En ese momento almorzaba junto con George, Verónica, Claudia y Paulo; me habían invitado a comer de forma muy insistente. Sospechaba que querían asegurarse si en verdad me había recuperado de mi malestar; pude averiguar la verdad con tan sólo proponérmelo, pero yo seguía insistiendo en bloquear todas las señales exteriores.

   ─ ¿Seguro que te sientes mejor? ¿No fue nada grave verdad? ─pregunto George.

   ─No, ya estoy mucho mejor, pero sigo algo mareado ─le respondí con toda tranquilidad; una tarea difícil si te preocupas más por bloquear pensamientos ajenos.

   ─Me hubieras dicho Alexis, si te dolía la cabeza tengo pastillas para eso ─dijo Verónica con su característica sonrisa.

   ─ ¿Cómo se te ocurre? Sin una receta del médico puede ser peligroso ─Claudia levanto la voz.

   ─Tranquila, son para dolores de cabeza comunes y corrientes, está bien ─respondió Verónica en tono tranquilizador.

   ─Aun así puede ser peligroso ─insistió Claudia ya más tranquila.

   ─Si vuele a sucederte no dudes en decirme a mí, yo te ayudare en lo que pueda ─dijo Paulo con una expresión seria; muy raro en él.

   ─Disculpe señor doctor, no sabía que era un experto en temas de salud ─exclamó Claudia usando un tono sarcástico.

   ─ ¡Soy capaz de ayudar en una situación como esa! En la granja de mi tío tuve que aprender ─respondió Paulo indignado.

En verdad tuve que aprender.”

Un ligero pensamiento de Paulo logro penetrar en mi barrera mental.

No es que no me agrade trabajar, pero gracias a eso mis labores como estudiante son más difíciles, además no tengo una beca, necesito el dinero.”

Me concentré de nuevo en bloquear los pensamientos. Sólo hizo falta perder la concentración por unos momentos para ser invadido por voces intrusas. En verdad lo sentía por Paulo, pero no me sentía bien escuchando sus problemas sin permiso.

   ─Otra opción podría ser que actuáramos como personas responsables y avisáramos a los maestros ─dijo George bromeando.

Saliendo de la escuela tendré que comprar ese libro. Ayer no pude evitar besar a Héctor, creo que también me gustan los hombres, es momento de aceptarlo.”

Aquella voz en mi cabeza pertenecía a George. En verdad me sentí fatal por invadir su privacidad de esa manera. Disimular mi cara de asombro ante la confesión de George no me resultó muy bien, en esos momentos no tenía la menor idea de cómo reaccionar; demasiada información en tan solo un momento. Después de un rato logré tranquilizarme gracias a mis amigos, todos ellos se encontraban frente a mí, bromeando como si todo fuese tan normal; al menos lo era para ellos. Nos encontrábamos en una mesa al aire libre, apartada de las grandes muchedumbres de estudiantes. El aire fresco, en conjunto con las risas de mis amigos, logró abrirme el apetito, comencé a darle mordiscos al almuerzo de mamá; tan delicioso como siempre. Después de un rato de paz logre divisar a Julia, quien se acercaba a nuestra mesa con un semblante serio. Ella siempre se sentaba  junto a mí en las clases, supongo que le gustaba la tranquilidad. Jamás le interesó conocerme, simplemente me trataba con indiferencia. Al entregarle a Claudia su pluma me dispuse a tomar un largo trago de leche con chocolate, así evitaría miradas incomodas con ella.

   ─Gracias ─dijo amablemente Julia.

Que patético pretexto, las cosas que hago para intentar acercarme a Alexis, de verdad me gusta, es un chico guapo e interesante porque…

En ese momento el chocolate que viajaba por mi garganta tomo un desvío hacia mis fosas nasales, fue una experiencia desagradable sentir la fuente de chocolate saliendo de mi nariz. Pero a mis amigos les divirtió tanto que me preocupé por sus pulmones, los cuales por poco escapan de sus gargantas. Yo mientras tanto intentaba limpiarme todo el chocolate de la cara.

   ─ ¡Jamás había visto que esto pasara! Gracias Alexis, fue la mejor experiencia de este día ─dijo George en tono burlón.

De camino a casa empleé todas mis energías en seguir bloqueando mi mente. Sentado en el transporte público meditaba sobre el reciente don que adquirí, si deseaba vivir una vida tranquila debía aprender a manejarlo mucho mejor, no podía seguir permitiendo más fugas mentales. Para lograrlo tenía que hacer uso de él, probando sus capacidades y descubriendo sus puntos débiles; todo lo que me ayudara a comprenderlo mejor. Respire profundo, y fijando mi vista hacia la cabeza de la persona sentada frente a mí, comencé a hurgar en su cabeza.

Hoy ha sido un día tranquilo, me fue bien en el trabajo. Sara debe de ser la persona más simpática que conozco, me alegro que sea mi compañera, con ella el trabajo es menos pesado.”

Únicamente escuchaba los pensamientos de aquel señor, me estaba concentrando de una forma diferente, como si pudiera hacer alguna clase de conexión con mi transmisor mental. Sentía que podía buscar aún más profundo en sus pensamientos, infiltrarme en su mente con un simple impulso; entonces me deje llevar.

Quiero terminar con ella, pero no puedo, es la madre de mis hijos. Sin embargo todos los problemas que no he podido resolver con la deuda de mi familia, me han perseguido hasta las últimas consecuencias.”

Por un momento casi pierdo la concentración, ajuste de nuevo mi señal. Mientras más me dejaba llevar por el impulso que me absorbía dentro de aquella mente, una especie de túnel se abría en mi cabeza, como un pasaje en el tiempo, lleno de voces pasadas y presentes. Podía penetrar mucho más, abrir sus pensamientos para sumergirme en un mar de emociones y experiencias pasadas. Me conecté en su pasado, en un punto al azar. Mis ojos en ese momento comenzaron a perder la percepción de los colores, mientras el entorno a mí alrededor se distorsionaba, creando un gran vacío en la realidad, la cual era desgarrada por una especie de hoyo negro.

Era un niño en ese entonces, papá siempre insistió en convertirme en un hombre, obligándome siempre a ser fuerte. Tenía que demostrar ser siempre el mejor, sobresalir en los deportes y tomar la responsabilidad. Decía que  era la única manera de conseguir una buena esposa. Siempre fue una obligación tener una novia para complacerlo; o de lo contrario me convertiría en una señorita, tal y como siempre me dijo. En cambio mi madre se preocupaba más por hundirse en alcohol y fingir alegría en su vida.”

La conexión fue más profunda, una fuerza de atracción estaba absorbiendo mi mente, arrastrándome a un sitio desconocido, donde cientos de voces llorándome al odio y también reían y jugaban, todo dentro de aquel limbo eterno. Tan profundo, sumergido en una sensación nueva en todos los sentidos, como si mi alma viajara en un espacio infinito y consiente; considere que era suficiente.

Rompí la conexión, no lo soporte más, en verdad fue una experiencia aterradora, creí que perdería el control. Decidí tranquilizarme, tratar de respirar correctamente, porque en ese momento me sentía muy agitado. Decidí mantenerme alejado de aquella fuerza de atracción, no podía arriesgarme a quedar atrapado en los recuerdos de otra persona; no más viajes mentales para mí. Un hombre de cabello descuidado y lentes oscuros apareció en escena, sus ropas aunque un poco andrajosas no parecían las de un vagabundo; al pasar junto a mi asiento, puso mis sentidos en alerta.

“¡Estoy harto, se acabó! Hoy mismo lo haré. Me atreveré, al fin lo are, mataré a todos en este autobús. Sólo necesito tranquilizarme y esperar mi momento, cuando alguien intente salir les disparare a todos. Ellos tienen la culpa, todos son los culpables, morirán.”


Al escuchar sus pensamientos mi cuerpo se heló, no me sentí capaz de moverme; ese hombre tenía un arma, nos mataría a todos sin razón, era un asesino. Debía encontrar una manera de salir, no quería morir, no en ese memento ni lugar. La desesperación comenzó a invadirme, debía encontrar la manera de sobrevivir, utilizando cualquier medio. Ahora la llave de mi supervivencia dependía de mi nuevo don.