lunes, 22 de mayo de 2017

Alexis

Desperté sintiendo que el mundo a mí alrededor giraba en un sentido opuesto, y en el sólo podía identificarme como un desconocido. Este día no sería diferente a los otros, me sentiría igual de aislado siendo el estado natural de mí ser; pero tenía un presentimiento inquisitivo, de alguna manera el ambiente era diferente y fui incapaz de darle una explicación. Todo estaba situado en su lugar correspondiente, y los colores aunque colocados correctamente en su respectivo lugar, mis ojos de alguna manera lograron distorsionarlos como si fuesen parte de alguna pintura abstracta; haciéndome sentir que yo era quien no pertenecía del todo. Esa misma noche tuve un sueño único, del tipo de sueños difíciles de recordar por lo insólitos de su naturaleza. Toda aventura vivida en aquellos espejismos mentales, se desvanecía de mi memoria como un recuerdo grato de la infancia; lo siguiente fue estirar mis brazos y asumir que no sería de importancia.

Al erguir la cabeza me percaté del desastre que era mi cabello en esos momentos, me levanté de mala gana notando un destello de luz radiante, el cual golpeó mi rostro tras escapar por una pequeña abertura. Cubrí mis ojos para evitar atrofiar mí visión y tapé la cortina donde la luz penetraba al recinto. En verdad detestaba los días soleados, de alguna manera hacían más difícil fingir una expresión alegre. Antes de quitarme la piyama de cuadros, observé por un momento las figuras de plástico acomodadas encima del escritorio; eran personajes de mi saga preferida de películas protagonizadas por Godzilla. Fui cuidadoso en colocar a cada grupo de monstruos por categoría, primero a los de origen prehistórico, después mutantes, alienígenas, insectos y por último a los mecas. Mis gustos no habían cambiado mucho desde niño, siendo un gran fanático de los monstruos y juegos de estrategia. Yo era un buen jugador, y generalmente me gustaban los retos. Todo tipo de pasatiempos con la finalidad de poner a prueba mis capacidades mentales, eran de mí mayor interés; el resto de actividades solían carecer de importancia. Todo en la habitación estaba acomodado de una forma especial, nada podía estar fuera de lugar sin que yo lo notara. Era como una especie de trampa invisible resguardando la integridad de mi espacio.

Hace unas semanas cumplí los quince años, ahora aquellos gustos infantiles deberían de haber cambiado por lo menos un poco, pero lo único cierto en eso es el reciente interés que adquirí por las chicas. Todo comenzó en una pequeña revistiería cerca de casa, yo solía frecuentarla en busca de libros o cualquier artículo relacionado con mis kaijus favoritos. En una ocasión al encontrar lo que buscaba, fui directo con el amigable chico del afro, quien trabajaba como cajero. Ya de frente en la caja registradora me llevé una gran sorpresa, pues descubrir que ningún chico con afro se encontraba atendiéndola; se trataba de su remplazo, una chica de cabello liso. Su mirada profunda captó mi atención desde el primer momento, y en conjunto con su actitud despreocupada, me hizo notar lo genial que era. Su cabello corto y de color negro, combinado con su forma de vestir nada ordinaria, en verdad lograron fascinarme, haciéndome experimentar una serie de cambios en mis emociones, para los cuales yo no estaba preparado. Al mirarla de frente casi enmudecí; en verdad que era linda. La nueva cajera debía sobrepasarme por cinco o seis años como mínimo, jamás me atreví a preguntarle su nombre, de hecho nunca le dirigí ninguna palabra, nuestra interacción siempre se limitó a, yo dándole el dinero y ella metiéndolo dentro de la caja registradora. Recuerdo que en ocasiones sólo entraba a la revistería para comprar cualquier objeto, siendo mi principal motivación verle de nuevo. De verdad detestaba sentirme interesado en una chica, era un sentimiento incontrolable, capaz de revolverme el estómago igual que una especie de virus infeccioso; en muchas ocasiones sentí ganas de vomitar por estar junto a ella .Lo peor de todo es que no estaba ni remotamente cerca de conocerla un poco.

Ya vestido me dispuse a bajar por la escalera, mis padres junto con Joanna y Sami, las dos hermanas mayores, se encontraban a punto de desayunar. En verdad apreciaba mucho a mis hermanas, a pesar de ser las más unidas de la familia, yo estaba unos cuantos rangos debajo de la escala social de hermanos, sin embargo siempre habían demostrado quererme muy a su inusual estilo. Al llegar a los siete años vivía con el temor de ser convertido en la tercera hermana, pues en más de una ocasión ellas intentaron ponerme los vestidos de fiestas que a Sami, la hermana de en medio, ya no le quedaban. Aprovechándose del pequeño tamaño de su hermano menor, a las dos no les costaba mucho trabajo hacer que los vestidos me quedaran; lo sé porque en una ocasión lograron salirse con la suya. Sin embargo no les guardaba rencor por el pasado, ya había superado aquella etapa de resentimientos. En ese tiempo mis compañeros de salón solían burlarse de mí diciéndome “niña”, no por los vestidos que mis hermanas intentaban ponerme, sino por mí rostro el cual carecía de todo rasgo masculino. El bullying término al cumplir los diez años, en ese entonces los rasgos de la cara comenzaron a madurar de acuerdo a mí género; mamá siempre decía que era un chico guapo, y los demás simplemente me tenían envidia, pero yo jamás me lo creía.

Si pudiera usar una palabra para describir a mamá genial era la más adecuada, ella siempre me pareció una de esas madres locas que en ocasiones actuaban como niños, pero de acuerdo a la situación podía convertirse en una madre ejemplar. En cuanto a papá, yo lo apreciaba mucho, a pesar de haber estado ausente durante algunos periodos de mí vida. Al crecer me di cuenta que él era más de esas personas quienes veían el mundo a su propia manera, y trataban de convencer al resto de verlo con sus mismos ojos. Yo desconocía cómo funcionaban aquellos engranajes responsables de hacer girar a la sociedad, pero si podía estar seguro de algo, los míos giraban en un sentido opuesto.

Una de mis principales características, era poseer un sentido de la curiosidad muy desarrollado. Constantemente me preguntaba cómo funcionaban los pequeños mundos individuales dentro de la mente de cada persona. En ocasiones dudaba si realmente aquellos individuos podían razonar como seres independientes, o si todos eran parte de una conciencia única, con un sólo propósito implantado. Observando a los sujetos de mis estudios mentales, con la esperanza de poder entender su pensamiento consiente, o incluso intentar descifrar el funcionamiento de aquellas mascaras llamadas rostros, comprendí lo mucho que me estaba alejando del todo. En verdad deseaba poder explorar más afondo los pensamientos ajenos, penetrar debajo de sus mentiras, apartarlos de sus engaños para ver quiénes son en realidad; y tal vez entonces dejaría de temerles.

Al terminar mi desayuno tome el camino que me llevaría directo a la parada del transporte, ese tiempo de trayecto era muy útil para reflexionar, y en verdad necesitaba poner mis pensamientos en orden. Caminando por la banqueta podía observar la entrada hacia una zona boscosa, era como si una especie de muralla natural separara el mundo civilizado del bosque, en aquel lugar había sitios interesantes para explorar; yo mismo descubrí un espacio solo para mí, lejos del ajetreado mundo exterior, un santuario. En ese momento comencé a pensar en las incoherencias, pues gracias a la experiencia que adquirí con el tiempo, llegue a una conclusión acerca de las contradicciones. Estaba seguro que al despertar muchas personas eran capaces de decir al menos veintiocho de ellas, y el noventa por ciento no estaban conscientes de ello.

Durante el camino procuraba ver siempre al suelo, sólo en caso de encontrarme con algún objeto que pudiera causar uno de mis tantos tropiezos. A unos cuantos metros me topé con la roca que había pateado el día de ayer; no se había movido del mismo sitio, sospechoso pero creíble. Más adelante tendría que encontrarme con un pequeño estanque donde los sapos solían salir en los días más húmedos; me encantaba la lluvia porque me permitía tomar tantos sapos como quisiera. Después del estanque me crucé con dos posibles caminos, el más corto de ellos me condicionaba a pisar parte del asfalto, y el otro aunque más largo, no me exponía a ninguna clase de peligros. Opte por el más seguro. De haber elegido pisar el asfalto, habría tenido un sesenta y ocho por ciento de probabilidades de correr peligro; yo jamás tomaba un riesgo innecesario, sin importar lo insignificante de este.

Tranquilamente llegué a la parada del transporte, me senté en la banca como buen soldado, y mientras esperaba, observe el cielo ya oscurecido por las nubes de color grisáceo, percibí el aroma a humedad. Todo indicaba que sería un día tranquilo. El transporte tardaría unos diez minutos cuanto mucho. Y efectivamente, llegó en el tiempo establecido. Yo tenía todo calculado, la prueba fehaciente era mi impecable asistencia. La vida fue mucho más sencilla desde que aprendí a identificar y seguir los patrones.

Llegué al instituto sin ningún inconveniente, pacíficamente me dispuse a esquivar un considerable número de estudiantes que entorpecían mi camino. El ruido de un conjunto grande de personas era en verdad irritante para mis oídos, claro, después de un tiempo logré acostumbrarme, sin embargo en ocasiones no podía evitar ponerme de mal humor. En los pasillos era testigo de la actual moda en los tiempos modernos, si podía llamarlos de esa forma. Era como ver una especie de influencias tomadas de cientos de épocas pasadas, combinado con el actual auge de la cultura pop. Generalmente en donde hubiese estudiantes se podía encontrar casi de todo, y no me refería exclusivamente a ciertos grupos de tribus urbanas; creo que ese era el término correcto. Encontrarme con personas de todos los grupos sociales siempre fue una experiencia divertida, observándolos usar ropa extravagante, la cual trataban de combinar con su propia actitud, una fascínate forma de expresar algo llamado individualidad. No es que yo no la tuviera, mi estilo, si de verdad tenía uno, era más conservador. Procuraba darle prioridad a la comodidad, intentando mantener mis gustos. Generalmente optaba por ropa que no estuviese ajustada, en cuanto a los colores prefería tonos grises u obscuros; no soportaba nada que fuera llamativo o colorido. En ocasiones lograba toparme con alguna chica rockera, siempre me parecieron lindas aunque yo jamás le gusté a ninguna.

Entre al salón de clases, con la esperanza de no tener que interactuar socialmente tan pronto con mis compañeros. Realmente no me desagradaba nadie, pero era agotador tener que simpatizar con al menos la mayoría de ellos. Experiencias pasadas me hicieron aprender lo dura que era la vida cuando tus propios compañeros aprendían a odiarte; nunca me permitiría sufrir de nuevo aquel pasado tan desagradable. En el presente había adquirido la útil habilidad de simpatizarle a todo el mundo, y sin embargo me seguía sorprendiendo de lo fácil que era. Básicamente se resumía a asentir con una sonrisa amistosa a toda cuestión u opinión en la que te involucraban; incluso si no lograbas entender nada de lo que trataban de decirte. Pero sobre todo una regla fundamental era, jamás decir lo que piensas, la clave estaba en pensar como lo dices. Desde luego yo no gozaba ni de cerca con ser parte de un círculo social elevado, pero nadie tenía problemas conmigo, incluso se comportaban de manera amable. Yo estaba entre el limbo de ser un chico invisible, pero a la vez querido por todos.

Desde luego no pertenecía a lo que se denominaría como persona conflictiva, prefería ser del tipo pacífico, creía fiel mente en el dialogo como resolución a cualquier conflicto, apelando a la razón siempre. No podía decir que fuese incapaz de recurrir a la fuerza física, pero era sabio usar siempre tus mejores talentos para resolver tus problemas. Culpo de mi ineficaz fortaleza física al nulo interés que tenía por los deportes, no estaba en contra de practicar una actividad tan sana, pero simplemente para mí carecían de todo sentido. Era como si mi cerebro se enfadara conmigo, por tratar de practicaren escenarios donde él no participaba, lo tenía bastante acostumbrado a actividades donde podía ser el centro de atención; las simples desventajas de tener un cerebro celoso. Aun así jamás me preocupé, no recuerdo haber estado en ninguna situación donde requiriera utilizar la fuerza física, y por fortuna no estudiaba en un ambiente hostil. Claro, nunca fue libre de los escándalos, sin embargo no tenía un historial violento.

La mayoría de mis compañeros llegaron temprano, los observe mientras charlaban, algunos juntándose en grupos grandes o pequeños. Me desplacé con cautela directo a mi lugar asignado, pero en el camino una clase de fuerza desconocida me detuvo; una de mis compañeras estaba jaloneándome la manga de la chamarra. Se trataba de Verónica, una chica extrovertida de cabello largo, quien siempre disfrutaba de cualquier cosa que fuese colorida y dulce. No tenía ningún problema con ella, jamás fue desagradable, pero siempre intentaba incluirme en asuntos que no me competían; ella desde luego no sabía eso, ya que nunca le interesó conocerme a fondo.

   ─Alexis, por favor ayúdame, estoy enfermando ─dijo con una expresión de extremo fastidio.

   ─ ¿Te sientes mal? Puedo acompañarte a la sala de profesores ─le respondí.

   ─ ¿Qué?... No ─soltó una risita ─. Estoy enferma de cansancio, me desvelé haciendo tareas. Voy a morir ─dijo mientras seguía jaloneándome.

   ─Creo que no puedo ayudarte con eso ─le respondí mientras reprimía todo impulso de arrebatarle mi chamara.

   ─Oye, no me saludaste.

   ─Hola ─le complací.

   ─ ¿Por qué no te sientas hoy conmigo? ─lo dijo con su tierna voz. Ella ignoraba el hecho de que ya no quedaban lugares a su alrededor; además prefería estar solo.

   ─Bueno, yo… ─no se me ocurría nada.

   ─Sigo extrañando mi pulsera, la perdí ayer de camino a casa ─soltó la manga de mi chamarra para tocar su muñeca, no parecía alegre o molesta.

Si perdido la pulsera de camino a su casa era lógico pensar que ya no la encontraría, no sabía en donde vivía Verónica, por lo tanto no estaba dentro de mis capacidades poder ayudarla. Por otro lado quizás sólo se estaba desahogando conmigo, no podía saberlo, este tipo de situaciones me frustraban. Además ¿por qué mencionármelo justo en ese momento? Aquella conversación carecía de todo sentido, ¿qué se supone que debía hacer? ¿Acaso existía alguna guía para orientarme en estos casos? Por un momento pensé en decirle que no le serviría de nada darme esa información, porque no recuperaría su pulsera. Pero quizás malinterpretaría mis palabras, y me negaba a ser ofensivo con Verónica; me limite a sonreírle amistosamente.

   ─ ¡Alexis! Amigo, que bueno que llegaste, dime ¿hiciste los problemas de física? ─se acercó un chico algo fornido y de expresión alegre.

Se trataba de Paulo, su carácter amistoso y despreocupado le hacían caer bien en algunos grupos. Siempre llevaba puesta una gorra, usualmente de color rojo, su favorito; aunque siempre tenía que quitársela cuando el maestro llegaba. Mentiría si dijera que me gustaba estar con Paul, aunque jamás tuve nada en contra de él, podía comprender su simplicidad, la cual no tenía nada de malo, pero no había nada compatible entre nosotros.

   ─ ¡Déjalo en paz! Él no tiene la culpa de que seas un descuidado ─respondió la chica sentada al lado de Verónica, Claudia.

Ella tenía el cabello más corto que Verónica, su rostro era más redondo debido al nada exagerado sobrepeso de su cuerpo. Yo le caía bastante bien, solía ser muy amable conmigo, y al menos trataba de comprenderme un poco más. Sin embargo tampoco teníamos nada en común.

   ─Pero él es mi amigo, ¿verdad que me prestaras tu libreta? Sólo por un momento, para comparar respuestas ─dijo mientras me guiñaba un ojo.

   ─Nadie cree eso ─le reclamo Claudia en tono severo.

   ─No me molesta ─respondí.

   ─ ¿Entonces si tienes todo correcto?

   ─Sí, una parte, bueno la verdad tuve complicaciones, no sé si te sirva.

   ─Alexis no tienes por qué prestársela ─insistió Claudia.

   ─ ¡Oye Raúl! ¿Hiciste los problemas de Física? Necesito ser feliz ─Paulo ahora se dirigía al chico con mejores notas del salón.

Claudia y Verónica decidieron ignorarme para conversar entre ellas, era momento oportuno de tomar mi asiento y ocuparme de mis asuntos. Pero antes de marcharme alguien me había agarrado por el hombro. Cuando me di la vuelta comprendí que se trataba de George, el usaba lentes rectangulares color negro y su cabello era rizado; generalmente un buen chico. Hasta donde yo sabía George tenía una buena opinión de mí, y el sentimiento era mutuo.

   ─Buenos días Alexis ─saludo George.

   ─Hola, buenos días  ─respondí algo nervioso.

   ─Linda chamarra, ¿dónde la compraste? ─observo mi chamarra como si fuese a comérsela.

   ─Regalo de cumpleaños.

Sabía que George tenía en su repertorio mejores temas de conversación que una simple chamarra, me encantaba escucharlo hablar sobre el arte del cine y datos históricos poco conocidos. Yo no tenía mucho que aportarle, pero intentaba aprender todo lo que podía de él. Mi chamara en cambio no tenía nada de especial, estaba bordada con cuadros color rojo y negro, simple y cómoda.

   ─Es que te confieso, siempre me ha gustado tu estilo retro ─George me sonrió.

Si yo tenía un estilo retro no era a propósito, mi ropa la elegía con toda normalidad, George estaba algo obsesionado con lo retro; pero a cada quién lo suyo. Sin previo aviso el silencio se propagó en el salón, todos regresaron a sus asientos al ver la figura del profesor de Física atravesar la puerta. Se trataba de un hombre con aproximadamente treinta y cinco años de edad, su aspecto daba un cierto aire jovial, el cual se rompía al ver la entrada de su futura calvicie en la frente, su cráneo a simple vista parecía más grande de lo normal. No es que el señor Orlando fuera un mal profesor, el problema entre nosotros era simplemente un enfoque diferente de opiniones. A los otros profesores los tenía encantados con mi forma de trabajar, a pesar de no ser el mejor alumno de todos, ellos siempre apreciaban mis esfuerzos. En cambio el profesor Orlando tenía una opinión diferente sobre lo que era un alumno ejemplar. Sus clases aunque en ocasiones tenían temas interesantes, me hacían pensar que se esforzaba en explicarlas de la forma más tediosa posible.

   ─Buenos días ─saludó con su seca voz.

Saque rápidamente mi libreta de Física. En ese momento estaba algo molesto, pensé que tendría tiempo suficiente de corregir mis operaciones matemáticas, pero el profesor había llegado mucho antes de lo previsto. Teníamos la oportunidad de elegir los problemas al azar de nuestro libro de Física, tal y como lo sugería el capítulo. Al resolver los míos no podía comprender el porqué, pero después de haberlo hecho varias veces, el resultado final que me daba era siempre veintiocho; una experiencia en verdad frustrante. Ese tipo de coincidencias eran imposibles de darse, de nueve problemas elegidos el resultado de todos no podía ser veintiocho. Fue una lástima no tener tiempo de corregirlo.

   ─Ayer hablamos de las diferencias entre el átomo y la partícula, también vimos sus propiedades y niveles de energía, ¿nos falta algo del capítulo que no hayamos visto? ─el profesor se dirigió a todos nosotros.

   ─Ya terminamos todo el capítulo cuatro ─respondió Julia, la chica sentada a mi lado.

   ─Bien, entonces hoy comenzamos con el tema de propiedades atómicas, después les entregare sus trabajos sobre la interpretación de la Física Cuántica.

En ese momento aun intentaba resolver mi problema sobre la constante del número veintiocho, probablemente el profesor me indicaría cual era mi error dado el caso, pero prefería pensar antes de ir por el camino fácil. Yo pasaba gran parte del tiempo pensando en soluciones o posibles respuestas a todo tipo de problemas; un hombre muy sabio dijo una vez, “ningún hombre está muerto mientras aún pueda pensar” o en este caso resolver sus errores.

Paso un largo rato mientras el profesor seguía explicando los temas, perdí total interés en la clase cuando comenzó a ponerse repetitiva, era igual a permanecer en un estado inerte mientras las palabras viajaban en el aire, siendo sólo ondas invisibles carentes de propósito. Todo a mi alrededor dejó de ser algo relevante en el espacio, como si cada partícula comenzara a distorsionarse mientras se sumergía en algo parecido a un desenfoque de cámara. En ese momento perdí la percepción de mi propia realidad, y poco a poco la noción de lo que era la identidad fue borrándose de mi memoria. Esto que estaba sufriendo era un sentimiento familiar, se trataba de uno de mis “ataques”; así los llamaba. No tenía un nombre o explicación que darles, simplemente sucedían cuando comienzo a perder toda percepción de la realidad. Aquello pertenecía a mis más profundos secretos, por ningún motivo dejaba al descubierto mis rarezas o manías; posiblemente los demás no lo entiendan, y no quería arriesgarme a perder mi campo de protección. Me había costado mucho trabajo ser aceptado por los demás. Por suerte mis ataques eran invisibles a la vista, todo estaba dentro de mi cabeza y duraban muy poco, y no eran para nada frecuentes.

Cuando el profesor al fin nos llamó para entregar nuestros trabajos, me encontraba muy ansioso. El tema era sobre cómo explicar la paradoja del gato de Schrödinger; mi tipo de temáticas favoritas, y razón por la cual me había esforzado especialmente en ese ensayo. Tenía curiosidad por saber lo que opinaba el profesor de mi investigación, para ello partí desde las páginas del libro, hacia otro tipo de fuentes, para sacar información con diferentes puntos de vista y mucho más completa; descubrí que podía extenderme enormemente mientras avanzaba en la investigación. Me levanté del asiento en cuanto el profesor mencionó mi nombre, recibí el trabajo en mis manos, y al ver una calificación tan baja todas mis expectativas lograron desaparecer en tan sólo un instante.

   ─Te puse esa calificación porque no les pedí que se extendieran del tema, solo tenían que hacer un ensayo apegándose a lo que indica el libro, tratar el experimento de Schrödinger como una variante que expone las interpenetraciones de la mecánica cuántica ─dijo en tono molesto.

   ─Pero me di cuenta de las posibilidades que Schrödinger había planteado con su propuesta podían abarcar mucho más, use eso como punto de partida y me extendí hacia el comportamiento inestable de algunas moléculas, lo cual abre a posibilidades infinitas de universos… ─fui interrumpido.

   ─Está fuera de discusión porque te has salido completamente del tema, nada de lo que mencionas está dentro del libro. El gato de Schrödinger es mencionado únicamente para hacer una referencia hacia la física cuántica. No podemos avanzar tanto en tan sólo un tema, debemos apegarnos a la Física que estamos estudiando ahora, seguir el lineamiento ─dijo secamente.

En ese momento la frustración que sentía fue convirtiéndose en enfado. No comprendía, ¿por qué esa obsesión de seguir el lineamiento? Si soy capaz de hacer mucho más no tiene sentido el tratar de limitarme a mí mismo. En verdad quería aprender, y sin dudas con mi trabajo logré expandir mis conocimientos; pero comprendí que el aprendizaje no era muy tomado en cuenta a la hora de calificar siguiendo un parámetro. La información aprendida por alguna razón se basaba únicamente en un libro, cuyo autor o autores  junto con sus logros eran desconocidos. Un contenido que jamás se debía de cuestionar.

   ─Pero eso limita el aprendizaje ─dije tratando de contenerme.

   ─No lo voy a discutir, puedes sentarte ─respondió con cierto enfado.

Sin poder hacer nada di media vuelta, en mi cabeza trataba de lidiar con tastas emociones al mismo tiempo, que me encontraba realmente confuso. De pronto sentí cambiar algo, pero no comprendía el qué. Un ruido molesto tintineaba en el oído izquierdo, punzante como el pitido que hacía la señal de televisión cuando se perdía. Por un momento temí sufrir algún daño irreparable por haberme frustrado de tal manera. Pero de pronto aquel punzante sonido radial fue ajustándose hasta desaparecer por completo. Me toque los odios instintivamente, todo a mi alrededor parecía normal, sin embargo de algún modo sabía que algo cambio indefinidamente. Entonces lo escuche.

No puedo darte una mejor nota porque sólo puedo evaluarte a través del lineamiento, simplemente tienes que seguirlo y te irá bien.”

El escuchar la voz en mi cabeza giré al momento, no podía confundirme, el profesor me había respondido. Al mirarlo detenidamente no parecía haber dicho nada. Sin embargo estaba seguro que aquella voz era la suya.

No es difícil apegarse al lineamiento, todos pueden hacerlo, para eso está diseñado, es conocimiento básico y aprobado, no llegarás lejos con eso pero si lo haces bien puedes alcanzar tus ambiciones, si es que las tienes.”

Los labios del maestro no se movieron en lo absoluto, sin embargo esa voz… ¡Era dentro de mi cabeza, imposible! Todo lo que estaba escuchando estaba siendo procesado por mi cerebro,  dentro de la mente, y sin embargo parecía tan real, como si en verdad el profesor tratara de comunicarse inconscientemente. No tenía ninguna explicación coherente, y me aterraba preguntarle al profesor.

Que fastidio, espero que la clase termine pronto, hoy no quise desayunar porque papá estaba echando pestes, era mejor irse rápido.”

Esa era la voz de Verónica, inmediatamente la miré atónito ante lo que sucedía. La observé limpiándose las uñas distraídamente. En ese momento me armé de valor.

   ─Disculpa, ¿dijiste algo? ─le pregunte con un tono nervioso.

   ─No, solo estoy pasando el rato ─respondió con su alegre humor.

Hoy no quiero llegar a casa, seguramente sigan de mal humor, tendré que preguntarle a Claudia si quiere comer conmigo fuera. Tal vez la invite a ese restaurante de comida árabe.

   ─Es que creí escuchar…

Alexis sí que es misterioso, me pregunto qué tanto pasara por su cabeza. ¿Por qué no es tan social como nosotros? Se aparta demasiado; por eso intento no invitarlo tanto con nosotros, si cambiara de actitud seguro que ya tendría una novia. Lástima.”

La voz de Verónica seguía escuchándose dentro de mí cabeza, sentirme aterrado fue inevitable, no entendía que estaba pasando, ¿por qué seguía escuchando voces? No tenía sentido, todo estaba terriblemente mal. Me aparté de Verónica como si tuviera algún tipo de enfermedad, me miró extrañada pero no dijo nada. Me senté en mi lugar con la esperanza de ya no escuchar nada, reprimí todo impulso de salir corriendo del salón.

No me molesta su clase, pero el profesor Orlando es muy pesado en ocasiones ¿tendrá esposa?

Esa era la voz de Julia, volteé por instinto. Se encontraba sentada revisando su celular a escondidas, callada y sin hacer ningún ruido.

Esta tarde iré al museo de arte con mi familia, estoy emocionada, es una lástima que el profesor de Historia del Arte nunca nos lleve a ver verdaderas obras. Su materia es en verdad aburrida, sin embargo me interesa ser artista. Espero algún día convertirme en pintora.”

Me quede petrificado. Tantas cosas, tanta información golpeándome en la cara. Ya no podía más, tenía que concentrarme en no escuchar nada, alejarme, ir a un lugar solitario, sin gente, para enfocarme. Me levanté lo más rápido posible, pedí permiso al profesor para salir y me dirigí al baño a toda prisa.

Corrí, intentando que mis pies no se tropezaran, me sentía desmoronado. Apenas capaz de poder moverme correctamente, llegué al baño de chicos tambaleándome un poco. Rápidamente abrí la llave del grifo y con mis manos mojé mi cara por completo, me miré al espejo con la esperanza de encontrar algo diferente, pero seguía siendo el mismo. Tenía el rostro pálido y una mirad vidriosa; aun no me habían comenzado a salir vellos, pero me estaba preparando para el día; no soportaba los cambios. ¿Acaso me estaba volviendo loco? Seguramente fue obra de mis ataques, algo no funcionaba bien en mi mente, lo sospechaba desde hace tiempo, era como si una burbuja mental me cubriera y me apartara del resto, igual a una enfermedad mental.

Me tranquilicé un poco, respiré profundo mientas sostenía con mis dos manos el lavamanos. Aquellas voces en mi cabeza quizás no provenían de mí, más bien sentía como si pudiera escucharlas en las mentes de los demás, revelándome sus más profundos secretos y exponiendo la verdad en su ser. Aún así no podía creerlo, ¿cómo eso es siquiera posible? No tenía ningún sentido. En ese momento no escuchaba nada, el baño estaba vacío, pero de pronto la puerta se abrió y yo pegue un salto del susto. Era un estudiante, no se fijó en mí, simplemente entro a un cubículo libre. Me sentí un poco aliviado porque no podía escuchar ninguna voz, quizás fue sólo pasajero como mis ataques, pero tenía que cerciorarme.

Entre al siguiente cubículo, me senté como un ratón asustado esperando escuchar cualquier cosa. Después de un rato de sólo percibir sonidos incómodos decidí concentrarme un poco, para asegurarme que aquellas voces dentro de mi cabeza hubiesen desaparecido; tenía miedo de hacer la prueba pero tenía que asegurarme. Me concentré en el cubículo de al lado, como si quisiese atravesarlo con la mirada.

No sé lo que haré, apenas puedo mantener mi promedio y asistir a todas mis clases de baloncesto, tengo que mantener mis calificaciones intactas si quiero jugar, pero todo se ha vuelto tan complicado. Enzima Jessica me ha pedido que nos tememos un tiempo, yo…

Dejé de concentrarme, al levantarme me tambaleé un poco pero logre salir por la puerta, fuera de los baños un montón de alumnos comenzaron a caminar de un lado a otro; era hora del almuerzo, ni siquiera había notado la campana. Moví las piernas como pude en dirección al salón de clases, al entrar cogí rápidamente mi mochila tratando de ignorar a los de mi alrededor.

   ─Oye Alexis ¿te importa comer con nosotros hoy? ─me pregunto George tocándome el hombro.

   ─No, yo, creo que me siento mal.

   ─Estas muy pálido, ¿quieres que te acompañe?

   ─No, lo siento, tengo que irme ─escapé sin decir otra palabra.

Salí disparado del lugar, no quería escuchar más voces, no quería saber más secretos ajenos, en esos momentos apreciaba mi tranquilidad más que nunca, todo cuanto me había sucedido en este día fue difícil de digerir. En los pasillos esquivaba personas mientras trataba de evitar conversaciones ajenas, intentando bloquear mi cerebro comencé de nuevo a escuchar las voces, contaminadas por el ajetreado ruido de cientos de estudiantes quienes iban de un lado a otro. Aquellas confesiones dentro de mi cabeza, llenándome con secretos tan personales que lograban perturbar mi alma, no cesaban. A cada paso en el camino lograban castigarme con la verdad.

Corrí fuera del instituto sin prestar la mínima atención a quienes me rodeaban, intentaba bloquearlos, hacerlos callar sin el menor remordimiento. En el trayecto del bus intenté con todas mis fuerzas bloquear todo rastro de pensamiento ajeno, por un momento pensé que sería imposible, pero con el tiempo aprendí a contralarlo un poco mejor, sin embargo no desapareció del todo. Al salir del bus corrí en dirección a la entrada de aquella zona boscosa, cerca de ese lugar tenía un refugio secreto, o mejor dicho poco concurrido. Me recosté frente al árbol más especial del lugar, lo era porque marcaba el principio y fin de mi propio santuario; un sitio libre del exterior, donde podía reflexionar sin ser interrumpido. Aquel árbol era del tipo donde se podía escalar con gran facilidad debido al ancho de sus ramas; seguramente un paraíso para los niños del pasado quienes gozaban de aventuras imaginarias, alimentando sus fantasías con el entorno que los rodeaba y comprendiendo su delicada belleza.

Pasar un rato en aquel sitio tranquilizó mi mente, mis pensamientos ahora trabajaban con mayor racionalidad y la lógica hacia mover los engranajes de mi cerebro. Analizando la situación, tal parece que fui testigo de una fuerza enigmática o sobrenatural, hasta haber demostrar lo contrario. Por cuestión de azar adquirí la capacidad de leer mentes ajenas, o bien escuchar la verdad en sus más profundos pensamientos. Este misteriosos poder, o conexión con alguna fuerza sobrenatural, me fue otorgado sin habérmelo ganado o pagado, yo no lo pedí y recientemente no he estado en contacto con alguna entidad sobrenatural. Tampoco había estado expuesto ante un hecho biológico que pudiera cambiara la naturaleza de mi cuerpo. Llegó de la nada, lo cual podía deberse a un cambio natural, tal vez una alteración en alguna onda cerebral  o magnética, permitiéndome recibir la señal de más ondas cerebrales; pero claro, sólo estaba especulando. La siguiente alternativa por supuesto era revelarle mi problema a quien pudiera ayudarme, lo más lógico en este caso era buscar la ayuda de mis padres. Pero claro, una pregunta importante a la cual primero tenía que responder era ¿Qué clase de ayuda podían brindarme ellos? Lo más lógico era pensar que actuarían como padres normales, lo cual implicaba incredulidad, enfado, preocupación y miedo; todos estos eran aspectos negativos para mi actual condición. Lo que menos deseaba era terminar en alguna clase de psiquiátrico o en su defecto ganarme un castigo severo; y consecuentemente la burla de mis hermanas.

Decidí guardar el secreto. No tenía dudas, las voces en mi cabeza provenían de la mente de otras personas, lo preocupante en esto es posiblemente el riesgo implicado, pues debía esperar a que el responsable se presentara ante mí, y posiblemente cobrara el precio; de algo que jamás pedí. En dado caso lo único razonable en esa situación era rechazar el obsequio, o don otorgado por aquella misteriosa entidad. Sería cuidadoso con este asunto, manteniéndome concentrado en apartar todo tipo de pensamientos y adquiriendo una postura responsable. No hurgaría en las mentes ajenas  e intentaría controlarlo lo mejor posible. De ese modo no se tomarían represalias contra mí.

Llegue a casa con el mayor sigilo posible, evitando encontrarme con mi madre quien era la única en casa a estas horas. Ella solía estar en su computadora, vendiendo sus propios artículos en algún sitio de Internet; nunca le preste gran atención a su trabajo. Se pasaba gran parte del tiempo creando todo tipo de materiales utilizando su creatividad; estuches, separadores de libros, lapiceros, tasas y muchas otras curiosidades. También hacia videos tutoriales de cómo hacer tus propios diseños utilizando materiales reciclables. Fue inevitable toparme con ella en el camino, me esforcé por no recibir ningún pensamiento de ella y la convencí de sentirme afligido debido a un malestar; razón por la cual no me castigó tras haberme escapado de clases. Después me encerré en mi cuarto para no escuchar ningún otro secreto. En la mañana esta tarea fue mucho más desafiante. Papá tuvo que irse temprano, me quede sólo con mamá y mis dos hermanas. Durante el desayuno trate de impedir la entrada de cualquier señal cerebral a mi cabeza, gracias a esto sólo algunos débiles murmullos lograron penetrar mi muralla mental.

A la mañana siguiente me encontraba dentro del instituto. Aquel sitio lleno de estudiantes, cada uno con problemas personales e inundados de emociones confusas, presentaba un gran reto, tendría que concentrarme el doble si deseaba repeler tantos pensamientos como fuese posible. Sentía como cientos de voces emergían de diferentes direcciones, todas intentando hablarme al mismo tiempo. A la hora del almuerzo mi cabeza me daba vueltas, me sentía incapaz de enfrentarme nuevamente a las cientos de mentes jóvenes que rondaban por todo el instituto; lo sentía por el almuerzo de mamá, pero había perdido el apetito por completo. En ese momento almorzaba junto con George, Verónica, Claudia y Paulo; me habían invitado a comer de forma muy insistente. Sospechaba que querían asegurarse si en verdad me había recuperado de mi malestar; pude averiguar la verdad con tan sólo proponérmelo, pero yo seguía insistiendo en bloquear todas las señales exteriores.

   ─ ¿Seguro que te sientes mejor? ¿No fue nada grave verdad? ─pregunto George.

   ─No, ya estoy mucho mejor, pero sigo algo mareado ─le respondí con toda tranquilidad; una tarea difícil si te preocupas más por bloquear pensamientos ajenos.

   ─Me hubieras dicho Alexis, si te dolía la cabeza tengo pastillas para eso ─dijo Verónica con su característica sonrisa.

   ─ ¿Cómo se te ocurre? Sin una receta del médico puede ser peligroso ─Claudia levanto la voz.

   ─Tranquila, son para dolores de cabeza comunes y corrientes, está bien ─respondió Verónica en tono tranquilizador.

   ─Aun así puede ser peligroso ─insistió Claudia ya más tranquila.

   ─Si vuele a sucederte no dudes en decirme a mí, yo te ayudare en lo que pueda ─dijo Paulo con una expresión seria; muy raro en él.

   ─Disculpe señor doctor, no sabía que era un experto en temas de salud ─exclamó Claudia usando un tono sarcástico.

   ─ ¡Soy capaz de ayudar en una situación como esa! En la granja de mi tío tuve que aprender ─respondió Paulo indignado.

En verdad tuve que aprender.”

Un ligero pensamiento de Paulo logro penetrar en mi barrera mental.

No es que no me agrade trabajar, pero gracias a eso mis labores como estudiante son más difíciles, además no tengo una beca, necesito el dinero.”

Me concentré de nuevo en bloquear los pensamientos. Sólo hizo falta perder la concentración por unos momentos para ser invadido por voces intrusas. En verdad lo sentía por Paulo, pero no me sentía bien escuchando sus problemas sin permiso.

   ─Otra opción podría ser que actuáramos como personas responsables y avisáramos a los maestros ─dijo George bromeando.

Saliendo de la escuela tendré que comprar ese libro. Ayer no pude evitar besar a Héctor, creo que también me gustan los hombres, es momento de aceptarlo.”

Aquella voz en mi cabeza pertenecía a George. En verdad me sentí fatal por invadir su privacidad de esa manera. Disimular mi cara de asombro ante la confesión de George no me resultó muy bien, en esos momentos no tenía la menor idea de cómo reaccionar; demasiada información en tan solo un momento. Después de un rato logré tranquilizarme gracias a mis amigos, todos ellos se encontraban frente a mí, bromeando como si todo fuese tan normal; al menos lo era para ellos. Nos encontrábamos en una mesa al aire libre, apartada de las grandes muchedumbres de estudiantes. El aire fresco, en conjunto con las risas de mis amigos, logró abrirme el apetito, comencé a darle mordiscos al almuerzo de mamá; tan delicioso como siempre. Después de un rato de paz logre divisar a Julia, quien se acercaba a nuestra mesa con un semblante serio. Ella siempre se sentaba  junto a mí en las clases, supongo que le gustaba la tranquilidad. Jamás le interesó conocerme, simplemente me trataba con indiferencia. Al entregarle a Claudia su pluma me dispuse a tomar un largo trago de leche con chocolate, así evitaría miradas incomodas con ella.

   ─Gracias ─dijo amablemente Julia.

Que patético pretexto, las cosas que hago para intentar acercarme a Alexis, de verdad me gusta, es un chico guapo e interesante porque…

En ese momento el chocolate que viajaba por mi garganta tomo un desvío hacia mis fosas nasales, fue una experiencia desagradable sentir la fuente de chocolate saliendo de mi nariz. Pero a mis amigos les divirtió tanto que me preocupé por sus pulmones, los cuales por poco escapan de sus gargantas. Yo mientras tanto intentaba limpiarme todo el chocolate de la cara.

   ─ ¡Jamás había visto que esto pasara! Gracias Alexis, fue la mejor experiencia de este día ─dijo George en tono burlón.

De camino a casa empleé todas mis energías en seguir bloqueando mi mente. Sentado en el transporte público meditaba sobre el reciente don que adquirí, si deseaba vivir una vida tranquila debía aprender a manejarlo mucho mejor, no podía seguir permitiendo más fugas mentales. Para lograrlo tenía que hacer uso de él, probando sus capacidades y descubriendo sus puntos débiles; todo lo que me ayudara a comprenderlo mejor. Respire profundo, y fijando mi vista hacia la cabeza de la persona sentada frente a mí, comencé a hurgar en su cabeza.

Hoy ha sido un día tranquilo, me fue bien en el trabajo. Sara debe de ser la persona más simpática que conozco, me alegro que sea mi compañera, con ella el trabajo es menos pesado.”

Únicamente escuchaba los pensamientos de aquel señor, me estaba concentrando de una forma diferente, como si pudiera hacer alguna clase de conexión con mi transmisor mental. Sentía que podía buscar aún más profundo en sus pensamientos, infiltrarme en su mente con un simple impulso; entonces me deje llevar.

Quiero terminar con ella, pero no puedo, es la madre de mis hijos. Sin embargo todos los problemas que no he podido resolver con la deuda de mi familia, me han perseguido hasta las últimas consecuencias.”

Por un momento casi pierdo la concentración, ajuste de nuevo mi señal. Mientras más me dejaba llevar por el impulso que me absorbía dentro de aquella mente, una especie de túnel se abría en mi cabeza, como un pasaje en el tiempo, lleno de voces pasadas y presentes. Podía penetrar mucho más, abrir sus pensamientos para sumergirme en un mar de emociones y experiencias pasadas. Me conecté en su pasado, en un punto al azar. Mis ojos en ese momento comenzaron a perder la percepción de los colores, mientras el entorno a mí alrededor se distorsionaba, creando un gran vacío en la realidad, la cual era desgarrada por una especie de hoyo negro.

Era un niño en ese entonces, papá siempre insistió en convertirme en un hombre, obligándome siempre a ser fuerte. Tenía que demostrar ser siempre el mejor, sobresalir en los deportes y tomar la responsabilidad. Decía que  era la única manera de conseguir una buena esposa. Siempre fue una obligación tener una novia para complacerlo; o de lo contrario me convertiría en una señorita, tal y como siempre me dijo. En cambio mi madre se preocupaba más por hundirse en alcohol y fingir alegría en su vida.”

La conexión fue más profunda, una fuerza de atracción estaba absorbiendo mi mente, arrastrándome a un sitio desconocido, donde cientos de voces llorándome al odio y también reían y jugaban, todo dentro de aquel limbo eterno. Tan profundo, sumergido en una sensación nueva en todos los sentidos, como si mi alma viajara en un espacio infinito y consiente; considere que era suficiente.

Rompí la conexión, no lo soporte más, en verdad fue una experiencia aterradora, creí que perdería el control. Decidí tranquilizarme, tratar de respirar correctamente, porque en ese momento me sentía muy agitado. Decidí mantenerme alejado de aquella fuerza de atracción, no podía arriesgarme a quedar atrapado en los recuerdos de otra persona; no más viajes mentales para mí. Un hombre de cabello descuidado y lentes oscuros apareció en escena, sus ropas aunque un poco andrajosas no parecían las de un vagabundo; al pasar junto a mi asiento, puso mis sentidos en alerta.

“¡Estoy harto, se acabó! Hoy mismo lo haré. Me atreveré, al fin lo are, mataré a todos en este autobús. Sólo necesito tranquilizarme y esperar mi momento, cuando alguien intente salir les disparare a todos. Ellos tienen la culpa, todos son los culpables, morirán.”


Al escuchar sus pensamientos mi cuerpo se heló, no me sentí capaz de moverme; ese hombre tenía un arma, nos mataría a todos sin razón, era un asesino. Debía encontrar una manera de salir, no quería morir, no en ese memento ni lugar. La desesperación comenzó a invadirme, debía encontrar la manera de sobrevivir, utilizando cualquier medio. Ahora la llave de mi supervivencia dependía de mi nuevo don.


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